Letras
Alcatraces secos para

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(A.

¿Adónde apunta
la mujer cíclope?,
hacia la nada:
negrura,
la noche,
el último ruido,
el río,
el once;
las manchas doradas
a piel dispuestas,
se cierran calladas,
se esfuman,
se quejan.)

 

1.

Habían pasado treinta y cuatro días desde que había dejado a Hojloper en su lecho de muerte. Ese día una nueva estrella fue descubierta con el telescopio HYT 215-F. Hacía frío en Nueva Londres y mi boca temblaba de tristeza.

(Sofía, qué hermosa eres)

Fue entonces cuando llegó el día de mi depresión. Yo estaba esperando que me golpeara cuando el mes exacto se hubiera cumplido, pero resistí: cuatro días de gloriosa compostura en la que las galletas de colores y los libros religiosos ocupaban mi mente y mis manos. Mi vida parecía reencauzarse. Parecía solamente, porque los destrozos del tiempo empezaron a latir con fuerza hasta que me sumieron en la bebida y el llanto: en el denigrante camino que sólo acaba en el fondo, en el polvo. Nunca quise reconocerlo, el derrumbe de mi alma llegó como ladrón de la noche, una buena tarde de abril. Los recuerdos me sofocaron.

(Ni siquiera con pensarte basta)

Durante todo el tiempo, incluso antes de los hechos de marzo, me propuse borrar toda huella, todo indicio que después me delatara. Toda pista que me retorciera la conciencia en un fastidioso juego de introspección. Hay que quemarlo todo, me dije. Pero guardé todas y cada una de las fotografías, yo recordaba que eran cosa de 27 o 28, pero que cuando la depresión me tocó, contabilizaban 50. Había tomas diferentes, totalmente distintas: desde las deliciosas sonrisas hasta los sangrientos registros. Todas estaban numeradas y con títulos alusivos como “Mi preciosa margarita” (¿mi?) o “Último golpe”; pero lo más interesante de la pequeña colección era que contaba perfectamente la historia, como si inconscientemente me hubiera propuesto hacer un fotorreportaje. Sin embargo, cuando llegó el momento de mi caída, me parecían un cruel recuento de una pasión indeleble, incontable e innoble, pero del mismo modo intensa, irrepetible y maravillosa. Pero la música había terminado.

(Puedo sentir el nerviosismo de mi boca al desear tus labios)

Entonces llegó el momento de terminar.

(Tus deleitantes labios)

Mi cabeza, una bala nada más.

 

2.

—Te amo.

(Entre la niebla)

—Te amo.

(De mis más íntimos reproches)

—No puedo dejar de pensar en ti.

(Oigo silbar el viento)

—Yo estoy igual.

(Es la brisa del pacífico)

—Nunca te separes de mí.

(Que me asalta frente al Hotel Hacienda)

Y los dos sintieron cómo el veneno del amor los alegraba con pequeños suspiros. Pero no era más que un invento, él estaba solo. Irremediablemente solo y hablando, como un loco, consigo mismo.

 

3.

Una sonrisa será, sólo eso. Sabré que son tus ojos los que me miran y mis ojos los que te desean. Oiré tu voz una vez más y el impulso tendrá que ser detenido, si no quiero importunarte con un abrazo inesperado, tendré que sosegarme. Buscaré palabras sabias para mis oídos y convenceré a mi cuerpo de que no eres la única maravilla que este mundo puede ofrecerme. De todos modos, ya te habrás dado cuenta de que no soy experto en estas cosas del amor. Mi torpeza me llevará de nuevo al fracaso. Y diré sin afán de molestarte:

(Preciosa)

—Adiós.

(Llama cristalina)

Pondré en tus manos los cientos de cartas que te he escrito desde que te conozco. Desde esa vez que yo caminaba con Miguel y te vi, criatura extraña, escondida totalmente tras un detallado traje de tehuana. ¿Eras torpe de palabra o yo lo recuerdo (con revanchismo) así?

(Agua dulce de mi onírico Eros)

Entonces podré irme tranquilamente, sin pensar en lo que haya pasado. Trataré de olvidar los momentos de tus risas, de mis cuentos y tus manos, pues el amargo de tu todo me destrozará la boca en el verano. Me impondré el triste desafío de ocultar en mi memoria el haberte visto en un sencillo atuendo para ver a Satélite y las tortugas en el elefante. Yo te leí mis cuentos y no sé por qué hasta ahora te dediqué muchos de ellos. Caminaré al contrario de tu senda y, por última vez, tendré esa extraña sensación de que eres 10 centímetros más alta que yo.

(Terciopelo verde de fantasía)

Voltearé después de un rato y tú no estarás ahí, serás parte del pasado, tal vez de la ilusión o del llanto; yo qué sé, de una época que se derrumba sobre sí misma. Buscaré tu silueta y únicamente el polvo me saludará, contando con burla que nunca fuiste mía, que nunca serás de nadie y que permanecerás eternamente (hasta el fin) en mi canto.

(Joya de mis recuerdos)

Lo superaré, te lo juro, y si no, al carajo.

 

4.

Maté a Hojloper. Sí, yo lo hice.

 

(B.

No por tanto tiempo
deseo tus líneas,
las delgadas cornisas,
las voluptuosas aristas
que ríen,
que bailan,
que se mueven
latiendo
bajo un mismo sabor:
me tienen domado,
huérfano y profano,
siento que se rompe
tu néctar,
pero no lo evito,
me alejo
y me extingo.)

No quería que pasara así, pero en un instante atrapé su cuello entre mis manos. Yo no la odiaba, juro que no la odiaba. El impulso me dominó. Estrangularla no fue suficiente, ella tenía mucha fuerza, tuve que pelear con ella. Me rompió la boca y la nariz, no fue nada. Yo la privé de un ojo con su aguja de tejer, la dejé con un solo ojo. Pero ella estaba a punto de matarme. Ella no me odiaba, yo creo que hasta en ese momento, ella no me odiaba. Fue rápido, mi mano quedó junto a la concha, la concha café de Mazatlán, y con ella la golpeé.

 

UNA

(C.

Qué puedo decirte,
si antes nada,
ahora suspiro,
no detengo
los vientos,
los barcos
que nunca abordaremos,
tampoco detengo
el tiempo,
y el alemán nos susurra,
pero no entiendo,
no comprendo
la respuesta.)

No la maté con la concha, nada más la saqué de combate. Entonces pude decidir que le daría una muerte que ella siempre hubiera deseado. La arrastré por la casa, manchando todo pero lamentando nada. La metí en su bañera blanca, no sin antes tapar la tarja. Ahí la acosté, desnuda (qué hermoso, qué delicado, qué delicioso, qué asombroso cuerpo). Entonces fui a su Weinregal y fui acarreando todas y cada una de las botellas. Las fui vaciando en la bañera. Eran muchas y hasta sobraron: la llené hasta el tope, más allá de donde su cabeza llegaba. Peroaúnflotaba, entonces aplasté su cráneo hacia abajo; no dio pelea, ya estaba inconsciente. Después de un rato, las burbujas dejaron de subir. La solté y ya no flotó. Se hundió feliz, y yo me marché.

 

5.

Una gota. Ojo. Primavera. Esta ciudad se ha vuelto triste, en un abrir y cerrar de ojos. Dos gotas. Piel. De mañana. En la lejanía el tren de carga avisa que todo pasará, esto también. Tres gotas. Boca. Sábado. Alguien prende la radio, dan melodías perfectas para chillar. Cuatro gotas. Mentón. En la banca del parque. ¿Es acaso necesario sufrir? Cinco gotas. Pañuelo. Alguien se levanta y comienza a trotar.

 

6.

Me despierto torturado, solo y agobiado. Me doy cuenta de que soy como una simple letra en el papiro, un simple siete en diamantes, un patético cuadrado en el universo. Diminuto, muy diminuto.

(Confieso que te he soñado)

Y oigo cómo la noche aún es joven. Abajo una fiesta gay te torna ruidosa y ajena; los borrachos salen al patio a besarse o a vomitar bajo la luna; llevan siempre cigarros en sus manos. Son como sesenta pero gritan como cuatro, intentan cantar una melodía de la difunta Rocío (muy mal, por cierto) con acordes de agudeza que no desarrollan sus gargantas. Entre todos los hombres hay algunas mujeres, entre ellas algunas atractivas, entre las atractivas una hermana de Alfonso, el inquilino que organiza el festín y que ahora discute con su novio sobre la viabilidad de marcharse a un hotel. No me gustaría enterarme de todo esto, me conformaría con no poder dormir con la música a todo volumen, pero las paredes parecen tan finas, como de seda, que hasta siento que están sobre mis sábanas.

(Sin ropa y con tus manos)

Busco la pastilla en la oscuridad y encuentro un celular gris, recuerdo que alguna vez lo presté a la guapa Sofía (y a su amiga). Reviso y todavía tengo guardados dos de sus mensajes: uno dirigido a su hermano, el otro es una extraña dirección de correo electrónico. Borro el primero y guardo el obsoleto aparato. Quiero sacar la tecnología que compré en Mazatlán y ver, como hechizo mágico para dormirme de una vez por todas, la foto que más me gusta de la galería: es una chica con el cabello recogido, trae un saco y un escote muy generoso, pero lo que verdaderamente me encanta es la sonrisa y los ojos. Ella se había tomado otra foto, no sé por qué la borré, pero de que me encanta, me encanta.

(Con palabras mías dulces en tus oídos)

Entonces siento el grito de la agonía del otro lado. Es un espejo (30x90, cromado) que en la oscuridad me devela toda la verdad sin preguntarle nada; la tenue luz no es pretexto, soy yo y la nada. Es ese sentimiento de vacío entre mis cejas y ese gesto de insomnio en mi cuello. Pero lo que en verdad me inquieta es el enigmático signo del fracaso canceriano en la torsión de mis labios; denota un sencillo aparejo de mármol donde se lee en tres palabras mi vida. No creo que sea cierto, me acuesto y me tapo. El espejo me sigue con su implacable burla y con su ininteligible entramado: es como la ilusión de una esfera mágica donde veo que la chica está en Veracruz y disfrutando. Cuento borregos para olvidarme del verdugo-espejo; llego hasta once y me canso.

(Con tu amor en mi llanto)

Tengo que ir a la cocina. Una naranja bastará para calmarme.

 

7.

—¿Por qué me gustas más ahora que ya no eres libre?

(¿No escuchas caer al mundo?)

—Siempre seré libre.

(Es como el lamento de un millón de niños)

—Que ya estás comprometida.

(Se puede palpar la sangre entre la angustia)

—No estoy comprometida.

(Y el frío incontenible de las cabezas)

—Ahora que ya estás embarazada.

(Cuando al amanecer los perros no dejen de ladrar)

—...

 

(D.

¿Por qué me atormentas
en mis sueños?,
¿por qué chocolates
y besos al deseo?:
yo sólo te guardo
en diapositiva
y con mil años,
junto a los alcatraces secos
y junto al veneno
que en una playa redonda
me regalaron;
es el final supongo
y quiero llorar
con tierra de por medio,
que entre mis manías
seguiré mirando
al horizonte,
tal vez algún día
pases en la noche volando.)

 

NOCHE DE VENENO