Supe de él gracias a mi amiga Marjorie Eljach, quien me recomendó leer Sefarad, algo que le agradeceré siempre, pues me presentó a un autor para mí sin igual en la lengua castellana de nuestros días.
Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda (España) en 1956. Cursó estudios de periodismo en Madrid y se licenció en historia del arte en la Universidad de Granada. Es autor del ensayo Córdoba de los Omeyas (Planeta, 1991) y ha reunido sus artículos en los volúmenes El Robinson urbano (1984; Seix Barral, 1993 y 2003), Diario del Nautilus (1985), La huerta del Edén (1996), Las apariencias (1996), Pura alegría (1996) y La vida por delante (2002). Su labor como articulista ha sido reconocida con los premios González Ruano de Periodismo y Mariano de Cavia, ambos en 2003. Su obra narrativa comprende: Beatus Ille (Seix Barral, 1986 y 1999), que obtuvo el Premio Ícaro; El invierno en Lisboa (Seix Barral, 1987 y 1999), que recibió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura, ambos en 1988; Beltenebros (Seix Barral, 1989 y 1999); El jinete polaco (1991; Seix Barral, 2002), que ganó el Premio Planeta en 1991 y nuevamente el Premio Nacional de Literatura en 1992; Los misterios de Madrid (Seix Barral, 1992 y 1999); El dueño del secreto (1994); Nada del otro mundo (1994); Ardor guerrero (1995); Plenilunio (1997); Carlota Fainberg (2000); Sefarad (2001); En ausencia de Blanca (2001) y Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004). Es miembro de la Real Academia Española.
Muñoz Molina no sólo es un maestro de la narración, sino además un tipo sencillo, accesible, con excelente sentido del humor, sin dejar de ser un gran pensador y un tierno padre de familia. Sus reflexiones en torno a la memoria, al origen de su literatura y al pueblo imaginario de Mágina, están siempre presentes en sus libros. Acá quiero compartir una entrevista que le hice con motivo del lanzamiento de su más reciente novela, El viento de la Luna. Con ella estreno un cuestionario inspirado en el célebre “Cuestionario Proust”.
—¿Cuál es el defecto propio que aprecia más?
Eso es difícil que uno sea lo bastante lúcido como para decirlo, ¿no?... Quizá la dificultad de aceptar la tontería.
—¿Cuál es el defecto que más aprecia en otros?
—La pérdida del control, por algunos motivos.
—¿Cuál es su estado mental más extraño?
—La conformidad.
—¿Dónde y cómo le gustaría haber nacido?
—Yo creo que nacer es una cosa bastante secundaria, ¿no?... hasta cierto punto... en realidad no es tan secundaria, como sabemos. Creo que he tenido mucha suerte habiendo nacido en Úbeda —sobre todo en el tiempo en el que nací. Hubiera nacido una generación antes y hubiera tenido muy mala suerte.
—¿Por qué razón o por quién daría la vida?
—Por las personas que me son queridas. Hay cosas que me importan mucho, pero no sé si daría la vida. Es muy fácil hablar... no sé si daría la vida por las libertades civiles, por ejemplo.
—Si pudiera matar a un personaje de ficción, ¿a cuál escogería?
—No sé, los personajes de ficción casi todos tienen algo bueno, a diferencia de los personajes de la realidad... Esta pregunta me recuerda a un científico que decía que Jehová era uno de los personajes más desagradables de la ficción.
—¿Cuál es su extravagancia más estúpida?
—Comprarme mucho más discos de los que puedo escuchar.
—¿En qué ocasiones dice la verdad?
—Pues procuro decirla con bastante frecuencia. Y si no puedo decirla, prefiero callarme por no ponerme en situación de tener que mentir.
—¿Qué persona viva le inspira más ternura?
—Mi mujer.
—¿A qué persona viva desprecia?
—Desprecio a muchas personas vivas. Desprecio a la gente que usa la violencia o el fanatismo. A todos los que usan la violencia pretextando razones ideológicas, a los que abusan de los débiles... hay un montón de gente que me cae fatal.
—¿Qué palabras o frases jamás usa?
—La palabra “voluptuoso” no me gusta. Frases como “como si de no sé cuánto se tratara...” me da mucha manía, no me gusta.
—¿Cuál es su idea de la infelicidad perfecta?
—Es tener que participar en un acto oficial.
—¿Cuál ha sido su mayor valentía?
—Haber sido capaz de hacer frente a situaciones íntimamente dolorosas.
—¿Cuál es su mayor orgullo?
—Que mis hijos son personas decentes.
—¿Cuál es la virtud más subvalorada por la sociedad?
—Realmente la bondad está muy subvalorada, ¿no? Y creo que es una virtud extraordinaria.
—¿Qué es lo que más le gusta de su apariencia?
—¿De mi apariencia? Pues cuando mi mujer me asesora bien y tengo un aspecto mucho más moderno y más cool del que por mi propia naturaleza tendría.
—¿Cuáles son los nombres que menos le gustan?
—Hay tantos... Vanesa, por ejemplo. No se lo habría puesto nunca a una hija mía.
—¿Qué talento desearía arrojar a la basura?
—El talento para ponerme en situaciones absurdas de las que luego no sé cómo salir. El talento para decir “sí” cuando hubiera podido decir “no”.
—¿Qué es lo que más le gusta de la vida?
—El amor de las personas que quiero.
—¿Cuándo y dónde ha sido más infeliz?
—En 1979 en el campamento militar de Araca, cerca de San Sebastián, en mi período de instrucción militar.
—Si pudiera, ¿qué mantendría de su familia en el tiempo?
—El sentido de la ternura y el sentido de hacer las cosas lo mejor que se puedan.
—¿Cuál ha sido su mayor fracaso?
—No es un fracaso exactamente, pero que noto como una carencia... el no saber música.
—¿Cuál es su posesión menos valiosa?
—Acabas pillándome... Muchos libros que no sé por qué los tengo. Esos libros que se te quedan adheridos, que parece que no te puedes desprender de ellos nunca, que ni los vas a leer ni nada, pero que sobreviven a las mudanzas y a todo.
—¿Cuál es la manifestación más clara de la riqueza?
—La arrogancia y la consecuente incapacidad para ver el mundo más allá de sus narices.
—¿Dónde desearía morir?
—Como dice Lorca: “decentemente, en mi cama”.
—¿Cuál es su pasatiempo más estúpido?
—Cuando no tengo nada que leer, ponerme a leer yo qué sé, un prospecto de una medicina o una revista del corazón. La otra noche en Buenos Aires me vi leyendo una revista que era de entrevista con gente de esta famosa de la que yo no sé nada, además. Esto ya es lo último, ¿no? Saber algo de gente de la cual lo único que sabes es que son muy famosos. Me vi en un café leyendo una entrevista con un señor que se acababa de comprar un perro. Y esa era la noticia. Me pregunté: ¿por qué estoy leyendo esto?
—¿Cuál es la cualidad que más desprecia en una mujer?
—No creo que haya cualidades despreciables en las mujeres.
—¿Cuál es la cualidad que más desprecia en un hombre?
—La brutalidad. La tendencia a ser bruto.
—¿Cuál es el héroe de ficción más deplorable?
—Hombre, Jehová.
—¿Cuáles son sus villanos favoritos de la vida real?
—Los fanáticos y los que están convencidos de que pueden salvar al mundo destruyendo a la gente.
—¿Qué es Úbeda?
—Es una ciudad capital de una comarca en la provincia de Jaén en Andalucía... que a veces se parece a una ciudad que yo me inventé que se llama Mágina.
—¿Qué es Mágina?
—Es una ciudad que se parece vagamente a Úbeda, pero que es más bonita, más recogida, está más limpia y en la que se pueden encontrar a personas imaginarias.
—¿Qué piensa del Premio Nobel?
—Como todos los premios. La gente piensa que los premios se los dan a los escritores. Y son los escritores los que le dan el premio a los premios. Hay veces que el Nobel es bueno cuando se lo dan a un buen escritor. Y es una tontería cuando se lo dan a un escritor que no es bueno. No hay más. Como todos los premios.
El viento de la Luna
El 20 de julio de 1969 la misión espacial del Apolo XI se posa en el Mar de la Tranquilidad, convirtiendo a su comandante, Neil Armstrong, en el primer hombre que pisa la Luna. Las noticias sobre el viaje son el hilo conductor de esta novela protagonizada por un adolescente que, fascinado por estos acontecimientos, asiste al nacimiento de una nueva época; el universo que le rodea comienza a serle tan ajeno como su propia felicidad infantil.
En 1969 la vida en la ciudad de Mágina transcurre con la regularidad con que las cosas han sucedido siempre, en el tiempo en apariencia detenido de una larga dictadura. Antonio Muñoz Molina transmite como nadie la fragilidad de instantes capaces de cambiar una vida, como la llegada del primer televisor a casa, la conciencia del incalculable consuelo de la lectura o el descubrimiento de un secreto que ha marcado a la ciudad desde la Guerra Civil.
Historia de iniciación magistralmente narrada, El viento de la Luna posee elementos que remiten al mundo de escritores como Salinger o Philip Roth, pero también es un nuevo episodio en el ciclo narrativo de Mágina, como reconocerán enseguida los lectores de Beatus Ille y El jinete polaco. La imagen de un futuro de ciencia ficción a los ojos del protagonista que ya es recuerdo nostálgico para el lector, es uno de los mayores aciertos de esta cautivadora novela.