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Cenicero de duendes

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Estoy dormida entre un cúmulo de cenizas. No me quejo, todo lo contrario, me siento a gusto. Estas pavesas no me pertenecen. Han salido de mí, pero no son mías. No hace mucho las coleccioné en mi cuerpo, ahora las he liberado. Y estando así, regadas por el espacio, me complazco en arrellanarme en ellas, doblegarlas, acariciarlas, pisarlas. Despierto, siento mi cuerpo relajarse entre los susurros nocturnos. Estirándose en el vapor hueco de la cama, en el calor cenizo de las sábanas húmedas, casi perfumadas. Deslizo los dedos de los pies por la tela, suave, cosquillosa, imperceptible. Poco a poco, voy tomando conciencia de ello. Sonrío, entreabro los ojos. Me gusta.

Ya hace tres semanas que sucede. Una y otra vez el mismo sueño. Estoy dormida, miles de flores se abren a mitad de la noche, me succionan, me convierten en polen. Creo que algo está por suceder. No lo sé.

Quiero dormir, estoy cansada, pero esta sensación de levedad, invita a continuar. Imprimo vigor a mi jugueteo, pellizco la sábana con malicia, la entrelazo en los dedos. Se calienta, es increíble cómo se calienta. Cobra vida, la tela se convierte y cobra vida, se convierte en deseo, abrasa de calor, rodea tersa mis piernas; es implacable. Yo, me dejo. Estremecida por las puntadas en mis muslos, permito la seducción de los duendes nocturnos. Espectros circundantes que atraviesan los sueños, invitando a la sátira, invitando al amor. Seres pequeñitos que se alimentan de las queridas cenizas que voy dejando, por las que, a cambio, me prestan sus manos para darle forma a las delirantes sensaciones trashumantes. Amante boca se conecta y desconecta; mis brazos largos, rotulados, profundos, se dejan caer en la plenitud mortal de la osadía. Nada afuera importa. Ningún sonido extraño me perturba. Sólo yo, entregada a las cenizas, a los duendes que comen cenizas, al calor húmedo que invade mi cama, a mi pecho que ya no respira.

Desesperada abro la boca. Busco el aire que me falta. ¡Sorpresa! En vez de aspirar, exhalo humo. Una corriente casi visible invade el espacio. Es el vaho vital que escapa. Toma forma de rostros, de cuerpos, de gente que no conozco, pero que tal vez conozca en otra vida. De perros, de gatos, de manos. Son las manos de los duendes, que salen de mi boca, o por mi boca, o gracias a mi boca, y que llegan a ser casi reales, por las cenizas de otros tiempos y tiempos venideros, que dejo regadas por el espacio. Ya no las adoso a mi cuerpo. Ahora son libres. Libres para volver, libres para matar, libres para llevarme y convertirme en polen cenizo, y pertenecer a otra cosa... Sigo desparramando vapores... Todo el cuarto se va inundando. Soy envuelta por las telas, apresada por el placer, apresada por la muerte, maniatada en mi propia cama. Insomne por las cenizas nocturnas de mi propia vida que vienen a cobrar deudas, vienen a embriagarme de placer para que yo no me dé cuenta.

Mi boca se tiñe turbia, comienza a hablar a las figuras. Una cara familiar, pero desconocida atraviesa la estancia. No me habla, sólo me hace entender. Y resulta que es nadie, y a la vez es todo lo que conozco. Resulta que es y no es, que soy yo, y a donde mire siempre será algún otro. ¡Qué fea me veo! Casi no me reconozco. Doy miedo y confundo. ¿Qué seré, ángel o demonio?

Las columnas de vapor que exhalo, cada vez se hacen más angostas. ¿Qué sucede? ¡Qué locura este cenicero de duendes!

Las telas, las cenizas, los duendes... Siguen apretando mis piernas, muslos, espalda, columna... ¡Ahhh! El calor me envuelve, rasguño de placer, sonrío querencias, ofrezco mi alma a estas sábanas arañadas. Suben, por mi entrepierna, giran por mi ombligo, besan mis senos cansados y tullidos, se enroscan en mi cuello, quitándome el oxígeno, dándome la paz.

Mis brazos siguen el bamboleo del vapor. De un lado a otro, sólo buscan complacerme. Exudo muerte desde mi boca, cenizas desde el vientre. Un helado torbellino termina por alcanzarme. Como una ola de agua fría que viene a refrescar el ambiente. Mis ojos se disparan, mi cuerpo ya no anda. Una última boqueada y no siento nada más. Sólo el rostro de vapor en frente. El mismo desde siempre. Abre su boca y me aspira, me lleva con él a remontar los aires. Me ha dicho que vamos a buscar otro cuerpo, que también de duendes ha hecho un cenicero.