Artículos y reportajes
Exploración de las emociones humanas

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Si el ser humano fuera capaz de abandonarse a sus impulsos primarios se hallaría incapacitado para albergar sentimientos y pondría en duda su condición de persona. En la cultura occidental el juicio es tan consustancial al hombre que éste jamás puede actuar sin pensar lo que está haciendo. El diálogo permanente del alma consigo misma, el entendimiento platoniano, o el zoon logon echon de Aristóteles muestran inequívocamente que ya en la antigüedad las acciones del hombre estaban guiadas por la lógica. Desde la Ilustración hasta hoy el valor del pensamiento se ha acrecentado. Es tan notorio su dominio de las acciones del ser humano que incluso, a decir de Kant, dicta a la naturaleza sus propias leyes. Y ese pensamiento se expresa, otra característica exclusiva de los seres humanos, por medio del lenguaje: los hombres somos habla (Heidegger), el ser que puede ser comprendido es lenguaje (Gadamer). De la elección de estas fuentes se infiere la intención del autor de no otorgar a las emociones plena autonomía si por ella se entiende, sobre todo respecto al amor, la concepción romántica del impulso irrefrenable que arrastra al individuo como si de un torbellino se tratara.

No debe creerse, sin embargo, que para Ángel Cristóbal Montes el impulso o la pasión han sido completamente absorbidos por la razón. Ni son una ciencia ni pueden considerarse como axiomas ni son objeto ulterior de demostración. Pero tampoco son inefables ya que precisamente a través del entendimiento (si una pregunta ¿qué es el amor, qué es la amistad? puede plantearse, entonces también se le puede dar una respuesta, dirá Wittgenstein) el estudioso puede aproximarse a los sentimientos y si no definirlos, sí podrá describirlos y explicar sus propiedades más notables. Y se entrega con ahínco a esa tarea asistido por toda la cultura que atesora, que añade a los autores ya citados otros que se han ocupado con mayor intensidad de los fenómenos amicial y amoroso como Wilde, Fromm, S. Weil, Ratzinger Ovidio o García Márquez. Hace gala, igualmente, de una excelente capacidad de observación que abarca, además del conocimiento del alma humana, una amplia gama de casos que afectan a sujetos y relaciones de la actividad sentimental.

La magnitud del amor está fuera de duda —“El corazón de un hombre capaz de amar es mucho mayor que todas las galaxias juntas”, decía Ratzinger. Pero con ser tan poderoso, nunca puede ser tomado únicamente como una compulsión porque si sólo fuera eso jamás podría realizarse en libertad. Y la libertad del ser humano es una conquista que no debe desecharse ni tan siquiera para amar. En palabras de Erich Fromm si el amor no fuera más que un sentimiento no existirían bases para la promesa de amar eternamente. Precisamente por esa libertad, por la voluntad humana libremente ejercida, no puede ponerse limitación alguna a la condición de quien lo practica ya sean heterosexuales, homosexuales hombres o mujeres, o bisexuales si bien nuestra propia cultura amatoria acepta normalmente la heterosexualidad, tolera en menor grado los vínculos entre hombres y se muestra todavía reticente a los que ligan solamente a mujeres.

Especialmente interesante es la disertación sobre la eternidad del amor. Aunque el propio autor reconoce la imposibilidad de establecer una correspondencia exacta entre lírica y hecho vivido se advierten ecos quevedianos (mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía / ... su cuerpo dejará, no su cuidado) en algunos pasajes donde se arguye que si bien es cierto que el amor como sentimiento vivido nunca será eterno, pues quienes lo sustentan tienen una finitud temporal, conceptualmente perdura en el tiempo y se transmite de generación en generación lo que le confiere ciertos atisbos de eternidad. Mutatis mutandis guarda evidentes similitudes con la producción artística: las grandes obras inmortalizan al autor y, a menudo, contenido o personajes perviven en la memoria colectiva a través del recuerdo.

No menos importante que el amor es para el ser humano la amistad. Decía Platón: al cielo y a la tierra, a los dioses y a los hombres, los gobierna la amistad. Y él mismo llevó al límite las consecuencias de su afirmación retirándose de la vida pública cuando comprobó que allí ya no le quedaban amigos. La amistad no nubla la mente ni enturbia los corazones ni provoca pasiones desmedidas; sus notas más relevantes son la templanza, la serenidad, el juicio quieto o la atención ponderada. Este don tan preciado fue al principio atributo sólo de los hombres, pero con el paso del tiempo y sobre todo en nuestros días ha alcanzado también a la mujer. A pesar de que no hay restricción sobre el número de amigos —podrían teóricamente ser incontables—, el escritor, que tiene en alta estima la amistad, considera que la demasía atomizaría el afecto amicial y podría llegar a diluirlo.

Se plantea seguidamente Ángel Cristóbal si la metamorfosis de la amistad en amor y la de éste en aquélla son posibles. Después de rechazar la coexistencia de ambos sentimientos entre las mismas personas, y tras examinar pormenorizadamente la casuística de la relación amorosa y los factores que pudieran promover el cambio, llega a la conclusión de que la amistad puede transformarse en amor —en heterosexuales y homosexuales indistintamente— puesto que en un momento se atisban en la primitiva relación algunos signos novedosos: cierto desasosiego, un cambio en ciernes no totalmente determinado por la voluntad, contactos más íntimos o aparición de los celos. Eso es el preludio de una nueva relación, la amorosa, que no tardará en materializarse.

La mutación del amor en amistad, cuando aquél se rompe, ya sea por una lenta y progresiva degradación o por haber surgido nuevos lazos afectivos hacia un tercero, es prácticamente imposible. La amistad no es un sucedáneo del amor y, si éste acaba, los antiguos amantes no pueden crear algo que en lugar de ser un nuevo sentimiento, limpio y digno, pasaría a convertirse en una degradación del amor y se vería en todo momento contaminado por las vivencias pasadas, mucho más ricas que las que pudiera deparar el futuro. Todo ello empobrecería demasiado el hecho amicial arrebatándole su grandeza.

A la condición de jurista prestigioso del autor se unen sus vastísimos conocimientos culturales —históricos, filosóficos, literarios o sociológicos—, bien armonizados en un libro escrito con pulcritud, elegancia y agilidad. Tales virtudes convierten a El amor, la amistad y sus metamorfosis en una obra que proporciona al lector, amén del hecho gratificante que en sí misma constituye la lectura, una experiencia que, más allá del saber puramente especulativo, puede ayudarle a conocer y sobrellevar mejor los avatares emocionales que le acontecen a diario.