Entrevistas
Comparte este contenido con tus amigos
Juan Zapata Olivella
“El Caribe vive en cada uno de nosotros”

Juan Zapata OlivellaEl escritor, médico y diplomático Juan Zapata Olivella, quien junto con sus hermanos Manuel y Delia Zapata Olivella, ha sido un vigía de los ancestros afrocolombianos, disipa su silencio de muchos años y comparte sus vivencias y criterios.

Su esposa Zunilda a sus ochenta años, con la piel tersa y unas leves arrugas surcando su rostro, me espera muy arreglada, justo a la hora acordada para la entrevista con su esposo, la cual me consiguió de una manera mágica, iluminada tal vez, por el espíritu divino, ya que Juan Zapata Olivella, desde hace cinco años, no recibe a nadie y no concede entrevistas.

Tres de la tarde, en punto, abre la puerta y me invita a subir la escalera con baldosas a cuadro en blanco y negro, haciendo las veces de un tablero de ajedrez.

Ansiosa por llegar a su encuentro, poder saludarlo y conversar con él, puedo sentir su respiración jadeante en el silencio que se rompe por el abanicar del viento que penetra por el balcón y refresca las hojas de las matas, empotradas en bellas macetas de barro, de esa hermosa casa colonial en que habita y es su aposento apacible, dejando reposar los recuerdos y vivencias de esa vida cargada de emociones y contrastes.

Por fin llegué hasta su habitación, lo encontré acostado, perfumado y en pijama elegante, color azul cielo, tan impecable como sus poemas plasmados en su libro Amor en azul transparente.

La grabadora castañeaba entre mis manos, no podía creer que Juan Zapata Olivella, un hombre que ya no sale ni se asoma al balcón de su casa, estuviera estrechando mi mano entre las suyas. Con su memoria fresca y gozosa, me recibe con la alegría de un niño en su casa de San Diego, en el corazón amurallado de la ciudad.

Nacido en el municipio de Lorica (departamento de Córdoba, en Colombia) un 9 de septiembre de 1922, sin moldes impositivos que impidan su libre circulación iluminada, Juan Zapata Olivella realiza una exploración directa a los fondos eternos de esa inmensa aldea del corazón, bruñida por lingotes de sol levantino.

Ese hombre lleva consigo mismo la memoria palpitante de sus ancestros. Desde temprano eligió ser médico de niños con la convicción de que el futuro del mundo estaba en el alma de los niños. Ya lo había dicho la poeta Gabriela Mistral: un niño bien educado da un adulto positivo.

Su poesía es el amor de siempre: biológico, limpio, bullicioso, invisible y con jarcias flotantes en el tremendo rascacielos de los sueños.

Médico de la Universidad de Cartagena, pediatra del Hospital Infantil de México, máster en Salud Pública de la Escuela de Salubridad de México, médico epidemiólogo de la salud en Bolívar, creador de las Promotoras de Salud cuando ocupó el Ministerio de Salud Pública de Bogotá, escritor y ensayista.

—Empecemos por su visión y descubrimiento de la cultura colombiana y de la influencia de lo africano en ella.

—La cultura es una sola, la gente se pone a dividirla: cultura escandinava, cultura religiosa, cultura blanca, cultura negra y eso me parece que es un anacronismo porque la cultura es una sola, no se le puede estar poniendo apellidos.

—¿Se considera un historiador?

—Bueno, la historia es la vida, no sólo del hombre, sino de la humanidad entera. La historia constituye el relato de los acontecimientos que ya pasaron y que han de venir.

—¿Qué pasó con su proyecto de hacer el Museo Africano en Cartagena?

—Sí. Es el Museo de Arte Negro, en el cual se expresan las bellas artes de la africanidad, pero ese proyecto nunca tuvo el apoyo del gobierno, y entonces, alguien me aconsejó que le pusiera el nombre de “museo de arte blanco” para que entonces viera que así si tendría todo el apoyo, porque la negritud siempre ha estado rasgada. Es una cosa injusta que se haya creado un decreto favoreciendo a los negros como si no fueran colombianos. Allí se nota la discriminación, porque si todos somos colombianos, ¿por qué tiene que haber un decreto favoreciendo a los negros?

—¿En dónde reposan esas obras que usted tenía?

—Son muchas, todas las conservo, hay cuadros, esculturas, también hay cuadros obsequiados por gentes que apoyan la negritud. Están en el primer piso de mi casa en el centro y mi mayor ilusión es que sean colocadas en San Pedro Claver.

El museo ha ido creciendo, todavía espera la ayuda del Estado para que funcione y pueda convertirse en un verdadero museo para que funcione como otros tantos.

—¿Y de su experiencia en Haití y su valoración del Caribe?

—El Caribe es un proyecto simbólico, porque todos somos Caribe, se trata de una región, de una zona. Le llaman Caribe porque está a orillas del Caribe, pero hace parte del conglomerado nacional. El Caribe vive en cada uno de nosotros.

—¿Cree que todavía hay racismo en Cartagena?

—Sí, está vigente. Tanto que el maestro Cogollo, que es un genio en la pintura, tuvo que irse del país porque la mujer de él era blanca, un día iban a entrar al Hotel Santa Clara y a él no lo dejaron entrar porque era negro; entonces, como represalia, al día siguiente él compró tiquetes y se fueron a Francia y allá se quedó. Después ha seguido la discriminación, tanto que la gente ha tenido que instaurar tutelas. La discriminación sigue intacta.

—¿Usted y sus hermanos sintieron alguna vez esa discriminación?

—¡No!, no, nunca. Parece mentira pero posiblemente por la posición que ellos adoptaron y el valor que tenían. No recuerdo que ni a Delia, a Manuel ni a mí, nos hayan discriminado, porque sería una mentira decir que fuimos discriminados. Pero creo que eso se debió por la importancia que tenían los personajes.

Recuerdo, por ejemplo, que a Delia la llamaban la bailarina descalza porque siempre bailaba sin zapatos, y era muy solicitada cada vez que había un programa que tuviera danzas, decían que era una herencia. Porque ella en realidad era escultora y se graduó como escultora. Hizo una escultura que se llama La mendiga y esa escultura fue premiada por un centro cultural y desde entonces abandonó la escultura para dedicarse a la danza.

Salimos de Lorica muy pequeñitos porque mi papá tenía un amigo, Jesús María Lugo, que era general, y cuando murió se sintió muy adolorido y salió de Lorica con todos sus hijos.

—¿Y en su vida de hogar, muy apoyado por su esposa Zunilda?

—A ella debo yo, prácticamente, toda mi voluntad de proseguir y de triunfar, ha sido un apoyo decisivo, creo que sin ella hubiera sido difícil; cuando decidimos el matrimonio, mi papá que era negro decía: esta mujer va a ser tu redención, y así fue.

Juan Zapata Olivella

—Cuénteme, ¿cómo ve la política actual del país?

—No, no le veo ninguna salida porque todos los caminos están vetados, taponados. Cuando aparece la Iglesia entonces viene la crítica contra la Iglesia, cuando aparece algún ciudadano de buena voluntad para que se arreglen los conflictos, entonces aparece la crítica, y es una lástima porque este país merece mejor suerte.

—Y ese poeta, que siempre ha sido, porque su esencia es eso, ¿aún permanece vivo?

—La poesía es una parte vital del hombre; es decir, yo creo que en todas las personas: mujeres, adultos o jóvenes, hay un poeta en ciernes, porque la poesía está esparcida en la naturaleza; hay poesía en la brisa, en los ríos, en los mares, entonces, las personas se sienten atraídas por esa monumental emoción que se siente cuando la poesía se adueña de las gentes.

—Sus libros de poemas: Gaitas bajo el sol, Campanario incesante, Albedrío total, Amor en azul transparente... ¿Por qué esos títulos?

—Sí, todo depende del momento de la inspiración. Por ejemplo hay un soneto mío que a mí me gusta mucho: (recita) Ver el limo del río / que se ufana en despertar la vida del ciruelo / y ver el azul intenso de otro cielo / hinchándose de rojo en la manzana. / Ver al propio sol sobre el fino cubriéndose de hielo / derritiéndose de celo / por no ser el fuego de una llama. / Y ver mi corazón en la melancolía / sintiendo que la vida está vacía / el amor que todo lo eterniza / Y ver cómo las horas desfallecen / mientras la mariposa / se entristece / en los últimos colores de su risa.

—¿Cree que esa versatilidad interior que posee para escribir poemas, es innata?

—Yo creo que es herencia de mi papá, que le gustaba mucho la poesía y la declamaba, y uno de pequeño la oía y se le iba grabando. Fue como una transmutación.

—¿A qué amigos cartageneros recuerda con profundidad?

—A varios amigos que hacían una tertulia para dar a conocer cada una de sus inquietudes y dentro de ese grupo había dos o tres que a mí me llamaba mucho la atención, porque sentían pasión por la poesía y eso nos hermana.

—¿Cómo quiere que se le recuerde: como un hombre romántico, luchador, el hombre que iba siempre hacia delante con todos sus ideales?

—No. Quiero que se me recuerde como una persona más, que siempre amó la poesía, ya que la poesía es el dique para uno expresarse y dar a conocer no solamente sus inquietudes sino su inspiración.

—¿Cuáles obras le ha dejado a nuestra ciudad?

—Recuerdo mucho que había una casa destinada a la corrección del niño menor, entonces la convertí en un plantel educativo, para eso traje a unas religiosas de Medellín y esas religiosas se dedicaban a enseñar a los niños y más tarde el lugar se convirtió en un sitio supremamente agradable porque llegaban personas a mirar a las religiosas para ver lo que habían hecho, entre ellos, recuerdo mucho a... (hace una larga pausa), Camilo, el que llamaron después el cura guerrillero. Camilo llegó, habló con las monjas y le llamó mucho la atención que el padre de él tuviera una placa de reconocimiento, entonces Camilo dijo: “Eso no se lo han hecho a mi papá ni en Bogotá, y para mí ha sido una sorpresa encontrarla aquí”. Una cosa supremamente emocionante. La placa, yo ordené que se la hicieran a un tipo que trabajaba el mármol..., y entonces, nunca se pensó..., todavía conservo una pijama que dejó Camilo cuando nos encontramos en Medellín para una reunión de directores de Salud, él era un director también. Entonces, ¡Camilo!..., para mí fue una sorpresa, porque de pronto desapareció y fue cuando vine a enterarme de que estaba en el monte.

Compramos una casa que se convirtió después en lo que hoy es Cajanal, costó $14,000.000, sirvió para que se instalaran allí los diferentes centros de salud a donde acudían las personas: uno para niños, otro para mujeres y otro para hombres, y recuerdo que Gabriel Rosas, en esa época, quería comprar a Cajanal para convertirlo en un hospital, pero se enteraron que las camas no cabían en los ascensores, entonces se desistió de la idea de la compra.

También recuerdo algo muy simpático cuando era director de Salud y director de la Cátedra de Pediatría en la universidad, cuando me llamaron a México para hacer un curso de salud pública, después cuando regresé a Cartagena, para abrir una Cátedra de Salud y enseñar lo que me habían enseñado, todos los alumnos querían matricularse conmigo, dejando a un lado a todos los demás, lo que motivó naturalmente a un disgusto, de los otros profesores.

 

Hay un silencio ahora y Juan Zapata Olivella hace un gesto y declama:

—Si la rosa fuera rosa / si el clavel pudiera retenerte / qué no daría el jazmín por verte / sobre el lomo de una mariposa / Ni el pájaro en su rama silenciosa / ni el hilo del agua por perderte / ni mi ansiedad haciéndose más fuerte / tendría la ternura de una rosa.

Me hace un gesto con los dedos en forma de tijera. Me acerco más a él, con un apretón de manos. Le doy las gracias por haber permitido, estar con él y poder rescatar la gracia maravillosa de unos recuerdos inolvidables.