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Andrés Mariño PalacioApuntes desahuciados sobre Andrés Mariño Palacio

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Con especial afecto a Rosalinda Mariño
y toda la gente de Libroria

Introducción

Apuntaba Mariano Picón Salas que Venezuela ingresaba a la modernidad luego de la muerte de Gómez. De este tipo de afirmación está plagada la historia nacional. Más allá de reconocer o desconocerlas, lo que en definitiva sí se debe reconocer es que con la generación del 28, Venezuela se abre paso hacia la modernidad literaria. Una modernidad que comienza a fundarse desde las obras de poetas fundamentales como Ismael Urdaneta, Salustio González Rincones y José Antonio Ramos Sucre.

Las contradicciones del Modernismo permitieron una búsqueda hacia la universalización de las propuestas literarias y culturales, a la creación de un nuevo lenguaje en el cual se pudiera fomentar una confluencia dinámica de disertaciones y discursos que, a su vez, impulsara nuevas concepciones del mundo y más frescas dimensiones estéticas. En este tránsito llegamos a la década del 20, fundamental para entender los nuevos derroteros del hombre no sólo en Venezuela sino en el mundo. Una década en la cual se abren los caminos hacia la creación de un proceso vigoroso de búsqueda de la reafirmación de la sensibilidad como piedra de tranca a las consecuencias nefastas de la I Guerra Mundial. No es casual entonces que en esta década se redactara el manifiesto Somos, como una reafirmación de lo que se pretende alcanzar, y que apareciera la revista Válvula como la significación de esa apertura a la vanguardia y a la universalidad.

Surgen las figuras más notables de la incipiente narrativa urbana con Guillermo Meneses a la cabeza. Surge una nueva visión sobre el hecho literario y su efecto social en las magníficas obras de Miguel Otero Silva, Ramón Díaz Sánchez y Arturo Úslar Pietri. Sin embargo, el paso definitivo hacia la construcción de un puente cósmico hacia la otra orilla de la dimensión universal y moderna se alcanzaría con el (in)surgimiento del grupo Contrapunto liderado —desde todo punto de vista— por el zuliano Andrés Mariño Palacio.

Contrapunto aparece en 1946. Dos años después aparecerá el primer número de una revista que llevará el nombre de la agrupación. El nombre del grupo y la revista guardaba, según Pausides González Silva, un doble significado: “Era una palabra subsidiaria de la situación política y social venezolana que aludía al firme propósito de enfrentar críticamente la situación cultural del país [...]. Contrapunto se trazó la meta de subvertir el discurso político, social y cultural, en la búsqueda de valores más firmes y verdaderos”. Subvertir no sólo el discurso político, social y cultural de Venezuela sino ya el del hombre sin fronteras que podía trazarse sin complejos desde la literatura. La II Guerra Mundial obligó de alguna manera a replantearse todos los conceptos humanos y de convivencia, y para ello debía emprenderse una búsqueda —otra más— en el interior del hombre, así lo entendieron de sus experiencias personales e intelectuales.

Contrapunto es sin duda una invitación a la lectura de Aldous Huxley, el escritor más importante y más influyente en las ideas de los miembros del grupo, en especial de Mariño Palacio: “Leyendo a Huxley me reconcilio con la vida”, escribiría en 1948. Y es que la formación intelectual de Mariño Palacio tiene como columna vertebral la de los maestros de la literatura de la angustia, aquellos que forjaron su pensamiento y su obra desde el vientre del desarraigo producido por la crisis que cristalizó en las dos grandes guerras. Una angustia que parte de la decadencia cultural de la cual habló Spengler y que tuvo en las novelas de Hesse, Mann, Lawrence, Joyce, Hemingway y la generación perdida y el mismo Huxley, a sus más fervientes propagadores. Esa es la literatura que fomentará el espíritu desgarrado de Mariño Palacio. Esa será la literatura que guiará el espíritu esparcido en Los alegres desahuciados, El límite del hastío y Batalla hacia la aurora.

 

Mariño Palacio y la crisis del pensamiento

“La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. El cataclismo se ha producido, estamos entre las ruinas, comenzamos a construir hábitats diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo no poco agobiante: no hay un camino suave hacia el futuro, pero le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos. Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se hayan desplomado”. Así comienza El amante de Lady Chatterley, de David Herbert Lawrence. Un vitalismo que hallaremos en muchas líneas de Mariño Palacio. Un vitalismo en el cual se escuda para no dejarse arrastrar por la desidia y el atraso, por la mediocridad y la ignorancia activa que ha sido la base sobre la cual se ha sostenido Venezuela y América Latina. Mariño Palacio ve con cierta amargura y no poca ironía, cómo Venezuela transita su tiempo sin una obra universalmente trascendente más allá de las peripecias petroleras. Una sociedad laxa, absurda sin un sentido claro de lo que significa el desarrollo y el progreso. Una sociedad sorda, ciega, casi acéfala, que vive de espaldas a la solidificación de un proyecto de país sensato y coherente: “Nadie quiere entender a nadie: unos a otros nos tapamos los oídos para no escucharnos. Hay que hablar muy alto para que nos escuchen; debemos tener el oído alerta para las voces verdaderas”. Sólo que las voces verdaderas estaban ocultas tras las comodidades del poder y, de vez en cuando, aparecían sólo para no perder esa concepción farandulera del intelectual criollo.

Es por ello que esas voces verdaderas las encontrará Mariño Palacio en las inmensas páginas de Huxley o Mann, en Hesse o Caldwell, en Proust o Lawrence. En una literatura desgarrada por los fantasmas, por los temores, a veces irracionales, del hombre moderno. Una literatura plena de pesadillas y angustias que describen el extravío de la sensibilidad en una época de transgresiones sistemáticas. Cuando nos habla de uno de sus libros de cabecera, El lobo estepario, de Hermann Hesse, lo hace en estos términos: “El lobo estepario es la más exacta verificación contemporánea del drama de los hombres no comprometidos y sin facultad de comprender que no pueden adaptarse a los vagos y estériles mecanismos prácticos de la existencia social de nuestro tiempo. Que no encuentran en esa vida común de todos los días el incentivo suficiente, ni la razón cabal, para esperar con deleite cada aurora y marchar esperanzados al encuentro de cada crepúsculo”. Mariño Palacio era y se sabía un lobo estepario. Un rechazado, un atormentado por edificar una obra intelectual con pies de plomo en un país sin consistencia de ningún tipo. En un país frágil, casi sin sentido. Un país al cual se le exigía memoria cuando lo que no tenía (ni tiene) es cerebro. Eso avivaba su amargura arrogante y juvenil, ya que los lobos esteparios nunca se imponen; “siempre irán por las oscuras callejuelas del universo con un pesado fardo de dudas sobre sus solas espaldas, con una dimensión de más pesando sobre su humana condición”.

El mundo intelectual y cultural de la posguerra matizó su pensamiento en una verdadera y fructífera cultura del pesimismo, en una visión controversialmente desesperanzada de la civilización occidental, de los valores que la inspiraban y del tipo de sociedad que ella misma había generado tras largos años de tradiciones y bosquejos culturales acomodaticios. El lobo estepario es un libro diabólico y confesionario en el cual Hesse manifiesta su propio caos anímico. Hesse no advertía para la literatura otra función más que la de revelar el propio conflicto humano y el de la época con un superlativo grado de honestidad. Harry Haller aunará en sí todas las discordancias, desde la bestialidad hasta la santidad; se busca con angustia, sin poder redimirse de sí mismo ni a través de sí mismo. Pero no solamente será Hesse quien galvanice el espíritu avasallado de Mariño Palacio. También recurrirá a la obra de Marcel Proust, en la cual hallará un bosquejo de una evocación de un mundo aristocrático y refinado irremediablemente perdido. Otro sin lugar a dudas es James Joyce, sobre todo el Joyce de Retrato de un artista adolescente, en el cual trata de forjar cómo un hombre puede llegar a hacerse un gran hombre por medio del arte.

Traemos a colación dos breves ensayos de Mariño Palacio. Ensayos escritos entre 1947 y 1949. Uno de ellos lleva por título Los caminos de la angustia; en él afirma de una manera absolutamente convencida que los caminos del arte son los mismos caminos de la angustia. El escritor, así como el artista en general, es un maldito, entre otras cosas, por no poder hacer nada. Por intentar construir una obra sobre las ruinas de lo que se va siendo y que a la larga terminará siendo devorada por el banquete del olvido. En otro ensayo titulado André Gide y la crisis del pensamiento moderno, Mariño Palacio reflexiona, a través del pensamiento de Gide, la situación del artista frente al desborde materialista por el cual atravesaba el mundo moderno.

Una de las primeras cosas que resaltan de la personalidad de Gide es la lealtad moral de éste para consigo mismo. Para Mariño Palacio, Gide nunca jugó a partir de intereses colectivos fugaces como suele ocurrir con los intelectuales caribeños de su tiempo, quizás un poco entumecidos por el calor y la algarabía de las masas alucinadas y alucinantes, asfixiadas por tanta utopía banal y populismo enfermizo. Más adelante escribe: “En él [Gide] hay y ha habido siempre esa extraña curiosidad de los grandes combatientes que los lleva en un momento dado a identificar sus verdades propias y eternas con verdades circunstanciales e inmediatas. La teoría humanista, que es tan evidente en un escritor como Gide, se resentía en esas circunstancias, y de allí nacía esa suerte como de desequilibrio que más tarde se convertía en un camino directo hacia su verdad total, eterna, mejor dicho”. Esto es justamente lo que hace, según Mariño Palacio, que Gide perdurara coherente y devastador ante su tiempo y ante las generaciones.

Valora, a través de Gide, al intelectual que cree en el hombre y en la cultura, en los valores estéticos y en la felicidad. Insiste en la calidad moral del intelectual, ya que ella le permitirá elaborar un mundo nuevo y templado “que nacerá indiscutiblemente de todo este descontrolador clima de pugnas materialistas que en esta actualidad del siglo XX se están disputando al mundo”. La voluntad del intelectual, del escritor, del artista, debe ser férrea, la obra y la personalidad del intelectual moderno ha de ser tan sólida que no permita ser arrastrado por las frivolidades del momento, mucho menos utilizar al arte, la escritura, para adquirir vacuos beneficios personales. Por ello su mirada apuntó hacia otras latitudes, hacia otras realidades que no eran muy diferentes a nuestras realidades. Mariño Palacio entendió que la crisis era, más allá de querellas políticas o económicas, un asunto eminentemente metafísico y ontológico. En el fondo, las realidades señaladas en esas novelas europeas y norteamericanas que tanto adoró también describían el drama del hombre venezolano y sobre ellas reflexionó en su corta vida intelectual.

 

Literatura y erotismo

Venezuela no tiene tradición sólida en el marco de la literatura erótica. A pesar de algunos inútiles, pero respetables esfuerzos, no existe una línea discursiva sobre este infravalorado género. Rescatable y digna de reconocimiento es la novela La esposa del Dr. Thorne, de Denzil Romero, quien obtuvo en 1988 el Premio Internacional La Sonrisa Vertical, quizás la más importante, por no decir, la única novela verdaderamente erótica escrita en Venezuela. Sin embargo, considero que si alguien pudo haber desarrollado el tema del erotismo de una manera incandescente y sublime ese pudo haber sido Andrés Mariño Palacio.

Aunque su obra no es concebida con la intención de ser erótica, en ella hay interesantes e importantes reflejos de una conciencia clara acerca del género. Escribe Mario Vargas Llosa: “No hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre. Un texto literario es más rico en la medida en que integra más niveles de experiencia. Si dentro de ese contexto el erotismo juega un papel primordial, se puede hablar verdaderamente de literatura erótica”. La obra de Mariño Palacio no está centrada en el tema erótico, aunque éste juegue un papel de importancia. En la narrativa de Mariño Palacio podemos encontrar diversos temas que aborda con la maestría propia de una joven revelación. Dentro de esos temas está el que nos reúne en este momento, sin embargo concebido como experiencia vital que no está divorciada de otros hechos cotidianos.

El erotismo de Mariño Palacio nos recuerda en gran medida al erotismo abordado por Lawrence, naturalmente una de sus más recurrentes lecturas. Mariño Palacio se asume, al igual que Lawrence, como un místico de la vida que tenía una religión de la salud física y moral. El sexo es asumido como una extensión de lo intelectual, como una proyección del hombre trasgresor en busca de establecer un nuevo orden. Una visión del sexo a veces grotesca y terrible: “Sentía que la corriente sexual le llevaba entre sus manos agarrotadas, y cuando creía eyacular, en lugar de semen, sólo salía de su sexo una ráfaga de cenizas que el viento desparramaba y fijaba en el cielo nocturno convertidas en blancas estrellas” (Los alegres desahuciados), a veces poéticamente hermosa y sublime: “La acosa un extraño desenfreno y corre al cuarto a desnudarse; de pronto se detiene, toma un poco de crema de una caja cuadrada y riega el monte oscuro de sus axilas. Sonríe. Cae de espaldas sobre el lecho y mira hacia el cielorraso. Está desnuda. El sudor le dibuja pétalos en el vientre y se divierte borrándolos con roces violentos de sus manos” (El camarada del atardecer).

La sexualidad en Mariño Palacio es reveladora y obstaculizante al mismo tiempo. Es un conducto por el cual se crea una identidad vital, una muestra de la existencia humana. A través del sexo puede dibujar lo mismo que el placer, la soledad, la angustia, el dolor, la tiranía. Tensión y éxtasis al servicio del intelecto. Los personajes de sus narraciones son terriblemente sexuales, algunos asumen el rol de personajes tradicionalmente vinculados con lo erótico y lo sexual como es el caso del vampiro en Abigaíl Pulgar.

El camarada del atardecer es, sin lugar a dudas, uno de sus mejores cuentos, además de ser una de las narraciones más importantes dentro del pobre repertorio erótico venezolano. El cuento está centrado en la revelación de lo erótico, de la sexualidad desde la soledad. El placer carnal se descubre a través de un recuerdo. El ardor de una mujer, Natalia, puesto en evidencia por medio de un calor asfixiante. Majestuosamente el ritmo del deseo marca el ritmo del relato. El recuerdo se vuelve vehículo para el despertar del placer: “Recordaba que había visto bañándose a lo lejos, más allá de donde las olas se emparejan —casi en el límite del horizonte—, a un hombre de trusa blanca que —sin motivo de fuerza— la había intrigado, magnetizado. Durante toda la mañana alimentó la llama morbosa de seguirle con la mirada. (Su trusa blanca era una llama en contraste con su epidermis de yodo). Él pareció no darse cuenta. ¿O acaso fingía? Natalia, entonces, se colocó sobre la arena en posturas obscenas, iguales a esas que aparecen en las revistas pornográficas, ciñóse más el traje y mostró la carne dorada en opulenta pose de lujuria...”. Luego, en la soledad de su casa, el recuerdo vuelve para poseerla: “De nuevo piensa en el extraño sujeto que conociera en la playa y torpemente comprende que sólo desea que venga a tomarla en ese instante. Sus dos cuerpos, bañados en sudor, se unirían. Sería como la babosa fornicación de dos moluscos. Él le daría algún beso lascivo en la punta de sus senos y quizás chuparía una ácida gota de sudor”. El deseo se hace irrefrenable, nada puede detenerlo, se vuelve vida y despierta a la mujer ante la muerte de lo cotidiano.

 

A modo de conclusión

Las páginas que Andrés Mariño Palacio entregó a la literatura venezolana las creó contando apenas 20 años. Sin embargo, se dejan entrever en sus líneas una madurez y una visión de la vida y el mundo no muy común a esa edad. Si de algo se supone que carece la juventud es de pesimismo, por lo menos un pesimismo conducido de manera creativa. Más allá de ese pesimismo, Mariño Palacio construyó una obra que, aunque breve, representa parte de la cúspide de la modernidad literaria en Venezuela.

Apunta Rafael Castillo Zapata: “La modernidad, a lo largo de todo su problemático despliegue, ha estado marcada sucesivamente por esos momentos cruciales en los que la crisis de las estructuras y los sistemas de comprensión y valoración de la realidad se tambalean con efectos traumáticos. Momentos en los que el individuo ve amenazadas su integridad subjetiva, su identidad y su supervivencia y, en consecuencia, tiene que desarrollar complejas y refinadas estrategias para salir del laberinto o soportarlo. Particularmente, los períodos y los estados de transición, individuales y colectivos, se han visto determinados por este sentimiento generalizado de una experiencia apocalíptica del mundo”. En tal sentido la obra de Andrés Mariño Palacio representa una de las ventanas abiertas hacia la modernidad literaria en el país. Y más allá del mero hecho literario, su vida es un embase existencial de esa modernidad. Su vida, su obra y su pensamiento no son más que la muestra fehaciente de esa modernidad. De esa angustia por buscar una identidad en medio de un mundo que le resultaba desfavorable.

Mariño Palacio buscó su identidad en sus infinitas lecturas, en cada personaje, sólo que al encontrarse se desdibujaba del plano real. Se extraviaba como consecuencia de una crisis del pensamiento y de la sensibilidad. Fue demasiado humano en un mundo en donde lo humano era fácilmente sacrificable en aras de establecer una cosificación de la persona. Se extraviaba en una Venezuela extraviada, perdida entre las fauces de la renta petrolera, el populismo, la ignorancia, la vulgaridad más repulsiva, la gritería, la masificación de la idiotez, el silencio cómplice. Sus modelos ideales (Huxley, Hesse, Mann, Lawrence, Gide) lo acercaron a la esencia de esa humanidad perdida, alejándolo para siempre del vacío cotidiano, de la realidad que nos obligan a vivir las buenas costumbres para salvar las apariencias.

La obra de Mariño Palacio se presenta como una de las más personales en toda la historia de la literatura venezolana. Una de las más reflexivas, en donde el protagonista siempre fue él mismo, su yo proyectado a través de cada personaje como si fuera ese reflejo que desnuda otros mundos frente al espejo. Fue consciente de su tiempo y de su hora, y mientras más consciente más se reafirmaba en sí mismo: “Yo soy yo y adonde vaya mi yo es mi yo”.