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“El olvido que seremos”, de Héctor Abad FaciolinceEl padre, el hijo y la palabra

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Leo un libro sobre mi padre, escrito por otro hombre, digo mi padre porque podría haberlo sido, quizás porque uno siempre piensa que su padre es maravilloso o tal vez, porque lo encuentro similar a uno de los dos padres que la vida me asignó. En mi caso, tuve un padre biológico de oficio militar, a quien sólo vi un par de veces, pero tuve otro, mi padre-abuelo, agricultor, liberal, sindicalista y líder comunal, quien murió cuando yo tenía siete años, mi primer amor, mi primer dolor, pues reiteradamente lo he extrañado en mi adultez, cuando ya no puedo preguntarle sobre la vida.

Héctor Abad Gómez pudo ser mi padre, porque como colombiano soy producto de ese híbrido extraño, la relación incestuosa entre conservadores y liberales, que se ha vestido con tantos nombres a través de nuestra historia y sigue cobrando vidas preciosas como la de ese médico, un buen hombre, quien buscaba la cura a los males de la nación. Su verdadero hijo, Héctor Abad Faciolince, en su libro El olvido que seremos, narra la crónica cierta de los años gratos de la infancia, cuando ignoramos el significado de la felicidad, porque no ha llegado el dolor a nuestras vidas, crónica que se va volviendo punzante, con el recuento de la injusticia y la crueldad de los carniceros. Este libro es importante porque viene del otro lado del espejo, nos hemos acostumbrado a escuchar y leer los testimonios de los asesinos, de los victimarios, quienes justifican grandilocuentemente sus crímenes. Sin embargo, El olvido que seremos es de la contraparte, de las víctimas a quienes intentaron silenciar, obra de esa inteligencia que se pretendió anular.

Padre e hijo están mediados por la palabra. El padre, autor de textos de salud pública, tratados sobre convivencia y tolerancia, columnas periodísticas de denuncia e incluso versos festivos guardados en cajones secretos. El hijo, ya lo conocemos bien, creador de libros de cuentos, novelas laureadas como Basura, incluso de ficción especulativa o quizás ciencia-ficción como Angosta (quizás al autor no le guste esta apreciación, pero considero al género de ciencia-ficción el más sincero, al hablar en futuro de lo que sucede en el presente), libros inclasificables con bello título, Tratado de culinaria para mujeres tristes, y también columnista de revistas famosas. Al hijo la palabra le llegó en dosificadas muestras de cariño, como besos sonoros, pero también me atrevo a pensar por vía hereditaria, Héctor Abad Gómez inventaba palabras como el “mesoísmo” para hablar del centro alejado de los radicalismos y extremistas. La palabra que duda contra las verdades absolutas.

Héctor Abad Gómez, un médico que pretendía curar a los colombianos de esa enfermedad perniciosa llamada violencia, con sus dosis de ternura, justicia y tolerancia. Héctor Abad Faciolince, el escritor, con su libro apunta contra el otro mal virulento, el olvido. Este libro que no es novela termina siendo la mejor vacuna, una fuerte dosis de memoria. El autor sabe que mantener el recuerdo, como la vida misma, es una batalla perdida, pero busca ganarle unas almas y unas mentes al demonio del olvido, la mejor justificación de la existencia, por eso el título podría variarse, El recuerdo que deberíamos ser. A pesar de los asesinados, no es un libro de muertos, es un libro de vida, de quienes aman la vida y de los sobrevivientes, un libro que deberíamos leer todos los colombianos, para salir del pozo de la amnesia colectiva.

Pero este libro es ante todo el testimonio del hijo celebrando al padre, el homenaje al hombre que lo aceptaba tal cual era, sin pedir contraprestación ni exigirle que fuera el mejor hijo del mundo, ni el mejor en nada. Somos testigos de una nueva trinidad, más terrenal, más humana, menos perfecta pero más sentida, el padre, el hijo y la palabra. Que los hijos recuerden a los padres por medio de la palabra, así como los padres desde la pila bautismal han signado a los hijos por medio de la misma. Amén.