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Poemas

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Prisión

Con una herida ficticia
y sin total conciencia de mis párpados,
busco debajo de la boca el árbol caído.

Está el tiempo cayendo gota a gota,
arriba, en el techo de la prisión,
la simultánea cara del viento y el susurro
de tres mil adverbios agonizantes.
Y mi vestidura más rasgada por las máscaras
sólo me besa, multiplicando el dolor.

En la pared más cercana, caída verticalmente,
mis manos incrédulas y mi sangre, mi saliva, mi puño.

Ya sabremos enfrentarnos al veneno,
a estas carcajadas inequívocas,
al alba enorme que produzco
en los mapas de la vida que me empujan.

Esta mañana caliente,
(donde todo es lo que se construye,
en medio de la sequedad, la agonía y sudores infinitos
y la luz alrededor de tu boca herida)
es el camino recorrido,
donde el no sé
me pone en la fila de lo incurable.

 

Casa de nadie

Después de la noche, la risa es inexistente.
Esta mañana me basta para saciar el hambre
que aparece allá, donde no falta nada.
Te mostraré lo que tenemos,
el intento de salir,
el rostro de la mujer que llegó y no parece.
En sus camas, los niños pudieron, quizá,
llagar su propio sueño lento, verosímil.
Sus ojos tensamente cerrados
y un hombre no ha llegado todavía.

Cuentos de la vida y la muerte,
han pasado por momentos durante días,
pensando siempre cuándo los dejarán ir.

El cielo rodea como una advertencia,
por cauces y causas
y por muchedumbres en limbos.
Dobla una sábana con desesperación
y apunta al cielo de su azar.

A partir de ahora,
está cruzando el agua de un desvanecimiento.
El hielo y sus decoraciones han pasado de improvisto.

Despierta en la mañana
y tendrás que volver a escribir, a escribirle,
a inventarle.

 

Debajo de un árbol

Es un sendero múltiple fluyendo siempre.
Todo comienza de nuevo
y de pronto, sin transición,
un denso tejido se hace polvo
y cae la lluvia en los ojos de la estatua.

Las sinrazones deben ser más fuertes
que el sentimiento redomado.

Los árboles oyen hablar con un desdén meticuloso,
las dos respiraciones debajo de la sombra.

Fluyen gotas que se aproximan a la boca.

El cielo múltiple también observa, escucha,
con su luz acercada e indiferente para ellos.

Un poco más allá, más allá,
la noche entró por los huecos.
Sus sombras se rompieron
hundiendo la sequedad de la tristeza.

En él respira su silencio,
en ella es un dolor de voz que se apaga.

Y llega el sueño,
destrozando la suavidad de la palabras de los labios,
Después lo onírico se queda y la realidad se disuelve.

No hay que correr, ni esconderse, ni llorar, ni gritar,
ni morir.

 

Desván

En el desván de las grietas
está oculta la confusión, la conjetura.
La pregunta adyacente de todos los días
muere al tiempo en vano.

El cuerpo ebrio, la espalda húmeda,
los labios inquietos
y con los ojos en un estado turbiamente molesto,
nos dedicamos a cuestionar nuevamente:

¿Fui de nuevo el vivo a medias?

Aproximándose a la mesa
con una desdeña extravagante
queda un hombre atisbado en la desesperanza
y en el turbador desván que la memoria ha creado
para sus recuerdos insólitos.

Pero no es hora de lamentarse.
Ha de vivir con sus difíciles pasiones,
sus amnesias postergadas (íntimas del infinito).

Recordar un solo instante de los que existió,
con la forma de su cuerpo
y con el amor al lado de la muerte.

 

Pasiones

La realidad espesa del sol y la playa,
la sombra indirecta de las esquinas de la pared,
la desmoronada barda de la ferocidad y la lástima.

Y así, la ternura compadece y pierde.
Sus nombres recuperados se depositan en la madrugada
mendigándolos en rincones y escondites del bosque.

La obstinación se repite y el fulgor se llena de oscuridad.
La noche se abre como una mano en medio de un recuerdo afilado.

Comas, tachaduras, puntos, acentos, todo persiste sin sentido alguno.
Sólo el árbol florece y la ternura regresa.
El sueño, como cúmulo, con una progresión lírica y mística
me escarba
buscando una sórdida melancolía.

Y las pasiones, las pasiones...