Letras
Contemplación de la utopía

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1

Veo el silencio, allí,
   debajo de la hierba
              y el cedro azul

Precede la mirada.
y ennoblece mis manos

que acunarán el canto

Una brisa distinta
sabia de almizcle y trébol
               pasa

Y escucho voces
            de un dios que gime
                        en la penumbra.

 

2

A veces,
    sólo con una gota
            riego todo el jardín

el que no tiene bordes

    el que cabe en el hueco de mi paso

 

3

Un huerto con jazmines
   en el silencio de mis ojos

intento de cántico y mirada

y el bullicio,
         estrépito de cristales demoronando
                         el cuerpo y sus rincones

Cómo allegar, entonces,
        al secreto inefable de tu abrazo!

 

Tres poemas

Uno

Despedida

A Nazarena, 27 de setiembre
1997

Sepultaba la rosa de la infancia
un crepúsculo azul de primavera
con su cuerpo sutil, donde la espera
trocado en nada había su fragancia.

En mi oído vibraba resonancia
de lejanos adioses; y a la vera
del hueco impertinente en la ceguera
se abría para siempre la distancia.

Era un dulce retoño deshojado
yéndose irremediable, gris, inerte,
como asintiendo al eco de un llamado.

Y entendiendo su adiós, su oscura suerte,
permanecí velando su cuidado
donde vi el anticipo de mi muerte

 

Dos

Poema

Aire de agua.
Sangre del ocaso.

Emigra el cielo
su esplendor de bujías,
y por el este
afluyen mis fantasmas.

Nace la noche,
primera,
en el río que escolta mis cenizas.

 

Tres

Junto al Ádige

Trento, diciembre de 2005

Qué don nacido en el silencio,
esa tarde,
crepúsculo de nieve junto al Ádige.

Un amor florecido más allá de los cielos
redimía mi canto,
como surge en el alma el gesto íntimo
de lo que es verdadero.

Y el Ádige corría...

Opacaban sus aguas las sombras poderosas,
imagen de la vida,
imagen del destino y su clamor
más puro.

Un perro trastornaba la nieve con sus juegos,
las ramas se mecían desprovistas,
y a lo lejos comenzaban a encenderse en la noche,
la nostalgia, el asombro.

Y el Ádige pasaba...

Blancos y transparentes como árboles
heridos,
atisbábamos la futura distancia irremediable.