Letras
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Manhattan en la caverna

 “Los días no son grandes, anochezrá privado,
escrivir en tiniebra es un mester pesado”
Gonzalo de Berceo. Prólogo al Poema de Santa Oria Virgen.

I
Pentimento

Hay nieve en los valles del río Cárdenas, veo en el cuello de espejo de la inclinada sobre el pergamino de David los congelados picos de un ave quebrada
Contorsionada entre el marco de exposición y la pantalla de consolador iridiscente
de su móvil, los caracteres hebreos del copista rotos con un español de alcoba
Corrida en tus bragas con el estampado de las hienas blancas

leo sobre sus hombros que pierden la h en estos tiempos

porque la multitud me empuja hacia el salmo
y en la D iluminada por Fra Angélico ella canta cada nota, las acompañantes
que admiran su erudición judaica dudan
acerca de la autoría de taller de los aprendices místicos
y escoltan
a punto de cortar con una tijera moira
quien se atreva a un gramo de intimidad

La multitud y yo atrás en zona de no cobertura donde los celulares duermen justo cuando empieza el tríptico de la natividad
ella se descuelga retrocede me tropieza

los ojos relampagueantes de los móviles me lanzan maldiciones

y yo que traigo de la pared anterior la violenta luz que San Jerónimo probó en un fuego amistoso
la figura que siempre huye de un relato patrístico
como si un diamante pelado de su cáscara podrida pudiera estar vivo
como si un santo pudiera ser sin la santísima vulgata y la droga dura
del amor de Cristo cuando es mansa Nuestra Señora Inanna
y las poetas pastan sobre las ramas más verdes
muévete un poco déjame pasar
conviértete
en partitura de Von Bigen con su voz de Uxía
al fondo de tu trago

Un instante ilegal de cuando todo era petrificada luz me seguía
así arropada voy en mi tiniebla
en cuadros de exposición

un pentimento volcado sobre la nuca de la mujer de la pintura siguiente

mientras ella estudia los ángeles de vuelta
las madonas como vulvas iluminadas
Lenguas succionan sobre el retablo de Santa Lucía
una mujer oscura que yace en su ceguera vieja y una clara que enceguece mirando deseos armados de alas
hasta los dientes

con dedos de ciega aplicas una lupa y rompes el sistema de las parcas

ahumado el paladar, poniendo el azahar y la gota marina en manos de una hiena blanca, así recostada junto a mí, intensamente dorada la miel nauseabunda de su trago vomitada y amada en mi boca
vuelve el diamante a las orejas de África y es el agua que vuelve
y se retira a tiempo

Es la rama de hojas brillantes de un regreso de Virgen
de otra costa
el coro de Ani de Franco de Kerrianne Cox de Cesarea y Joplin

te despiertan

han sido la visitante y su ángel comensales servidos en mi mesa
el ordenador aislado

sus huesos y la sombra de los huesos un estudio de taller
sus pieles leídas por una bella judía anoche en NewYork
mientras en la otra costa su amante
acariciaba nieve entre espuma diurna con la misma inadvertencia
con la que pensó que siempre regresarías de una resaca
para no decir te amaré como las hienas erectas

como una mujer sobria
sin padre ni madre ni linaje ni Freud

la chica emparedada de la caverna silence
las mariposas blancas en el prado
como la nieve en el cenobio de San Millán

 

II
La clavícula

Usa oro Fra Angélico en sus tiras cómicas
Aún La Compañía no había adquirido los derechos sobre las visiones
y ya Catalina de Siena pone una condición
quiere ser la mujer invisible

Una rueda aparecerá sola desequilibrando el conjunto
pronto los cofrades que si los estigmas podrían mejorarse y nuestro señor Jesucristo
dejar ese aire de paloma roja extraterrestre

Y los demonios con aire de horóscopos chinos
ponernos a temblar
Catalina es el vacío enamorado
Se le nota
porque la rueda se echa a volar en un efecto de ovni quieto
es el andrógino de platón en su monstruosa voltereta
alucinógeno barato de cine porno

Cuánto tiempo desarrollando los apuntes de Fra Angélico
en la historia de la mirada
the missing segment

 

III
La llaga seca

Dijo que vagaba entre vampiros a la izquierda del cuadro
allí donde no me atreví a mirarte oh negra muchacha
escondida en la luz pastosa del ojillo púrpura
bien disuelta en la sangre negra que revienta el tumor
de esta historia sagrada

Queda un hueso sin hojas para el caldo del mundo

Beato Angélico con su bata de monje radiólogo
te extiende el bisturí