Letras
Folletín con tinta animal

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Uno

Me hacía sentir el personaje que era ella o yo, en una esquina del insomnio, en esa corredera en silencio que la noche otorga al paréntesis... me escribía, escrituraba, 24 horas al día, el cuerpo marcado por unas vocales infantiles... Y me decía, interrogaba con un tono casual: ¿y por qué tengo que tener cuidado, Marlon..? Así me llamaba, como en un filme de Nido de ratas, algo parecido a la antesala de la fama, aunque ya se sabía que el norteamericano era un actorsazo y dejaría en un papel de calco sus actuaciones para que las repitieran en su propio estilo, tipos como James Dean, nada menos. Era su rollo y lo sostenía con palabras, imágenes, sobre todo poderosas metáforas, y yo en esa época no sabía si tenía un espejo frente a mí o un cedazo que me regateaba el destino. Hay paisajes para olvidar y otros se hacen parte de la retina.

 

Dos

Se adentraba en una cierta lujuria verbal, trazada por esas reflexiones tan íntimas, psicológicas y muchas veces amputadas en un doble caos, desglosándolas en pausas livianas, ásperas, llenas de miedo o esperanza. “Estoy mirando para adentro, pero bien”, se reafirmaba en el yo-solo, ese frente a sus propias horas desmanteladas, ruinosas, pero con el doble fondo, de todo irá mejor a pesar de... Sabía aflojar las tensiones, aunque fuera en palabras, porque también decía en voz alta: Se me parte la cabeza, el hígado no da más, discutí y me atacó el hígado. Expresión literalmente visceral, absolutamente corporal de bilis adentro. Evacuaba lo que no podía reciclar, una autoterapia referencial, pero muy metida en sí misma, porque le gustaba palparse, no sólo exteriorizar, sino submarinearse, si la licencia literaria me lo permite. Auto respirarse, es un encuentro consigo mismo, aunque sea de la asfixia. Pero sucede. hay quienes transforman esa introspección en un hábito y no sé si es bueno. Es como pasarle revista a la yugular. Bueno, yo diría un animal absolutamente indefenso. Desolado de sí y consigo mismo.

 

Tres

Cuando no quería estar con nadie, ni consigo misma, se montaba en su silenciosa bicicleta. Ahora sé que huía de ella y de paso me incluía en sus distancias. ¿Una manera de ver o arrastrar el presente? Cuando caía en ese pozo, sus mejores mensajes eran pura taquigrafía, un par de líneas formales, que yo había dejado de leer y buscar alguna explicación. Me parecían más interesantes algunas afirmaciones rotundas, como descolgadas, donde referencialmente me marginaba y no al mismo tiempo. “Salí reconfortada, muy de acuerdo con que el arte no es interpretable”. Aludía a un foro y también de paso a un poema mío, o alguno de esos escritos que más vale no referirse a ellos porque carecen de cabellos para jalarlos. Se arrastra lo que se lleva en el alma y cabe en una o dos manos. No más. Eso fue lo que le dije. Esto es de ella, y complementa lo que me ha querido decir todo este tiempo: “Igualmente lo que constituye lo particular como hecho artístico está relacionado con un bloque en el campo perceptivo, en el cuerpo, pero un cuerpo nuevo que se crea, tan así como si fuéramos a bailar y esa música genera movimientos nuevos, cuerpos nuevos marcados por un ritmo, los cuales si apagáramos la música y ese movimiento seguiría, estaríamos en un terreno de lo ridículo. Por lo tanto el arte estaría creando cuerpos nuevos, contorneando golpes físicos de percepción, no es el cuerpo de la pornografía, no es el primer plano de la eyaculación, adonde a nadie se le ocurriría preguntarse por el director, o el sujeto que hay detrás, se trata de cuerpos nuevos”. Esto fue, creo, lo que la reconfortó.


Cuatro

Ahora, expresiones como éstas le hacían filosofar irremediablemente, salirse de todo contexto, adentrarse a un mismo vacío o vaciarse en un no me gusta hacer de lo particular algo general, ni de lo íntimo algo público, no corro tan rápido, así como el vaso de cerveza que se desliza por el mostrador en el filme El francotirador, con nuestro amigo De Niro. Sé hacer pausas, remachaba, y sé cuando hablo de lo público y cuando me refiero a lo social, a veces consecuencias, a veces anécdotas. He conocido gente bien posicionada y con buenos criterios, el pensamiento no siempre conduce a la miseria y al fracaso. Esto venía a santos de algo que yo dije y ella interpretó como una diosa desencantada, y muy despachada, pero contenida en la reflexión, aunque no dejara de impartir su latigazo. Matizaba desde luego, con lo cotidiano, de paso: voy a buscar un bronceador. Eran muchas ganas de irrespetar lo trascendental o una manera de vaciar el jarrón hacia ningún lugar.

 

Cinco

Cuando recibió un llavero de caracol del otro lado del Atlántico, no tuvo más palabras que festejos llenos de asociaciones y resonancias. Nada importaba más alrededor, ni frente a sus sentidos. Se entregaba a eso que llamaba privilegio de sus sentidos y de quienes tenían esa oportunidad de vivir en las proximidades del mar. Aquí es un río marrón, peligroso y furioso a veces. No comparaba, sino más bien desligaba responsabilidades frente a sus sentidos, al deseo que superaba sus frases más precisas y autorizadas. Una asociación literal, de un manojo de pensamientos colaterales, y quizás no estaba para eso, pero cómo reprimirlos si venían como perros en un callejón sin salida. Con algún ruido, que es el mar de fondo que deseaba poseer. A veces me descomponía su claridad, coincidencias, sus acertijos que eran pequeñas grandes verdades. Creo que no se daba cuenta. ¿Nunca se daría cuenta? ¿O era yo el que creía y ella sabía? En verdad se mezclan las cosas. El presente tiene esa particularidad de ser un tiempo corrido. Tal vez quería nombrar con alguna autoridad un pasado que le pesaba, le descosía el hilo conductor de sus días. Así resultaba todo, y volvía, como en un espejo de circo a reflejar su realidad, las palabras que le acompañaban y que en principio quería que yo sumara a mi propia atmósfera —¿Se habrán conocido Liz Taylor y Marlon Brando?, porque tú eres Marlon—. Tenía algunas ideas fijas de lo que yo presumiblemente hacía y no. Se me caía la cara con pedazos de risa. Era inútil sostenerla... En esa descripción libre y literal, creía que caminaba con una camisa de botones abiertos. (Algo que nunca estuvo en mi mente, por cuestiones de antiguo capitalino de una ciudad sureña acartonada, algo formal y sumamente retórica en los colores, aunque todo cambia, pero no el mal-gusto. Gente de color, con ropa de color, formaba parte de este escenario, lo cual no estaba errado en el Caribe. Me veía pasando por la puerta de un aserradero y con un reloj brillante en la muñeca. ¿Los relojes brillan o sólo el mío? Saludaba amablemente, sostenido por un pantalón crema, absorto, y compenetrado en una sola idea).

 

Seis

Me agradaban más sus comentarios y referencias literarias. Su pasión por sus autores favoritos y no tanto, más bien el ejercicio a secas con la palabra, algo que verdaderamente compartíamos. No tanto porque estuviéramos de acuerdo o no, más bien por los silencios, esos espacios que se dejan en una y otra afirmación para que el otro adivine y respire. Lanzaba frases, opinaba, y lo hacía bien, con su estilo sin concesiones. Es una manera respetable de ver y sentir la literatura. Ahí desaparecía Marlon y los autores llenaban los malditos espacios. “Hay que abrir de par en par las ventanas y tirar todo a la calle, tirarse uno y sobre todo las ventanas, es la muerte o salir volando” (Julio Cortázar, ponía entre paréntesis). Esa era una indirecta conmigo, para que tomara decisiones, asumiera situaciones, me lanzara. Y tenía razón, la inmovilidad es un pariente pobre de la cobardía. Era una aproximación, a sus propios intereses, porque terminaba diciendo además que tenía que aguantarse su inconsciente. Y después venía lo tajante, porque había despertado mal de una siesta: Un abrazo, cuando me recupere aparezco en el discurso, porque siento que no estoy en lo que digo, sucede a veces.


Siete

La red está para intentarlo, ¿acaso no es un instrumento para atrapar peces?, te preguntabas y respondías con un fardo de imprecisiones, silencios, intertextos para descolgarte como una paloma herida de tu cornisa despeñadero. Sobre todo para especular, así se espera el pez en la red, con paciencia, más que un anzuelo, el desafío del Otro, que aparece y desaparece en la profunda espuma del silencio. Viola lo que no se ve, quizás se toca con más sentido y deseo. Cuando llegabas al tope del tope, donde descifrar no es un riesgo sino una cadena sucesiva de equivocaciones, aparecías con tu frase realmente real: sólo las mujeres entienden a las mujeres. Yo no entraba ahí con mis pantalones y vellosidad de bestia no reciclada. Salta como en rayuela de un capítulo a otro, sin incomodarse, y se saturaba en el texto, se decodificaba sobre la pianola de su encanto. Eran signos sutiles, blandos, musicales, como cantos de pajaritos. Asomaba a una gran ventana con los ojos que acortaban distancias y hacían crecer los paisajes. Volaba la imaginación y el tiempo se ajustaba un poco más a la precisión de sus deseos. Había una constante autoexploración, un pa(i)saje continuo por lo que llamaba el mundo interno, un universo cálido y frío, a la intemperie, que le gustaba presentarlo con oscuridades y sombras más profundas, matices de transparencia, pero donde nada es lineal. Era capaz de ver la profundidad del iceberg, como su silencio rompía la paz del mar o avanzaba sin inmutarse mostrando parte de su superficie, que nunca era todo. El hielo podía estar silenciosamente detenido, profundizándose a sí mismo, ganando poder en el misterio de su paso, al acecho del azar o sostenerse plácidamente como en una piscina.


Ocho

Volvía a la escritura cero como si nada. Es decir a un silencio ortopédico, pero retomaba su mejor ángulo con opiniones muy personales sobre la vida y escritura de algunos poetas. Era como porfiar sobre su propia escritura, un buen verso puede hacer la mañana. Así de simple. La urgencia que tienes en escribir no es igual a la de todo el mundo, corres contra el tiempo, como si los días no alcanzaran, estás descansando un sueño sobre un reloj de arena. Cada segundo se juega el tiempo que resta que tiene que ser fructífero. No me dejaba aire. ¿Memorias de una paralización?, ella se interrogaba. Ponía un límite sobre el límite. Y luego se internaba en otros temas. Lo del sol es apasionante. El amor no es un lugar común. Es un hecho a construir, me hablaba de una cierta arquitectura del amor, la artesanía del Otro. Ella tiene tu tinta, decía como una mujer del medioevo. Veía su figura impresa, cuando Gutenberg nos abrió el mundo de la impresión. ¡¡¡Qué impresionante!!! No dejes de escribir, es lo tuyo, a eso viniste. Yo te veo más allá de la presencia real. Estoy frente a tus palabras, meditando. Me conmueve tu persistencia en el amor, después de haber vivido tanto, y cómo seguir creyendo en el motor o en ruido que nos hace cosquillas en el estómago. Me rotulaba hasta las vísceras en un afán por alcanzar mi Yo, que en el fondo era su propia búsqueda, el abrazo de la muda distancia, el reflejo del yo no estuve. Flotas en líquido amniótico, ahora no es ayer, ni mañana (Borges), ahora es la mano, la mente, el instinto, debes dejar esa marca, llegaste a percibir cosas que jamás hablarás con nadie, ni el oro del mundo podría arrancarte ese secreto (profética), esa voz que desde lo interno impone un trazo de nominación, “soy r.g., vine a este mundo para escribir”, sabes quién eres, tomaste forma en el transcurrir de los años, fuiste analfabeto, fuiste infante, cobarde, valiente, miedoso, altanero, compasivo, errante, disciplinado, olvidado, recordado, padre, hijo, marido, amante, amigo, y ahora sellas eso en un decir, corres contra el tiempo, como si los días no te alcanzaran, estás descansando un sueño sobre un reloj de arena —repetía—, no puedes esperar a nadie... Yo en estos días de fechas, 22 en lo personal, sólo escribía en medio de los carnavales...

 

Nueve

Cuando le relataba algún sueño, de esos que ocurren fantásticos, en comunión perfecta, toda la imagen a la levedad del ser en el Otro, transplante absoluto de médula a médula. ¿Cómo soportas eso? ¿Estás místico, en trance o comiste amapolas? Me veía, después de sus palabras, en un sendero ignoto de Afganistán con mis amapolas rojas volando por esas montañas llenas de Mahoma. Sentía mis alas de Ángel Rojo que dejaba los espacios lejos de mi cuerpo, el aire, nada más simple que nada. Y aterricé como en defensa propia: pero si Kundera ya no suena, ni truena. No deja de ser un buen escritor, apuntó. Eso es cosa del mercado, la crítica, los que manosean la literatura verdadera y escupen por los ojos. Era difícil agregar una sílaba. Y volvemos al juego que es vivir la vida, que es igual a puro juego , que es igual a puro fuego, y ahí se iba desmadejando en el lenguaje de asociaciones, como cuando la rueda un niño la hace rodar sin destino, ni tiempo. Ahora, no sé si ella era literatura o la literatura la imitaba a ella, pero todo tan próximo al verdadero folletín: “Me da fuerzas saber de ese amor, es una sensación extraña que me cabalga en el espinazo”. Hacía una pausa, y como en una carretera cambiaba de vía, porque se trataba de avanzar hacia alguna meta, al menos lo intentaba. Los poetas son el principio y el fin de algo... con el tiempo uno llega a saber que no hace falta nada, ni siquiera escribir... la literatura es juego, jugo de un fruto sagrado que a veces se avinagra... Anoche soñé que nadaba en contra de la corriente de un río que es como una catarata de fuerza, turbulento, gris, rocoso... sentía el esfuerzo en mi cuerpo... me desperté cansada... intentaba agarrarme de la costa, y la corriente me volteaba, pero seguía con esfuerzo... la metáfora de este año, eres mi compañero de nado, contra viento y marea hacia adelante, ¡¡¡y me ganas en las brazadas!!! O, anoche escribí esto...

 

Diez

Me frené con Joyce, quizás sea mejor viajar a Dublín. El irlandés que hizo todo lo que pudo por la novela. 20 mil horas en el masturbatorio de Ulysses, escuché una vez a un sacerdote sin púlpito, en el pálpito verbal, ambulatorio, de ese sermón que irradia sospecha. La literatura es sospechosa, pero por alguna razón. Lo mejor quizás sea no contar la historia, dejar que el lector se haga cargo de su propia historia. La literatura se siente en la piel y prefiero recorrer Dublín de la mano del irlandés. Supiera JJ esta declaración explícita a un recorrido total por la ciudad y su noche, el río que la cruza, ella era así, asombrosa en la sombra del destino. Ella le pedía a un ángel que le reparara la vida. No tenía reparos, en verdad, pedir por todo lo alto. Es mi oración por ti, en estas palabras que pueden parecer formato de funcionario público. Estoy sorprendida con tu relato, me pareció de muy buen nivel... son textos más globales y ahí aparece tu relato, novelado... ese texto está cargado de poesía... Bueno, me voy a ir a ver una película más intelectual, esas de cine club, por decirlo de alguna manera. Me compré unas sandalias y ya camino por la ciudad. Cosas mínimas, pero ocurren. Al salir del trabajo, hoy por la mañana, me encontré con un niño de 11 años, y hablaba de las diferentes dimensiones, parecía un erudito, hablaba de que un gusano podría trasladarlo a otro espacio, de mundos sutiles, y pensé que ese niño eras tú, que también estabas allí, como ayer, hablando del “mensajero del gusano”, ese niño y tú se conocían.

 

Once

Igualmente, el presente se ilumina con pequeñas cosas que lo van enriqueciendo, y esto por ahí es algo nuevo y te abre espacios en el alma y en el cuerpo. ¡¡¡Adelante, Marlon!!!, ¡¡¡recuerda El último tango en París!!! Ahora es ahora. Sabía ser lápida de su sombra, noche de su luz, tiempo de su tiempo. Volvía con el célebre Brando, el último símbolo dorado de Hollywood, que se engordó y fracasó hasta la saciedad al final de sus días. Remató su fama y aun así no podía pagar sus deudas. En qué línea, trazos de esas situaciones podía estar su caricatura metafórica. Un misterio, en verdad, de esos que someten a su propio autor. Marlon partió en el quirófano de la existencia, perseguido por los fantasmas del espanto. Pasó el actor y se instaló sobre sus nostalgias, el ruido invisible, pero real, de lo cotidiano, con sus muecas y ridiculeces, la exactitud de lo realizado. Levantarse una mañana oscura, cuando el alba cae a suaves lentos negros brochazos y enredarse hasta caer de rodillas, es como tomarle mal el pulso al día, pero sucede y es mejor reír. Y de ese pequeño accidente saltaba a lo estrictamente literario: estás alcanzando metas increíbles con ese personaje, algo más sedimentado, universal, hay un leitmotiv, un escenario cinematográfico con sus distintas cámaras. Le encantaba la plástica y por eso me dijo: Esa pintora amiga tuya, no tiene mucha tela para cortar. Se me volvió a caer la cara de risa. Y seguía desbordándose en eres tú y tu única mujer, la palabra, en su intensa femineidad, sólo ella te llevará a la felicidad soñada. Opiniones, porque todo de alguna manera estaba cayendo en la justa medida de lo posible. Eran más las lecturas, sin duda, no sé si las coincidencias y ciertamente no había por qué tenerlas. Los poetas no se discuten. Se aceptan o rechazan. Son tan personales, íntimos, arbitrarios. Que entonces para qué. Mejor dejarlos en el hilo de su propio carrete. D. Thomas, Trakl, Panero, Pessoa, no sé, otros, Donne, bueno los que van cayendo a la mano de oído en oído, que son las mejores lecturas finalmente.

 

Doce

Bolaño también escribió poesía, quizás libros que caben en una mano, pero ahí está el germen de su narrativa, sí, de sus grandes novelas. Joyce escribió primero poesía. Los grandes narradores nunca abandonan la poesía o la poesía no les abandona afortunadamente. Dejaron el libro del poema, pero no la poesía en sus libros, y casi todos se ufanan: yo comencé como poeta, como si dejaran de ser poetas porque no cortan las frases hacia abajo, en vertical. La poesía hace la diferencia en cualquier escrito. Las bicicletas tienen poesía. Kafka recorría Praga en bicicleta. La ciudad sería ocupada por tanques en repetidas ocasiones y andar en bicicleta era como pasearse vestido de mariposa. Las bicicletas son poéticas. Una verdadera extensión de uno mismo. Recuerdo cuando aprendí a andar en una bicicleta de mujer. Esa emoción me persigue hasta el día de hoy. Entraba a una callecita sin salida, más bien un pasaje, temblando con las ruedas, cayéndome en el aire, pero perseverando con la bici como si nada, en la más pura preadolescencia. Las bicicletas son dos ruedas que ponen a vivir plenamente la vida. Pienso en El cambio de rueda de B. Brecht: “Estoy sentado al borde de la carretera, / y el conductor cambia la rueda. / No me gusta el lugar de donde vengo. / No me gusta el lugar a donde voy. / ¿Por qué miro entonces el cambio de rueda / con impaciencia?”. Mis dos ruedas de la infancia sólo giraban y yo pretendía mantener un supuesto equilibrio, que no siempre alcanzaba. Brecht pedía algo más en aquellos tiempos sombríos, uniformes, deformes. El hombre siempre debe pedir más en favor de los demás. Es un buen principio, como combatir una rueda, encontrar una dirección, saber que el camino se puede bifurcar. La obra de Brecht se ha evaporado en Alemania, después de la caída del Muro de Berlín. La estupidez es una hazaña del mundo digital, frente a un autor indispensable del siglo XX.

 

Trece

Era entrar en otro tiempo, se me ocurría definir así las cosas, voladamente. ¿Cavar una tumba o abrir un poema sobre la página en blanco? Ni hablar, para no revolver la memoria, es mejor dejar que el paisaje vuelva a su lugar y dejar que convierta en rutina el sitio ya conocido. Fue muy frío el aporte de la escritora húngara, que tú repetiste a propósito del invierno, sí, esa que trabajó en silencio en una fábrica de relojes, como salvada por el tic tac de las tropas soviéticas cuando invadieron Budapest. Una húngara agria, que ya no cree en la literatura, porque tal vez es una escritura de la denuncia visceral, vivencial, estomacal, el minuto feroz del hígado personal. La literatura es un juego más arriesgado quizás, pero no deja de ser una apuesta personal. Cualquiera está en su derecho de escribir y abandonar el lugar del crimen. Con risas o pesadillas, pero se trata de un acto legítimo entender también el vicio que le acompaña. La escritura es una rutina que se hospeda como un cangrejo en su concha. Busca mar, río o tierra, pero no permanece indiferente. La poesía suele caminar por patios de luz en la oscuridad, y abrir puertas que no siempre comunican a un mismo lugar, pero aseguran alguna certeza por vaga que esta sea, un asombro de lo real con cierta magnificencia y de vaga interpretación. Con cada nueva palabra pareciera talarse un poco más el bosque. Son tantas las dudas frente a una sospechosa eficacia. El conocimiento de lo desconocido requiere de alguna atención, por más imán que tenga la imagen. Yo te recomendaría en una de esas noches cerradas, donde la nieve atraviesa el alma y la pone a orar por ti, que escojas uno de estos 13 capítulos y pidas un deseo. Tal vez el destino te armará unas noches más tibias y nuevas. El abismo también busca su espacio.