Letras
Dos cuentos

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Fascinada la quietud

La noche se hacía propicia para la conversación. Él hablaba de las fantasías que había hecho realidad con mujeres de todos los tipos, temperamentos, edades y razas. Ella oía el relato que se hacía eterno, así como cuando alguien escucha caer la lluvia en invierno, sin emoción y sin esperanza de días claros. Sólo parecía sentir el humo de los cigarrillos consumidos que llenaban la habitación y sus pulmones.

La cama era blanda y se movía con suavidad cuando él se acomodaba para continuar la historia y no perder el poco interés que mostraba ella. De vez en cuando ella se incomodaba y corregía la posición con movimientos que producían ondas semejantes a las de un pequeño tsunami que lo alcanzaban a él y lo adormecían.

Ahora hablaba ella. Él se fregaba los ojos para no dormirse. Ella imaginaba que lo referido se hacía poco interesante para un hombre que evidenciaba en el discurso una gran experiencia en cuestión de conquistas. Él, a ratos, parecía frío y en los momentos en que ella permitía el silencio, él volvía a tomar la palabra. Lo hacía como una forma de estar unidos, ella veía un lazo que parecía atarlos, lo veía cuando se acercaba a la puerta, aun cuando hacía gestos de partir.

Luego de transcurrida la madrugada, cada uno se fue por su lado. La habitación de ella estaba diametralmente opuesta a la de él. La casa era inmensa y oscura, apenas una luz tenue salía de ambas piezas para iluminar vanos espacios de un diseño improvisado, de tal forma que al despedirse se tropezaron con la balaustrada que rodeaba las escaleras y que los protegía de no caer rodando por los sólidos peldaños de madera que formaban la estructura.

Eran las cinco de la mañana cuando miró el reloj. Se desvistió y se metió en la cama. Hacía frío. Hizo una llamada. —Ven conmigo.

Se acostaron juntos, el abrazo fue sin emoción y todo pareció llenarse de angustia. Ella recordó a Heidegger y sintió la imposibilidad de comprender el vacío cuando se está frente a uno. Él, en cambio, cerró los ojos y añadió a su lista una historia más para conversarle a otra ésta que ya sería historia. Fue así que un acuerdo tácito apareció entre ellos y se instaló como un tercero en aquella cama de dos. Entonces las caricias y los miembros enredados se hicieron naturales y nada pareció faltar en el menú de aquella madrugada.

El sueño los sorprendió al unísono luego de que el viento de aquella ciudad hiciera notar su presencia como una fuerza oscura arremolinada sobre los techos.

Al otro día salieron de la casa sin recordar siquiera el color de los vitrales ni las formas que habían adivinado los espejos del ropero la noche que recién dejaban atrás.

 

De brujas y de lobos

Las brujas abundan en los cuentos de nuestra infancia. Desde que tengo uso de razón, aparecen en mis sueños vestidas de negro, con una verruga en la nariz y una escuálida escoba que siempre me pareció el más débil medio de transporte. La bruja de la Bella Durmiente, la de Hansel y Gretel, la de Blancanieves, todas ellas tenían algo en común: la increíble seducción con la palabra y los ojos.

Pero a medida que pasa el tiempo, aparecen en nuestras vidas brujas más modernas: las brujas chicas, las viejas brujas, las brujitas, etc. También aparecen los brujos, pero son más escasos por cuanto el campo ocupacional es bastante sexista. En su defecto, aparecen los lobos como símbolo masculino en los cuentos infantiles. Éstos consumen como dulces manjares las carnitas tiernas de niños, cabritillos o cerditos, también acechan a la vuelta del camino del bosque y son los que se disfrazan de corderos para darse los festines más audaces.

Son estos mismos lobos los que ahora recorren las calles de ciudades, pueblos o villas, sólo que visten de sentadores jeans ni más ni menos. Lobitos con más años, lobitos con menos años, lobitos instruidos o instintivos...

Los lobos y las brujas. He aquí el asunto. Dentro del mundo literario son excluyentes. Cuando aparece uno, desaparece el otro. Pero, ¿qué ocurre si estos dos personajes comparten una misma historia?

Si un lobito seduce a una bruja, ésta sabe que tiene puesto el disfraz de corderito, por lo tanto se va con cuidado y piensa en cómo poder trasquilarlo. En cambio el lobo, muy astuto, omite la verruga en la nariz de la bruja y piensa: “Todas son iguales, pero ya verá... la haré chuletas en un dos por tres”.

Por otro lado, si la bruja seduce al lobo, también esconde sus intenciones y detrás del maquillaje oculta la verruga en la nariz. Se va con pie de plomo. Sabe que este animal es puro instinto, pero que lo disimula muy bien, a la vez que se oculta detrás de un aire intelectual que pareciera impresionar a la fémina. El lobito habla, en sus caminatas por la selva de cemento, de política, de ciencia, hasta de poesía. Trata con dulzura a la brujita y esconde bien sus colmillos. La brujis le hace creer que él domina hasta el detalle más doméstico de la situación. El lobo se la cree. Ella, en tanto, teje. El lobito se apasiona, la brujis sigue tejiendo. El lobito quiere mostrarse tal como es, pero lleva puesto el disfraz de oveja y se acalora. La brujis teje con el pensamiento...

Finalmente, cuando ya no hay nada más que decir, la brujita mira con profundos ojos brujos a su lobo y decide no tejer más redes. El lobo queda libre y una vez más se creyó el cuento.

Y colorín colorado, este cuento muchas veces ha comenzado.