Editorial
Medellín

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La ciudad colombiana de Medellín se hizo tristemente célebre en el pasado por las actividades del denominado Cártel de Medellín, nombre genérico que reunía a varias organizaciones criminales establecidas alrededor del negocio de la droga, y que en su momento llegó a enfrentarse al Cártel de Cali por razones probablemente vinculadas al oscuro comercio en el que ambos grupos estaban involucrados.

Tal historial, en el que se conjugaban el tráfico de drogas, la influencia en el devenir político de Colombia y el terrorismo, aunado a las cuatro décadas de guerras intestinas, han dejado huellas imborrables en ese país. Por ello, cual paradoja, resalta con mucho más brillo del ordinario la realización anual del Festival Internacional de Poesía de Medellín, uno de los eventos literarios más importantes del continente y, a no dudarlo, del mundo.

Con su decimoséptima edición, que se celebra desde el pasado sábado 14 de julio y se extenderá hasta el próximo domingo 22, el Festival de Medellín es hoy por hoy un faro poético de categoría mundial. No en vano el evento se hizo acreedor, en diciembre del año pasado, del premio Right Livelihood, mejor conocido como el Nobel Alternativo, como informamos en nuestra edición 150, “por enseñar cómo la creatividad, la belleza, la libertad de expresión y el sentimiento de comunidad pueden florecer e incluso triunfar donde el miedo y la violencia están profundamente enraizados”.

Cada año Medellín sorprende al establecerse, entre sus ciudadanos y visitantes, el nexo común de la poesía. En los países latinoamericanos pende sobre las letras —y sobre el oficio intelectual en general— el tópico de que éstas son actividades que no gozan del aprecio del público. Medellín lo desmiente: estadios, parques, escuelas y otros espacios públicos se muestran repletos de personas que acuden al llamado de la poesía.

Son Fernando Rendón, Gabriel Jaime Franco y los demás miembros del equipo de la revista Prometeo, que desde 1991 hacen realidad este evento, un grupo de quijotes empeñados en derribar el molino en el que está inscrito que la poesía no es capaz de cambiar el mundo. Nuestra admiración, y nuestro agradecimiento, para ellos.