Sala de ensayo
El Quijote, la “Restauración” y la “Generación del 98”
Revalorización y sacralización de la obra

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Probablemente ni Cervantes ni sus primeros lectores vieran en el Quijote, o en su personaje ridículo y andante loco, tantas simbolizaciones y sublimaciones que inspirara la lectura del libro cervantino a lectores de otras épocas y latitudes. En consecuencia, tal vez sea lógico pensar que la gran mayoría de los lectores “discretos y simples” de entonces, los cuales Cervantes menciona en su poema satírico Viaje del Parnaso,i vieran “fundamentalmente” en el Quijote un libro de ameno entretenimiento, una burlesca parodia y una crítica a los malos libros andantescos, y, en don Quijote y Sancho, sólo a dos tipos inspiradores de inacabable risa que satirizaban costumbres de la sociedad real en que vivían. Lo cierto es que el mundo imaginario de nuestro “Caballero de la Triste Figura” ha soportado tantas tribulaciones en sus páginas como críticas recayeron sobre él, sobre el accionar de sus personajes y aun sobre su autor. Hubo asimismo quienes, tal vez con exiguo afán científico, sintieron la necesidad de “rescribir” el Quijote apropiándose de sus personajes para transformarlos en arquetipos de nuevas y propias ideas, y, en algunos casos, tratar de corregir “errores” del propio autor.ii De este modo y gradualmente, el Quijote irá pasando de ser un libro curioso y de sano entretenimiento a ser el más genial, el más profundo y, para determinados lectores y escritores como Byron o Heine, en el más triste y demoledor que hasta ahora se haya escrito.iii

Si bien en nuestro presente podemos atestiguar una continuidad lectora desde el mismo origen de la obra, deberemos reconocer también que existieron algunos períodos más fecundos en cuanto a legiones de estudiosos cervantistas que, cautivados por el Quijote, generaron nuevos interrogantes para una nueva centuria despertando inusitados intereses.

Análogamente a como ocurrió en la segunda mitad del siglo XVIII, pero de forma tal vez más intensa y generalizada, surgen también, en la mitad del siglo XIX y principios del XX, una serie de obras sobre Cervantes, el Quijote y sus personajes, que abrirán paso a posteriores lectores y estudiosos españoles y extranjeros. En efecto, superando el cervantismo nacional y extranjero de épocas precedentes, y con una actitud casi “religiosa”, surgirá en España y en toda Hispanoamérica una verdadera legión de admiradores e investigadores tenaces y bien documentados que se lanzarán a estudiar y enjuiciar la vida y la obra del genial Manco de Lepanto.iv El libro de entretenimiento más original de la literatura universal comenzará esta vez a transitar por las manos de nuevos hombres que creerán descubrir inauditos “significados” en la obra, entregándose a retratar, exaltar y hasta venerar la figura del hidalgo don Quijote de La Mancha, resaltando en él el carácter, no ya simpático y admirable, sino sublime y simbólico del héroe cervantino.

El hidalgo manchego y su escudero comenzarán a levantarse como representantes de determinadas cualidades y defectos españoles, pero también como mitos universales modernos, como símbolos máximos y eternos de lo ideal y de lo real, de lo poético y de lo prosaico, de lo espiritual y de lo material. Porque en la barroca y siempre humana mezcla que en el personaje cervantino hay de ridículos o censurables defectos y flaquezas, de cualidades y virtudes, don Quijote ahora pasará a ser un emblema, un héroe ejemplar que alcanzará la divinización a través de “adoradores” que, si bien continuarán observándolo con infinita tristeza, lo aprovecharán como fuente de inspiración.

Dado el carácter del presente trabajo, me limitaré muy brevemente a las analogías, diferencias y hasta algunas disputas que fueron surgiendo en torno al “cervantismo” y al “quijotismo” desde los conceptos de algunos escritores más destacados del período de entresiglos. Tal vez convenga recordar en principio que, en el campo de la crítica interpretativa, como así también en el de los estudios de carácter histórico, filológico y literario, la nueva etapa del cervantismo y el quijotismo hispánicos se inicia y encauza con la polémica entablada entre las ediciones y estudios de Nicolás Díaz de Benjumeav y el trascendental Discurso de ingreso en la Real Academia de 1861 del famoso novelista andaluz Juan de Valera. Ambos escritores son integrantes de un considerable grupo de estudiosos que, conocedores de la principal literatura y copiosa crítica cervantinas, recogen con mayor o menor exactitud anteriores juicios y actitudes para formular otros personales que, como es natural, continuarán influyendo en escritores y críticos posteriores.

Don Juan de Valera, quien según Menéndez y Pelayo es la “persona más indicada” para estudiar a Cervantes y a su inmortal obra, hace afirmaciones que serán compartidas por los principales críticos y escritores españoles de entonces. La primera actitud que nos interesa destacar es su afirmación de que el Quijote no es un libro triste, negativo y destructivo, sino todo lo contrario. Libro, a la vez que profundo y ameno, está repleto de gracias, parodias, risas ingeniosas y vivificantes, y, lejos de venir a matar el ideal caballeresco, lo “restaura”, lo “exalta” y lo “acrisola”. El Quijote, y a diferencia de lo que sostenían Díaz de Benjumea y sus seguidores, no es tampoco un libro simbólico en el que Cervantes encerró ataques y enseñanzas ocultas bajo una especie de clave que hasta ese momento nadie había develado. Valera asegura que el principal mérito del libro es ser la mejor obra de entretenimiento que hasta ahora se haya escrito.

La segunda actitud a destacar de este autor es el concepto de que el Quijote, y también sus criaturas estéticas, son “moralmente hermosos”, “honra de nuestra especie” y, más que símbolos, son como los personajes de Shakespeare, criaturas llenas de vida, dotadas de tan vigorosa vitalidad y verdad que superan a los más famosos personajes reales y de ficción. En cuanto a Cervantes, Valera opina que, a pesar del duro momento que estaba viviendo, éste se halla dotado de un trascendental y vivificante optimismo que se refleja en sus propias criaturas estéticas, ninguna de las cuales es totalmente negativa. En todas ellas, junto a los naturales y humanos defectos, aparece algún rasgo que recuerda que han sido creadas a “imagen y semejanza de Dios”.

El entusiasta concepto de Juan de Valera será compartido por el españolísimo Menéndez y Pelayo, quien sostiene que Cervantes no escribió una obra de antítesis a la caballería, ni de seca y prosaica negación, como sostenía por entonces el escritor francés Gautier o el inglés Lord Byron, sino de “purificación y complemento”.vi Cervantes, con su obra, no vino a matar un ideal, sino a transfigurarlo y enaltecerlo: cuanto había de poético, noble y humano en la caballería, se incorporó en la nueva obra con más alto sentido y, de este modo, el Quijote fue el último de los libros de caballería, “el definitivo y perfecto”.

A diferencia de Valera, Marcelino Menéndez y Pelayo no desaprueba la actitud de acercarse al Quijote con ánimo de hallar en él “altísimas enseñanzas y moralidades”, símbolos y significaciones, ni el que cada cual intente explorar del mejor modo que Dios le dé a entender aquella “oculta” región, “que acaso lo fue para el autor mismo”. Para Menéndez y Pelayo, todas las interpretaciones, aun las que parezcan muy descabelladas, son tributo y homenaje a la gloria de Cervantes. Es más, parecería que este crítico, además de preanunciar, hace una invitación a la posterior legión de cervantistas que pretenderán desentrañar el más oculto misterio y adivinar la “melancólica sonrisa” con que, según Ortega y Gasset, el propio Cervantes aguarda “le nazca un nieto que le atienda”. Si bien Menéndez y Pelayo no se entregó a estudiar con detenimiento a Cervantes ni a su genial obra, el consagrado maestro de la crítica literaria de entonces deja el campo libre a los jóvenes escritores del “98”, quienes se lanzarán a expresar nuevas ideas y actitudes ante el Quijote y su autor.

Ramón y Cajal, tal vez actuando de mediador entre los escritores de la “Restauración” y los del “98”, centrará fuertemente su atención en la figura del loco hidalgo asegurando que Cervantes debió tener algo o tal vez mucho de Quijote. En su discurso sobre Psicología de don Quijote y el quijotismo, de 1905,vii Ramón y Cajal, en muchos aspectos coincidente con los conceptos unamunianos, observa en el libro cervantino un hondo patetismo motivado por el hecho de que Cervantes concibiera loco a su altruista y generoso personaje. Su actitud frente al hidalgo es completamente positiva al afirmar que don Quijote es “el perfecto símbolo del altruismo” al querer “enderezar entuertos por culpa del egoísmo humano” pues “el mundo gime por su iniquidad y su deshonor”.

Según Ramón y Cajal, en la compleja psicología de don Quijote, junto a esa admirable “voluntad de hierro”, también late una fe inquebrantable, aspecto que, a la vez que coincidente con el personaje quijotesco de Unamuno, anticipa lecturas posteriores como las de Azorín o Ramiro de Maeztu.viii Tal vez impulsado por un afán patriótico, Ramón y Cajal aspira a una nueva “legión de Quijotes modernos españoles” tomando como modelo no solamente al “caballero de la fe”, sino también al real Quijote cervantino que obra impulsado por nobles y desinteresados “civismos”.

Por su parte, y dentro de esta generación, deberemos destacar la figura de Azorín, quien persistentemente escribió, junto a Unamuno, sobre Cervantes, el Quijote y don Quijote. Este escritor, quien resume de alguna manera lo que he destacado al comienzo, acertadamente reconoce que el Quijote sólo a lo largo de las generaciones ha ido adquiriendo su verdadero y profundo valor. Asegura que el Quijote ha dejado de ser aquel asombroso libro que creó Cervantes, para pasar a ser más “completo” gracias a cuanto se han inspirado los lectores de diversas épocas y geografías. Tal vez el punto de vista más sugestivo de Azorín es que se detiene reiteradamente en la figura doliente y comprensiva del propio autor. Considera que Cervantes sabía muy bien lo que hacía al escribir su inmortal obra, y además, fija su atención en los paisajes y en la vida de la España en que vivieron Cervantes y sus geniales criaturas estéticas, aspecto en el cual Unamuno mostró escaso interés puesto que, siendo uno de los más famosos, originales y entusiastas críticos y comentaristas modernos del Quijote, será también quien transforme la obra en su totalidad en casi un artículo de fe al sostener que el Quijote “exige y soporta” una interpretación mística.

En 1903, cuando publica su artículo “La causa del quijotismo”, Unamuno se dirigirá a la novela cervantina como nuestra Biblia nacional. Será sin embargo a partir de la primera publicación de la Vida de don Quijote y Sancho, de 1905,ix en la que podemos encontrar toda una elaboración de un proceso de identificación de don Quijote con el propio Cristo, cuando se refiera siempre a la novela desde la convicción de hallarse ante un libro sagrado, al modo de la Biblia o el Corán.x

Su heroico espíritu igual habría de ejercerse en una que otra aventura; en la que Dios tuviese a bien depararle. Como Cristo Jesús, de quien fue siempre don Quijote un fiel discípulo, estaba a lo que la ventura de los caminos le trajese (Sic).xi

Con una extraña mezcla de admiración hacia el personaje y animadversión hacia Cervantes, Miguel de Unamuno, tomando en ocasiones el Quijote como simple pretexto y sirviéndose en otras de él como estímulo y fuente de inspiración,xii logró crear para sus contemporáneos un profundo e iluminado ensayo de gran valor literario y filosófico. En su obra Vida de don Quijote y Sancho, Unamuno comenta, capítulo por capítulo, la obra del genial “Manco de Lepanto”. Su paráfrasis de Cervantes es imaginativa, paradójica, profunda y también extremadamente entretenida. Su argumento principal, el cual sostiene de manera irónica por más de quinientas páginas, es que don Quijote tenía que ser urgentemente rescatado de las “torpes manos” de Cervantes. Su insistente pedido de auxilio está basado en que don Quijote es nuestro guía, es inspirador, sublime y verdadero.

“Vida de don Quijote y Sancho”, de Miguel de UnamunoEs muy probable que este tipo de lectura resulte tan disparatada como lo fuera el accionar del mismo personaje, pero considero conveniente recordar que este tipo de percepción no es exclusivo de esta generación ni tampoco del ser español. Un concepto similar ya había sido esbozado por el reverendo John Bowle, quien en 1781 publica su famosa edición del Quijote meticulosamente comentada e ilustrada y, aunque de forma muy diferente, esboza un paralelismo entre la vida de san Ignacio con la de don Quijote, analogía que tan excepcional importancia tendrá dos siglos después en la obra de Unamuno. O aquellas afirmaciones del entusiasta francés Sainte-Beuve, quien en su obra de crítica e historia literaria, Retratos literarios, publicado en 1844, calificó abiertamente al Quijote como “la Biblia de la Humanidad”.xiii

La relación establecida entre don Miguel de Unamuno y la máxima novela de Cervantes se acentuará con la celebración del tercer centenario de la publicación del Quijote (1905-1916), planteando su “quijotismo” con mayor intensidad.xiv Irá descubriendo paulatinamente en la novela un universo de posibilidades expresivas que considerará extremadamente valiosas para la configuración poética de lo que se está consolidando ya como su pensamiento filosófico. Si tenemos en cuenta que dicho pensamiento halla su mayor punto de apoyo en el particular “existencialismo religioso”, no resulta difícil comprender que la novela cervantina sea transformada por medio de la pluma del autor vasco en una respuesta a las tres o cuatro cuestiones capitales que constituyen el núcleo de su filosofía, con lo cual, dada la naturaleza metafísica de tales planteamientos, el libro trasciende en mucho su condición de “mera obra de arte literaria” para convertirse en una especie de libro sagrado en el que el autor está convencido de haber encontrado la luz que ilumine su propio “agonismo”. Así, cuando en 1916 escriba contra los cervantistas que, con el pretexto del año en el que viven, se dediquen a lo que él considera no es sino “diseccionar” el libro que le sirve de guía y que tanto ama, dirá:

Y es que hasta entonces y por entonces (1898), y aún hoy, esa nuestra Biblia nacional y no de masoretas, atareados en disecarla para convertirla en pieza de museo, mojada en alcohol. (...) Y la peregrina historia del hidalgo, que supo decir a relleno sentido: “¡Yo sé quién soy!”, tiene que enseñarnos a cada uno de los españoles quiénes somos. El que no aprenda en ella, en el espejo del Caballero de la Locura, quién es él, el que la lee, ¿qué va a aprender? ¿A tomar párrafos a la manera cervantina? ¡Menguada labor! (Sic).xv

Desde luego no hay en Unamuno demasiado interés en los aspectos estrictamente formales de la novela cervantina, y es precisamente la crítica que puede leerse en este artículo. Lo que pareciera buscar en realidad en la historia del caballero manchego es nada menos que la clave de su propia identidad, o dicho de otro modo, un sentido para su propia existencia. Y esto es precisamente lo que buscó también, hasta el final de sus días, en la lectura de los libros sagrados, aquellos que sustentan las grandes religiones del planeta.

Por último, y dentro de esta variada gama de nuevos escritores atraídos por la gran novela cervantina, y a modo de “redescubrimiento”, deberemos acercarnos a las famosas Meditaciones sobre el Quijote de Ortega y Gasset, publicada en 1914.xvi Asomándonos brevemente a las “meditaciones” de este gran filósofo y escritor, podremos observar la presencia de numerosas e interesantes disertaciones filosóficas, estéticas y literarias relacionadas con el tema central, el que irá abordando en forma bastante fragmentada y discontinua.

Tal vez la coincidencia más importante con respecto al pensamiento unamuniano radica en que también este autor se acerca al Quijote y a don Quijote intentando hallar en ellos el secreto de un destino común, tanto del individuo como el de un pueblo en particular. Tales “meditaciones”, tal vez llevan a Ortega y Gasset a conclusiones pesimistas con respecto al pasado español y al vivir humano en general. Mientras Ramón y Cajal había asegurado que España carecía de “Quijotes”, Ortega ahora reafirma este concepto sosteniendo que en España hubo muy pocos españoles “esenciales”. Porque según el autor, la misteriosa y profunda esencia del “quijotismo” no se halla expresada solamente por la figura del generoso y andante loco como mero individuo de la especie creada por Cervantes, sino en la obra en su totalidad. Y será precisamente aquí donde se halle la gran diferencia con el “quijotismo” concebido por Unamuno.

Ciertamente, a Ortega y Gasset no le seduce demasiado analizar y comprender la psicología del personaje, ni tampoco le entusiasma la idea de que la “fisonomía disparatada” de don Quijote sea tomada como modélica, pues la sublime y ridícula figura del hidalgo manchego sólo podrá “evocar sugerencias y despertar anhelos” individuales. Ortega y Gasset, como lo habían manifestado antes Quevedo y Gracián,xvii se indigna ante el intempestivo e impremeditado embestir, las desaforadas actitudes con las que, en nombre de las andanzas “esforzadas” y “poseído por la realidad de su misión”, el loco hidalgo justifica su accionar. Esta postura, que desde luego no es novedosa, lo conducirá a deplorar abiertamente algunas actitudes de la obra de Miguel de Unamuno, distanciándose asimismo de las primeras y asertivas definiciones de Menéndez y Pelayo.

“...los errores a que ha llevado considerar aislado a don Quijote son verdaderamente grotescos (...) Unamuno ha tenido el secreto de hacer sobre el libro más simpático del universo... el libro más antipático y repelente de la tierra”.xviii

Como hemos podido observar en este brevísimo recorrido, tanto la obra como los personajes se fueron transformando en “propiedad intelectual” de algunos pocos y en motivo de inacabables disputas textuales. Las conductas de don Quijote y su fiel escudero comenzarán a ser objeto de múltiples asociaciones y justificaciones; un modelo a seguir desde las diferentes concepciones acerca del vivir humano, de la existencia del hombre y de los roles que éste debe cumplir en la sociedad.

En cuanto a su creador, muchos abrirán nuevos e insospechados juicios, pues es frecuente observar que, con falta de sentido histórico, se le atribuyen creencias, ideas y sentimientos tal vez más ajustados y estimados por los diversos historiadores, críticos y escritores, que a los “probablemente” atribuibles a Miguel de Cervantes. El autor comenzará a ser, según la ideología de los panegiristas, modélico, caballero, demócrata, libre pensador progresista, revolucionario, buen cristiano, etc. Pero casi al mismo tiempo, tal vez en respuesta a la legión de entusiastas, será también, y según posteriores cervantistas y enemigos infaltables en la crítica anticlerical, hipócrita y solapado anticonformista con la España mayoritaria de las Austrias, perteneciente a la rencorosa y marginada minoría de los descendientes de judíos conversos, y como si esto no bastara, también será blanco de sospechosos actos de espionaje y acusado de algunos ribetes de homosexualidad.xix En cuanto a su inmortal libro, y como ya lo hemos expresado anteriormente, éste será estudiado y analizado con asombrosa meticulosidad y avidez desde los más significativos y variados puntos de vista.

Don Miguel de Cervantes Saavedra ciertamente desconocía muchas de las ideas, sentimientos y actitudes que la lectura de su obra haría surgir en los lectores de tiempos y lugares por él no vividos, y en esta generación en particular. Tampoco estos ávidos escritores hubiesen visto en la genial novela tantas alusiones simbólicas y sagradas como las que observaron en su tiempo de haber vivido en la época de Miguel de Cervantes. Pero de todos modos, el hecho de que el genial Manco de Lepanto no fuera consciente de las múltiples y heterogéneas interpretaciones y explicaciones que de su obra se han dado, en forma alguna quiere decir —como afirma irónicamente Unamuno— que él fuera inferior a ella o que estuviera imposibilitado para conocer a don Quijote y Sancho, criaturas estéticas que él mismo creó. Baste considerar que si bien todos somos de una misma especie, deberemos imaginar que, como bien sostiene Ortega y Gasset, don Quijote y Sancho son “individuos de la especie Cervantes”.

Por lo tanto, estos autores, como otros intérpretes, escritores y artistas, jamás hubiesen descubierto tantos rasgos y aspectos humanos si Cervantes no hubiera sacado a la luz estas “mágicas” criaturas estéticas en especial, a quienes dio vida en las entrañas de su alma, tras una atenta y profunda observación de la realidad, y tras un intenso, esforzado y genial vivir, pensar, sentir, escribir y crear. El Quijote, sin dudarlo, no fue fruto exclusivo de una súbita y genial “inspiración”, sino también el resultado de ininterrumpidos y tenaces esfuerzos de un experimentado escritor. Es cierto que en el Quijote, como en La vida es sueño de Calderón, y permítaseme la comparación, hallan conjunta y genialmente su más excelsa y lograda expresión y utilización de determinados recursos, ideas, sentimientos, actitudes, situaciones y, por sobre todo, la disposición de humanísimos personajes. La novela de Cervantes, como ya lo había sentenciado Gregorio Mayans y Siscar en 1737,xx y otros tantos escritores nacionales y extranjeros como Cadalso, Gallardo o Gatell, el Quijote “encierra en sí un misterio” muy difícil de descifrar que continuará por siempre estimulando a sus amantísimos e indiscretos lectores.

 

Notas

  1. Que entonces la mentira satisface / cuando verdad parece y está escrita /con gracia, que al “discreto y simple aplace”. Poema satírico de 1614. (Prólogo al lector). Obra crítica literaria: Viaje del Parnaso. Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos 1996; Madrid: Alianza, 1997. Vv. 61-63 en (El encomillado es nuestro).
  2. Sólo a modo de ejemplo mencionaremos a Pedro Gatell, a quien seguirán Miguel de Unamuno y posteriormente Vladimir Nabokov. La moral de don Quijote..., delBachiller D. P. Gatell, Madrid, 1789-1792 (2 tomos), es una de las primeras obras nacidas bajo el influjo cervantino de ese período, y que también podría ser considerada como el primer precedente importante de la Vida de don Quijote y Sancho Panza de Unamuno. Esta obra es la de un olvidado y mediocre escritor, guiado por un espíritu muy diverso. Gatell también escribió en 1793 la interesante Historia del más famoso escudero Sancho Panza. Este autor, siguiendo un recurso cervantino, asegura que, pasando por La Mancha, halló un manuscrito con las conversaciones que mantuvieron Alonso Quijano y el cura durante los quince días que volvió a estar en su sano juicio, antes de morir, y que Cide Hamete Benengeli, más por “desconocimiento” que por “descuido o malicia”, no recogió en su famosa historia de don Quijote. En La moral de don Quijote aparece la primera actitud digna de destacar, pues será donde el autor manifiesta tener plena conciencia de estar abriendo un camino por el que otros llegarán más lejos, al explicar “libremente” la “moral” que él deduce de la lectura del Quijote para “inculcar la virtud y erradicar actuales vicios y costumbres”, nacidos de “lecturas más dañinas” que la de los libros caballerescos: “Yo he escrito según mis cortos alcances; y vendrá, Dios lo permita, quien me aventaje en infinito. Tengo ya la gloria de que he abierto el camino, y de que he puesto la primera piedra para tan grande edificio. Luego, con que haya sido el primero que se ha atrevido a moralizar tan famosa historia, merezco ya el nombre de inmortal...” (Sic).
  3. Estas y otras posteriores afirmaciones y actitudes de famosos escritores y críticos alemanes, ingleses, franceses y rusos, se difunden en España, fundamentalmente a través de manuales, enciclopedias y revistas francesas, como fácilmente puede verse en la citada Bibliografía crítica de Rius, Leopoldo, Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid: M. Murillo, 1895-1904 (3 vols).
  4. Excepcional importancia tiene el hecho de que —en mayor medida que en épocas anteriores y al margen de los cervantistas— críticos, escritores y hasta científicos españoles e hispanoamericanos se inspiren en Cervantes, su vida y su obra. Entre ellos podemos citar a Juan de Valera, Manuel de la Revilla, Menéndez y Pelayo, Ramón y Cajal, Pereda, Perez Galdós, Clarín, E. Pardo Bazán, Alarcón, Fernández Shaw, Unamuno, Maeztu, Azorín, los hermanos Quintero, Juan Montalvo, Enrique Rodó, Rubén Darío, Leopoldo Lugones, Amado Nervo, entre otros, que por motivos lógicos, no podrán ser tratados o analizados en el presente trabajo. Solamente se abordarán brevemente aquellos que se ajustan a la temática perseguida y que representen dicho período.
  5. Díaz de Benjumea, Nicolás, Comentarios filosóficos del Quijote, “La América III”, Madrid (1859). En el mismo año y revista publicó también Refutación de la creencia generalmente sostenida de que el Quijote fue una sátira contra los libros caballerescos, y posteriormente en Londres (1861), La estafeta de Urganda, Madrid (1862); ésta última fue la que provocó la polémica con Juan Valera. Benjumea ha sido uno de los eruditos cervantinos que con más imaginación hallaron en el Quijote una gran fuente de inspiración para su docto esoterismo. En la real convicción de que Cervantes se retrató a sí mismo en la figura de su héroe, estudiará de la obra la “autobiografía o personalidad de Cervantes”.
  6. “Lo que había de quimérico y falso no precisamente en el ideal caballeresco, sino en la degeneración de él, se disipó como por encanto ante la clásica serenidad y la benévola ironía del más sano y equilibrado de los ingenios del Renacimiento. Fue de este modo el Quijote el último de los libros de caballería, el definitivo y perfecto, el que concentró en un foco luminoso la materia poética difusa, a la vez que elevando los casos de la vida familiar a la dignidad de la epopeya, dio el primero y no superado modelo de la novela realista moderna”. Menéndez Pelayo; Interpretaciones del Quijote, discurso leído en la RAE el 29 de mayo de 1904, contestando al de recepción de José María Asensio, e incluido en la edición nacional de las Obras completas, tomo I, Madrid, 1941, págs. 314-315.
  7. Ramón y Cajal, S., Obras literarias completas, Madrid, Aguilar, 1969, págs. 1.271-1.289. El gran estudioso y científico español también manifiesta su amor y admiración hacia Sancho, que, según el escritor, consoló “el espíritu de Cervantes” y le hizo “amar la vida y el trabajo” con sus “gracias, socarronerías y donaires”.
  8. En referencia al concepto de Ramón y Cajal sobre “Cervantes-Quijote”, puede verse que es compartido aún por poetas como Gilbert Keith Chesterton en su poema Lepanto, o en Sueña Alonso Quijano de Jorge Luis Borges: El hidalgo fue un sueño de Cervantes / y don Quijote un sueño del hidalgo. / El doble sueño los confunde y algo / está pasando que pasó mucho antes. / Quijano duerme y sueña. Una batalla. / Los mares de Lepanto y la metralla. Vv. 9-13, de “La rosa profunda” (1975) en Obras completas. Op. cit. en Bibliografía (el subrayado es nuestro).
  9. Unamuno, Miguel de, Vida de don Quijote y Sancho, edición de Alberto Navarro, Editorial Cátedra, S.A., Madrid, 1998. Similares conceptos sostiene en: Sobre la lectura e interpretación del Quijote.
  10. “...La Biblia, el Corán, los discursos de Buda, y nuestro Libro, el de España, el Quijote”. Así se refiere Unamuno a la obra de Cervantes en su obra Cómo se hace una novela (Miguel de Unamuno, Obras completas, Escelicer, Madrid, 1967, VIII, pág. 720).
  11. Miguel de Unamuno, Op. cit. (I, 2, pág. 168).
  12. Ciertamente, aspecto esencial de la sacralización a la que Unamuno somete la novela de Cervantes es la “divinización” a la que eleva la figura del hidalgo, así como la identificación del mismo con personas como san Pablo o san Ignacio de Loyola, paralelismos éstos que se plantean en la mayor parte de su obra. Antonio Sánchez Barbudo afirma esta cuestión argumentando su tesis del ateísmo unamuniano. Sostiene que Unamuno había escogido el camino de la fama pero con mucho dolor, pues era consciente de que escogía así por no haber podido creer en la existencia de otra vida. “Una experiencia decisiva: la crisis de 1897”, pág. 109, en Miguel de Unamuno, Taurus, Madrid, 1974.
  13. Rius, Leopoldo, Op. cit. p. 279.
  14. Se debe establecer en realidad una diferenciación clara entre lo que significamos como pensamiento unamuniano y “quijotismo unamuniano”, dado que éste último no sería más que una expresión literaria del primero.
  15. Unamuno, Miguel de, Obras completas, Escelicer, Madrid, 1967, VIII, pág. 720.
  16. Ortega y Gasset, “Meditaciones del Quijote”, en Obras Selectas, Espasa Calpe, Madrid, 2000, pág. 23.
  17. Baltasar Gracián (1601-1658), que en El discreto y El criticón alude peyorativamente al Quijote y a don Quijote con manifiesta animosidad, no quiere citar a Cervantes en Agudeza y arte de ingenio (obra donde documenta y esquematiza su preceptiva),ni tampoco lo hará en su novela alegórica y filosófica El criticón. En 1633, Francisco Quevedo, al criticar en La perinola el Para todos de Pérez de Montalbán, cita al “ingeniosísimo” Cervantes como al único y máximo representante de la novela, de forma análoga a como Lope, Vélez y Calderón lo eran de la comedia: [...] las hizo tan largas como pesadas, con poco temor y reverencia de las que imprimió el ingeniosísimo Miguel de Cervantes [...] deje las novelas para Cervantes, y las comedias a Lope, a Luis Vélez, a Pedro Calderón y a otros. (Sic) Ver Leopoldo Rius, Op., Cit., (p. 338).
  18. José Ortega y Gasset, Epistolario, Madrid, Revista de Occidente, 1974. Pág. 336.
  19. Recuérdese que se publican homilías pronunciadas por sacerdotes y prelados en funerales celebrados en sufragio del alma de Cervantes, los 23 de abril por la RAE y por otras entidades culturales. En cuanto a las extremas sospechas sobre las conductas de Cervantes puede verse la edición de Antonio Rey y Florencio Sevilla (Rinconete y Cortadillo, Colección Austral, Espasa-Calpe Editores) en el apartado “Vida de Cervantes”, donde se alude directamente a la posible homosexualidad del autor.
  20. Se toma como iniciador de los estudios cervantinos a don Gregorio Mayans y Sicar (1699-1781) ya que no se consideran como tales la breve reseña que Nicolás Antonio incluyó en su Biblioteca hispana nova; los juicios y noticias de diversos escritores nacionales o extranjeros; ni tampoco los expuestos por los autores de aprobaciones o traducciones. El culto valenciano, en 1737 escribe por encargo la primera biografía de Cervantes. Pero Mayans no se limitó solamente a esbozar los datos biográficos del autor, sino que también abordó la producción literaria poniendo su énfasis en el Quijote. Sus juicios acerca de la obra serán luego desarrollados o descalificados por posteriores estudiosos. Mayans, que reconoce la superioridad de la segunda parte sobre la primera (sin la amplitud que luego hará Vicente de los Ríos sobre el tema), estudia la “invención”, “disposición”, “lenguaje” y “estilo” de la genial obra. En su trabajo, Mayans llegará a relacionar al Quijote con la Ilíada señalando la singularidad del “perspectivismo cervantino” indicando la presencia de inverosimilitudes, anacronismos y “retroceso del tiempo”.

 

Bibliografía

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