Letras
Dos textos

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Lucas Benielli

“La verdad está en el vino”.
Alexander Blok

Miente el vino como mienten los besos nacidos después de la lluvia que ejerció su oficio de cuchillo durante este mes de abril tan bipolar. Miente, la noche miente cuando se despide de tu maldito vientre cruel para devorarme con su lengua de fuego inexistente. Miente como miente la sal cuando se cae al suelo. Miente la muerte, miente. Miente la vida, miente. Mienten. Miente mi preferencia de vino, el reflejo de otro que pudo haber sido aquél pero terminó siendo vos, miente mi preferencia de aquel ante la obscenidad de la televisión. Miente la veracidad del fraude y la irreversibilidad de la competencia desleal. Yo miento porque digo que miento cuando no miento y porque digo que no miento cuando miento o porque digo que no miento cuando no miento (sí, eso es una mentira) o porque digo que miento cuando miento (sí, eso es otra mentira).

El baile de las máscaras comenzó con el desgarro adentro, justo debajo del pecho izquierdo. Desde allí la herida danza el sentido marcado por un ritmo anterior a los siglos diluidos por la nada. Una bomba de tiempo había activado la necesidad de demostrar el ser que no soy. Una broma del tiempo iniciaba mi búsqueda hacia la locura ya imposible como imposible cualquier salida de la realidad circular que nos planteó por allá Jorge Luis. El laberinto, qué bronca. —El final.

 

Peggy Sue
(fragmentos)

Había nombres que no quería nombrar, para no darles el gusto y que la gordura del ego les explotara el putito corazón. Tenía en el ojo izquierdo clavado el pezón, todo el mundo pudo verlo en mi blog. Había frases en el río Amor.

—Los monstruos no existen, Pato.

—Abusás de la bondad de tu tía.

—Abusaste de mí.

Los monstruos no existen, por eso están. Estoy muerta de uno que sos vos. Te abría la puerta para que no insistieras, para que entres y te vayas. La desgracia, que entre y que se vaya. Pero se sienta en el sillón y espera a que, la desgracia, esté dentro mío y, los fantasmas, me claven la mirada imposible, me calienten desde el pasado. Un diente chueco debajo del cartón, un virgen catado en una fábrica vacía por hacerse loft, una bala verde y un limón, un pibe que se escapa del palazo conmigo y otro que me tira el suelo para morder el limón. Fumar delante de las cámaras espías que arremeten en la Plaza de Mayo, abrazada por las abuelas pañueludas de los padres que nunca tuve. Un presidente con la boina bonaerense instituyendo el orden antiquísimo mientras mi músculo divagador se va atorando en la cinta de Moebius prefabricada de tu boca. El apagón se fuma despacito, de un solo trago. Los monstruos no existen, pero se fuman. Por eso están. Por eso, están.

***

Al amanecer, el mar deja de regalo —casi como quien no quiere la cosa— caracolas vacías, un silbido ficticio, una estela de lo que fue en la noche. La luz se abrió camino en el pajonal y me fulminó con su rayo mientras hacía la noche. De la herida nació esa luz, que ahora ardía. Ardía tanto como ardía yo cuando ardía la noche cuando ardían las chispas con un chirriar que era de pájaros. Como pájaros, saltaban a alturas inferiores y descendían lentamente, con las alas desplegadas —pero mudas—, ya zaheridas. Hebras en un salto al vacío, auroleadas de luz, casi como para retardar la muerte que nacía en mí.