Editorial
José Saramago, Ludovico Silva y la ideología como plusvalía ideológica

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Hace unos días terminó en Santillana del Mar un encuentro que, organizado por la Fundación Santillana y la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), reunió en un mismo escenario a Carlos Fuentes, Juan Goytisolo y José Saramago con otras firmas de variado peso internacional: Nélida Piñón, Laura Restrepo, Ángeles Mastretta, Sergio Ramírez, Carme Riera, Fernando Iwasaki, Santiago Roncagliolo y otros. “Lecciones y maestros”, el nombre del encuentro en cuestión, sirvió no sólo para el onanismo de los tres autores homenajeados, sino también para que cada uno expusiera su posición ante la literatura, la vida y, en algún caso, la política.

Fuentes, por ejemplo, habló de la pertinencia de la literatura en la concepción individual de la libertad, y abogó por que las letras contribuyan a limar en nuestras sociedades el problema de la desigualdad, cambiando el dogma por el enigma como vía para la renovación constante del hombre. Goytisolo criticó el nacionalismo por su manía de defender lo propio y satanizar lo ajeno, cuando lo acertado, según el escritor español, sería enfocar las críticas en lo propio y abrazar la diversidad de lo ajeno.

Fue Saramago quien concentró, como suele ocurrir, la mayor carga política en su discurso. El escritor portugués juega a gusto su papel de conciencia crítica de la política mundial desde su perspectiva izquierdista, papel que de alguna manera desempeña como si él mismo fuera una especie de personaje real que, por otro lado, le resuelve un problema a los periodistas de agencias de noticias, quienes con frecuencia se valen de sus polémicas declaraciones para ocupar algunos centímetros de su cuota diaria.

Anécdotas aparte, en esta ocasión fue la misma izquierda la que recibió el embate del verbo de Saramago, quien la acusó de haber perdido su esencia y haberse vuelto tan estúpida que rebasaba la estupidez que siempre le achacó a la derecha. Y, ya que la izquierda dejó de ser un factor “salvador” del género humano en virtud de su clara estupidez, Saramago hacía un llamado a los ciudadanos: “Es hora de aullar, porque si nos dejamos llevar por los poderes que nos gobiernan, y no hacemos nada por contrarrestarlos, se puede decir que nos merecemos lo que tenemos”. Las agencias, claro, no dejaron de aprovechar el hecho para recordar que el autor de El Evangelio según Jesucristo guarda en su cartera un carnet del Partido Comunista Portugués.

¿No será ya la hora, nos preguntamos, de analizar hasta qué punto en el escenario contemporáneo es dable pensar en ideologías de derecha o de izquierda? Quizás el llamado de atención de Saramago a los ciudadanos —que, por otra parte, no es nada nuevo, pues ya hace años estaba en su discurso— sea no otra cosa que la constatación de que nuestras sociedades, independientemente del punto cardinal hacia el que se dirijan las ideologías de quienes las conformamos, se han convertido en complejas maquinarias de cuyo beneficio, según cada caso particular, se apropia un número mayor o menor de individuos. Saramago menciona como “los poderes que nos gobiernan” al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio; nosotros podríamos ir más allá y hablar de estructuras políticas: los gobiernos —a nivel general, claro, pero también a nivel local—, esas confusas empresas de las que se benefician quienes detentan tales poderes.

La ideología jugaría en este asunto el papel de un pilar psicológico. Para justificar la producción de beneficios materiales el poder se describe a sí mismo como de izquierda o de derecha. El venezolano Ludovico Silva explica, en La plusvalía ideológica (1970), uno de sus textos capitales: “...Ese contenido específico —la plusvalía— que se da en las relaciones materiales de producción, también habrá de darse en las relaciones espirituales de producción, si es cierto que estas relaciones son las mismas que aquéllas. Si la esfera ideológica es expresión de la vida material, entonces las relaciones materiales de producción capitalista tendrán su expresión ideológica; y estas relaciones que son expresión de las relaciones materiales, son esencialmente las mismas. O dicho de otro modo, el dato específico de las relaciones materiales, la plusvalía, debe tener su expresión ideológica”.

Silva plantea la actividad intelectual como ejemplo de su tesis. La industria produce mercancía, la industria cultural produce mercancía cultural. La industria cultural sería, ni más ni menos, la fábrica donde se produce la ideología con la que el poder se justifica a sí mismo y se introduce —siempre siguiendo las palabras de Silva— en el estado preconsciente del individuo. Los gobiernos —este planteamiento ya es nuestro— son también una forma de industria: producen poder. Y su plusvalía ideológica, el summum de contenidos que le ayudarían a justificarse, no sería otra que la misma ideología, sea ésta identificada como de derecha o de izquierda.

Es quizás debido a esto que Saramago ya no vea estúpida sólo a la derecha, sino también a la izquierda que él abrazó hace mucho tiempo: las ideologías han perdido su esencia original y se han convertido en la plusvalía ideológica de la industria del poder, que las usa para justificarse.