Letras
El vasco

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Hace doce años que no habla...

Todos los días se lo puede ver pasear por la plaza. Una enfermera uniformada lleva la silla de ruedas.

El mentón clavado en el pecho, los ojos muy abiertos, la mirada perdida dirigida hacia el frente. Un hilo de saliva corre por la comisura de los labios. La enfermera lo enjuga con un pañuelo.

Ya sé dónde vive, lo he visto entrar y salir del edificio.

Cuando llueve o hace mucho frío también lo veo por el balcón, detrás de los vidrios, en la misma posición, con la vista hacia el río como mar.

Cuando pasea por la plaza siempre lleva una pizarra en la mano que dice: “Buenos días”. Si alcanza a ver un conocido la levanta todo lo alto que puede.

La manta escocesa sobre las rodillas. Una linda gorra cubre sus cabellos largos y blancos.

Son dos vueltas a la plaza y luego hay que parar frente al edificio Cavagna para ver una pincelada del río, los barcos que buscan el mar, lo dejado, lo anidado en el corazón, luego otra vuelta más y volver al edificio.

Hoy es distinto. Viene una marcha “piquetera” y se detienen a observar. Están en la zona de los vendedores ambulantes y los comercios clandestinos. Desde arriba de la plaza se distinguen. Demasiados bombos, demasiados ruidos. Rostros con capuchas, palos, mujeres y niños dispuestos a todo.

De pronto una bomba de estruendo, otra y otra más. ¡El fuego..! Y la policía que carga despiadadamente.

Vuelan sillas, mesas, muebles, pollos a medio limpiar, pedazos de carnes y verduras, ollas, un sin fin de cosas...

El vasco se incorpora, cae la silla de ruedas por las escaleras de la plaza, alcanza a caer sentado en un cantero y entonces con todas sus fuerzas grita: ¡GUERNICA!