Letras
Poemas

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Mujer de humo

Apareces cuando quieres,
te haces espesa y altiva,
aun cuando no me cubres.

Distinta a la misteriosa niebla,
contaminas el aire puro que busco,
metida estás en mí por gusto.

Otros aires me reclaman por ahí,
olvídate de tu inhalador, que al
soplarte me habré desecho de ti.

 

El jardín de las delicias

Voy a escribir un poema antes de que se termine
esta noche de lunas verdes que me arrojan espinas,
en los escasos adoquines muertos de frío.

Lluvia en el calor de las comas de mis fantasías,
animales que nos llevan a través del jardín de las delicias.
Atrápame, ahógame en el sangriento lago de tus labios.

Extirpado de la kilométrica naturaleza de tu lujuria,
y alimentado por el dolor de tus uñas sobre mi piel,
busco al hombre que plasmó la burla de mi dolor en miel.

 

Fleur de lis

Eres tanta mujer que no me alcanzaba la vista,
el escucharte me es una suave llovizna eterna,
Tus labios el cálido misterio de la futura procreación de
nuestras lejanas manos fundidas en dolor colectivo y personal.

Notas nunca tocadas sobre la tierra dura del ayer;
francés americano que hace llorar a la guitarra
de placer y deseos, bombos desconocidos del sur.

Luz mía que entras en la penumbra pletórica de mi exilio,
nombre santo y eterno de la madre de millones acompañado por
guerrero águila o jaguar de una trilogía que me hizo vibrar.
Abro un cofre en la ambigua luna de aquí, un amor que vuela.

Sentado en la mesa de mis raíces te preparé la bebida
en el jardín de la flor de lis, génesis de lo que somos.
Mestizo de sangre te cubriré con el viejo encanto de nuestro origen,
mujer mía, hombre tuyo seré, acéptame o explotaré.

 

Llaves de desencanto

Quiero creer a través de mis lágrimas
ya concebidas, mas no natas.

Quiero poder dibujar mi voz de niño
en papel de estraza.

Quiero batirme entre labios dormidos,
donde sucumbe un pañuelo bañado por el suelo.

Quiero entregarte rosas de valor,
con espinas de dolor.

Quiero recrearme en la Verona lluviosa,
para tocar tu pecho de Giulietta melodiosa.

¿Qué pensarás ahora que te desterré de mi poesía,
que estás lejos de mi pensamiento, fuera de mis lágrimas,
y suprimida de mi aliento?

¿Aún respiras el ácido embriagador de tu soberbia?

Tabula rasa, querida.

 

Sudando el papel

Siento la música que se agolpa en mi cerebro,
con cascadas de sangre chorreante,
de vacilaciones con ritmo,
y de luces que llaman a mi canto jadeante.

Se vuelcan los versos novelescos,
en un drama que alberga mi cabeza.
En bandera colgada a media asta,
marchando van las hadas de historia diversa.

Rayos de crema batida sobre la espalda,
de quien no se alcanza en la cabalgata.
De ropa roída y de nubes descoloridas,
es el grito de mis venas ya partidas.

Sudo sobre el papel de letras formadas,
ellas me hablan, sienten y espantan.
Es fuego sobre dedos descansados,
en una carta hiriente de favores soñados.

 

El calor de tus entrañas

Me adentro entre tus entrañas,
fumando un cigarrillo de terciopelo amarillo,
viniéndome desde el más furioso de mis mares,
contemplando tus viscosos telares.

En el crepúsculo interior de tus vísceras,
escucho cómo es La Vie en Rose,
mientras trago un poco del humo rojo que emanas.
Una actitud que sólo el diablo conoce.

Siento el calor que guardas dentro,
del mal olor que revienta la flor,
recordándome el napalm
de muerte y codicia en Vietnam.

Prendo uno, y dos, tal vez ya son tres,
en escenarios blasfemos, y sucios,
de una escuela de libertinaje
construida con cadenas de placer.

Ya son muchos, en esta noche,
de temores recitados en carne podrida,
por un hombre sin rencores,
que su nombre a gritos él olvida.

Magia de un perfume de mujer mojada,
conocida, apreciada, antes amada.
Reconociendo el reflejo de la vela,
perfecta incólume, enteramente entregada.

Ya son bastantes cenizas sobre el plato,
de muchas lenguas, ellas vivas y muertas.
Son sales sin filtro de pasión esperada,
en cánticos nacidos en la rítmica Jamaica.