Letras
El rescate de los meses

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En la costa normanda, a hora temprana, no necesitaba
a nadie. La presencia de las gaviotas me molestaba y las
espanté a pedradas. En sus cuchillos de estridencias sobrenaturales
comprendí que era precisamente lo que necesitaba, que sólo lo
siniestro podía apaciguarme, y que para hallarlo me había levantado
tan de mañana.

Emile Cioran

Notas en el diario de Natalinna

9 de abril del 1987

Me invade esa nostalgia de quien ha callado muchas palabras para no sufrir un final a golpe de palos. Se va haciendo más fuerte mientras miro un corto de algún director francés, va creciendo y creciendo justo en el acto en que un chico blanquísimo y escuálido le hace el amor a una mujer asiática que acaba de conocer. ¿Será posible así el amor? Porque él nunca había conocido a una... y su lengua jamás... esa baba salada que resbalaba... ese olor del que se viene... se va.

Fue como aquella vez. Recuerdo. Aunque no tenía yo ojos rasgados y tú no eras escuálido. Pero las sombras, el colchón, las sábanas, la puerta tocando al fondo tan parecida y tu presencia siempre llenando todo el piso. Era para no creerme el cuento que me estaba echando la vida que se ríe enseñando la muela de atrás. Me pregunto si a las demás les pasará lo mismo allá donde estás. Porque es tan diferente todo y abundan tus facciones al norte, don’t ask if so and so slept with so and so... the answer is always yes y hace tanto frío. Te rompe los huesos el frío. Te arruina las tardes el frío. Te quiere ver muerto el frío. ¿Extrañarás los vapores de este mar que hierve al ecuador? El calor que sale de mí y que no encuentra salidas en Manuel. Su concentración se parte en letras de las que normalmente me hace cómplice. Él siempre así desde el primer día, diciendo que es mejor tocar el piano sin saberlo, llamando cada mes por su nombre, cada color por su color. Aún hoy paseamos por las calles contaminando cada esquina con humo y colillas, escuchando las voces de los ángeles que se ahogan en la seguridad de cada funda que compran en una tienda exclusiva del centro comercial, confundiendo la luna con cada farol amarillo. Quiere tanto que le quiera.

Me pregunta: ¿son blancas las piedras?

—Las que te hacen caer y dar, rodar por la calle, y te las vuelves a encontrar mañana, pasado, son a cada rato blancas —pero él no sabe porque ni lo indaga.

No imagina que te gusta el helado de chocolate, ni que al soñar a las cinco de la tarde te despierta el timbre de alguien desconocido que llama al teléfono, ni que te fuiste, ni que te fuiste y no dijiste nada. Tampoco se lo he explicado, porque a Manu no le importan tal tipo de insignificancias. Está el sol, el coche y nos encontramos en medio de una isla forrada de estupefacientes, como dos Alicias en espera de un sombrero de sobretodo rojo, volcado. No le importan los amores perniciosos a distancia de los que se quieren, pero nunca el mismo día, aunque sea el mismo día y la misma ciudad.

Él no sospecha que nunca fuiste azul, que nuestros días tampoco lo fueron pues te debatías en los tonos más cálidos que brindaba el Caribe, tan lejos de lo acostumbrado a ver por tus ojos. Y te me perdiste como tantos otros rostros. Tus manos de mujer se me olvidan en una caja arrumbada con muchas más... con cubiertos, servilletas de tela; lo que siempre pidieron tus anhelos mediocres, tu nunca querer otro cuerpo, otro pecho, otro desierto. Cuando pretendí que Manu escribiera algo sobre ti, tapaba sus ojos y se bañaba... luego me repetía canciones de amor la noche entera, luego me regalaba esos besos para que durmiera, se partía en dos, fumaba, luego me quería. Al final llevaba la sonrisa de felicidad de las salas de espera en los hospitales. También te amaba.

 

21 de abril del 1987

Para cuando te conocí todo lo mío era blanco que esperaba abarcarlo todo, una historia que se cuenta y nadie la cree. A Manu le pasaba lo mismo, entendiendo que éramos dos que se multiplicaban por cualquier número cuyo resultado quedaba al blanco.

Ahora ninguno pronuncia el nombre que una vez tanto creó. Ahora dormimos. Respiramos. Nos trepamos sobre la pelvis de cualquier cuerpo con rostro hermoso lleno de bucles. Nos mortificamos lejos deseando no volver a toparnos en ningún parque o en el capítulo cinco de Rayuela. Y tenemos que vivir con estas copas desbordadas en agua mala. ¿Como ayer? ¿Y dejar de hacer? Y pasar por las calles pretendiendo no dejar las marcas para asfaltar como quiera de nuevo lo nuevo. Lo veo en todas partes: vuelan las flores y las cortinas blancas, porque todo lo mío sigue siendo blanco.

 

En la tarde

Entonces queda tan claro el final... y punza fuerte justo aquí... en el vientre.