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César VallejoVallejo, todavía

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Quiero escribir, pero me sale espuma,
quiero decir muchísimo y me atollo,
no hay cifra hablada que no sea suma...
César Vallejo

Los inefables caminos de la poesía parecieran ser además inescrutables. Conducen por senderos inimaginables y menos transitados. En este largo y azaroso capítulo que aún viven chilenos y peruanos desde la cruenta Guerra del Pacífico, ocurrida en 1879 y que incluyó a Bolivia, se ha decidido hacer un recital con poetas de ambas naciones en el emblemático buque de guerra peruano Huáscar, hoy trofeo de guerra en el puerto sureño de Talcahuano. El Huáscar fue la más poderosa nave que transitaba el Pacífico esos años, blindada, y hoy es apenas un cascarón de nuez en el inmenso océano, la imaginación, y se bambolea frente a las costas chilenas. Con la mancha roja pintada en cubierta donde cayó muerto el capitán chileno que comandaba el buque La Esmeralda, Carlos Prat. Perú reclama la devolución de su buque insigne, donde también falleció el almirante Miguel Grau Seminario y posteriormente otro comandante peruano, Manuel Thomson. Hace unos días recibí de Carmen Abaroa una solicitud de adhesión de una carta para que Chile devuelva además los libros que saqueó de las bibliotecas durante la guerra de ocupación de ese país andino. Postura a la que adhiero públicamente, porque se trata del patrimonio de una nación y está en su legítimo derecho de reclamar y obtener una respuesta positiva. Los imperios coloniales siguen disfrutando de los mejores museos arqueológicos y obras de arte de todo tipo, producto del insaciable saqueo del patrimonio de los pueblos invadidos y humillados en el despojo de sus identidades y riquezas patrimoniales milenarias.

No creo en las guerras del pasado, presente o en las del futuro. Manera tan absurda y primitiva de “solucionar” conflictos y de crear nuevos e insalvables abismos, como los que han vivido Chile, Perú y Bolivia desde hace 128 años. Los resultados de esa guerra no sólo fueron destructivos para la generación que la enfrentó físicamente, sino para la hipoteca de las relaciones a futuro entre los pueblos.

En manos de la poesía no está la solución de nada, tal vez la de un angustiado o regocijado corazón, pero en lo que se refiere a los temas con escenario de pueblos e historia, les corresponde a los gobiernos buscar soluciones comunes, válidas y duraderas. No obstante, toda iniciativa por saludar los nuevos tiempos, allanar caminos comunes, erigir más que transitorias banderas, es saludable para superar los dogmas del pasado, que siguen amenazando como fantasmas reales del presente. Los poetas, después de todo, los verdaderos, son la voz de sus pueblos y representan sus sueños, libertad, sus demandas y nombran en su nombre las cosas que los unen y hermanan.

La fiesta de la poesía siempre es una convocatoria más allá de la retórica y ésta de Chile Poesía (IV Encuentro Internacional), donde Perú es país invitado, adquiere relevancia por sí misma, porque indica que existen caminos para el entendimiento y el diálogo, y además traza ese camino entre la palabra y la acción, la voz y el cuerpo presente, en el rodar del carrete de las palabras. El circuito poético latinoamericano incluye las ciudades de Santiago, Concepción, Talcahuano, Angol y Temuco, del 19 al 25 de marzo.

La cubierta del Huáscar pareciera ser el lugar más esperado del encuentro por su trascendente significado para chilenos y peruanos, cuyos textos se escucharán bajo la tutelar voz y los espíritus de los poetas históricos de ambos países: César Vallejo y Pablo Neruda.

Los peruanos Rodolfo Hinostroza, Miguel Ángel Zapata y Doris Moromisato, y los chilenos Raúl Zurita, José María Memet y Alexis Figueroa, recitarán sus poemas sobre la cubierta de la nave (museo flotante). Esa actividad estará acompañada con marineras peruanas a cargo de la cantante Marlene Guillén y sus músicos. Chile Poesía invitó a poetas de Cuba, México, Argentina, Perú, Brasil, Estados Unidos y el gran homenajeado será el “último surrealista”, el chileno Ludwig Zeller, quien vive en Oaxaca, México, y ha cumplido 80 años. Asombrado y conmovido por este reconocimiento, Zeller ha retornado al país de la infancia. Lo conocí de paso en Chile, poeta del collage, era el tío de un compañero de curso, Luis Gutiérrez Zeller. Ignoraba que había nacido en una pequeña comunidad en pleno desierto chileno, donde habitan los espejismos. Ha hecho un largo silencio Zeller con Chile y ahora lo trae la marea de Chile Poesía, las olas que mecen al Huáscar en la bahía de Talcahuano, donde Chile se reencuentra con su vecino.

La poesía chilena y peruana son de las más ricas y variadas del habla castellana, y sin necesidad de dar nombres, sus poetas han innovado la poética en nuestra lengua, especialmente en el siglo pasado, y si el verbo arrastró las altas copas de la noche, hoy es silencio de raíz inequívoca más allá de su sombra. Está el dolor de las cosas tristes, el canto a la vida, la solemnidad de la muerte, la lucha de los pueblos de América, el amor profundo desolado victorioso por la mujer, la noche insomne de los antepasados, la ciudad, el cuerpo urbano, el coágulo de la espera, lenguaje puro lenguaje, el poema.

Qué dirán los fantasmas / en la cubierta del Huáscar / la larga espera de las palabras / en las frías aguas de Chile / Es mañana, futuro de capitanes / da vuelta la mano en su espina / la poesía es lenguaje de muchas aguas / ninguna como el río / que atraviesa tu cuerpo / la luna que siempre enciendes / al despertar / el sol que alumbra tus días / Humo, la palabra es filo / hilo de nunca acabar / corozo de un animal que amo insaciable.

 

César Vallejo Mendoza nació hace 115 años en Santiago de Chuco, a 3.500 metros sobre el nivel del mar, en la cordillera peruana, y siempre escribió en dolor y profundidad, cholo de tres soles, Trilce, bajó primero a Trujillo, luego en barco a la capital del Virreinato y en 1923 rumbo a París. Todos sabemos qué ocurrió allí, cómo vivió y murió y sufrió y volvió a morir y a vivir. Expulsado de Francia a España por sus ideas políticas, regresó en la clandestinidad y vivió con los huesos rotos del alma, pegado a las sienes de un destino que él anunció y se cumplió en la fecha, día y tiempo climático. Vallejo la pasó mal por una generación de poetas, tragó grueso el cholo, edificó una poesía montañosa, árida, punzante, con vetas de plata.

Lo que importa a Vallejo y en Vallejo es la palabra, que brilla honda, humana, dura, real, huesuda, y la existencia de cuanto respira. Tanta tristeza la de Vallejo que con la suya vivida en un corto tiempo humano y su obra, podría borrar la palabra de todos los diccionarios. Modernista al inicio de Los heraldos negros con Darío y después Vallejo, sólo Vallejo, y por si hubiera dudas, más Vallejo.

“Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora como artista, como hombre ni como ser vivo siquiera. Yo no sufro este dolor como católico, como mahometano o como ateo. Hoy sufro solamente. Si no me llamase César Vallejo, también sufriría este mismo dolor. Si no fuese artista, también lo sufriría. Si no fuese hombre ni ser vivo siquiera, también lo sufriría. Hoy sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente”. Así habla Vallejo de la esperanza.

Todos mis huesos son ajenos; / yo tal vez los robé! / Yo vine a darme lo que acaso estuvo / asignado para otro; / y pienso que, si no hubiera nacido, / otro pobre tomara este café! / Yo soy un mal ladrón... A dónde iré! Así era Vallejo, un visitante de sí mismo, miraba de adentro hacia afuera, en el otro, siempre lo humano, la raíz de lo suyo. Vallejo respira por las vísceras. El lenguaje, las palabras, ya no le servían, empujaba con los codos el verbo, y de su secreta humanidad escarbaba como un cuervo herido las alas negras del dolor de su poesía. Ah, si Vallejo viviera, quizás se acabaría el dolor del mundo, porque él lo absorbería como un papel secante.

Trilce fue un libro ignorado desde un inicio y el mismo Vallejo una piedra en el camino. Se adelanta, es dadaísmo, es ruptura, es Vallejo. Los ciegos dejaron pasar el sol por luminoso. El profesor chileno de la Universidad de Wisconsin, Estados Unidos, doctor Neale Silva, escribió un ensayo de más de 500 páginas sobre la obra.

Vallejo vivió en Vallejo, tropezó, respiró, escribió, se dolió, en Vallejo, nos dejó a Vallejo, todavía nos sigue diciendo su poesía.

 

Vallejo

No seas triste poesía,
Vallejo ha muerto,
doloroso pulmón sangrante,
las rodillas no mueren por asfixia
o al golpe de un vómito.
Polución nocturna,
las palabras se descomponen en sílabas,
una mancha tenue sobre la tinta,
deja que la muerte haga su trabajo,
poesía en una cama con respaldo de hierro,
desnuda el amor,
somos dueños el uno del otro.