Entrevistas
Erasmo Fernández, lapidario y maldito
“Al poeta le atrae su tragedia”

Erasmo Fernández

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“Como me ha tocado vivir desde mi niñez de un lado a otro, entonces se refleja a través de lo que escribo todo ese maremágnum de imposibilidades de sobrevivir en una ciudad metafórica, incluidos los otros seres que también sobreviven en ella”.

Para entablar una conversación con Erasmo Fernández (Chivacoa, 1946) es preciso convertirse en cómplice de ese estilo de vida underground, outsider o borderline que degustamos a través de las obras legadas por escritores de la talla de Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs o Charles Bukowski, por citar algunos autores que explotaron sus vivencias hasta convertirlas en su principal fuente de inspiración. En los años setenta conformó junto a Jaime Betancourt y Zoraida García, entre otros, un grupo denominado “Los Malditos”, el cual era sinónimo de irreverencia y locura creativa que abofeteaba el rostro de las instituciones y los patrones establecidos. De aquella experiencia quedaron algunos poemas plasmados en Cuadernos del fondo de la casa.

Actualmente es editor de la revista La Honda y el Pájaro y del periódico La Mano del Surco. Entre sus obras publicadas se encuentran Esperas y la ausencia (1992), Caminatas (2002) y Oficios de la lluvia (2005).

—¿Cuáles fueron tus lecturas iniciales?

—Cuando llegué a Maracay, en 1958, había caído la dictadura de Pérez Jiménez y mi familia se mudó a Las Alondras, tendría yo unos once o doce años. Como a mí nunca me inscribieron en la escuela, yo mismo hacía mi escuela y me ponía a la altura de los que estaban estudiando en aquél entonces. Me reuní con unos amigos y nos fuimos a Caracas a limpiar zapatos. Como estaba en la edad de estar en el cuarto grado de educación primaria, compré un libro de ese nivel llamado Nociones elementales y allí me encontré con varios poemas y la historia de Venezuela. Allí me topé con un poema de Andrés Bello, el de la Zona tórrida, y otro poema que creía que también era de él y siempre me marcó, de nombre Oración de la tarde, el cual me causó gran consternación, pero años más tarde alguien me dijo que ese poema no era de Andrés Bello, sino que era una traducción de Víctor Hugo.

En la casa de mi primo, Henry Mota, que también es poeta, y su padre, Francisco Mota, quien era un gran lector, me encontré con una revista de cultura que me produjo una profunda reacción. En esa revista, de 1957, aparecían unos cuentos de Horacio Quiroga, un poema de Neruda y otro de Arnaldo Acosta Bello, que nunca se me olvida e incluso fue el epígrafe de mi primer libro, y años más tarde, cuando lo conocí en Mérida, se lo comenté en persona. Después de que me encontré con esos trabajos allí, me dije: “Si yo fuese escritor, no escribiría menos que ellos”. Y se creó ante mí una barrera que provocó que rompiera todo lo que hasta ese momento había escrito.

—¿Cómo entras a formar parte de la escena literaria de Aragua?

—En 1974, cuando por primera vez puse mis pies en la Casa de la Cultura de Maracay, se estaba celebrando “La semana de los artistas jóvenes” y vino gente de todas partes. Ese evento aquí no fue registrado y el que lo sabe no lo ha dicho, el único que lo ha dicho mil veces he sido yo. Allí estuvo Ernesto Cardenal, quien, por cierto, estuvo a punto de ser linchado por unos franquistas cuando leyó el poema Marilyn Monroe en una churuata en la Casa de la Cultura y nosotros lo llevamos para La Taurina para protegerlo. Años más tarde, cuando participé en el II Festival Internacional de Poesía, coincidí una mañana con él en el Caracas Hilton y le dije: “Poeta, ¿usted se acuerda de Maracay, en 1974, cuando unos tipos lo querían joder y unos muchachos se lo llevaron a un bar?”, me respondió que sí. “Pues, uno de esos muchachos que lo protegieron era yo”.

En aquella semana de los artistas jóvenes escenificaron una pieza de Fernando Arrabal, hubo una exposición de Vivas Arias, llamada El hombre de maíz; llegó de Francia Alberto Hernández y montó unos mimos, participaron como ponentes Marta Traba, Ángel Rama, Adriano González León, los tres premios nacionales: Ramón Palomares, con su libro Adiós Escuque; Elí Galindo, con Los viajes del barco fantasma, y Ramón Bravo con una novela llamada Del techo comenzará la guerra, quien fue interrumpido en su lectura por una muchacha que se levantó de su asiento y lo insultó, llamándolo traidor a la guerrilla.

Después de que sucedió esto, se dio inicio a un movimiento. Se habían ido a Caracas todos los maestros de la época de oro del teatro en Maracay y dejaron a los actores sin directores. Ninguno de estos actores quiso trabajar con más nadie y buscaron el camino de la poesía.

Por otra parte, en un autobús de la ruta La Coromoto, que costaba medio, me encontré con David González y José Miguel Henríquez, quienes eran unos comecandela que pertenecían a la izquierda y se metieron en el arte para salvarse, conformando un grupo ecologista llamado Ahuyantepuy. Eran unos insurgentes que repartían panfletos en las empresas. Fue una época marcada por la política, pero como yo no era político ni un coño, pues creo en lo que creo, hubo un cisma en ese grupo cuando aparecí. Se dividió Ahuyantepuy y tuvo que disolverse. Ya anteriormente había pasado lo mismo con el grupo Caín y Mucuglifo, en Mérida, a los cuales también partí en dos toletes sin querer. Por otro lado, estaban los actores a quienes el teatro los había abandonado: Jaime Betancourt, Zoraida García, Roger Rodríguez, Rubén Serrano y se interesaron en la poesía.

En una oportunidad, cuando fuimos invitados a una lectura en el Teatro Ateneo de Maracay, colocaron en la cartelera “Hoy Los Malditos” y quedamos bautizados con ese nombre. Recuerdo que en ese tiempo fue designado como secretario de Cultura un tipo de la izquierda y éste invitó a Carlos Zerpa para que hiciera una exposición, llamada Cada quien con santo propio, eran unas obras tan profanas que hasta vino un cura a tumbar la exposición y botaron al secretario de Cultura y los demás funcionarios renunciaron.

—¿Cuáles temas te motivan a escribir?

—Ninguno, no soy temático. Lo que pasa es que como me ha tocado vivir desde mi niñez de un lado a otro, entonces se refleja a través de lo que escribo todo ese maremágnum de imposibilidades de sobrevivir en una ciudad metafórica, incluidos los otros seres que también sobreviven en ella.

Yo pienso que a todo poeta, a todo hombre que se inicie en la poesía, lo primero que le atrae es su tragedia, su forma de vida, es su desasosiego, como diría Fernando Pessoa, la poesía nunca ha sido hecha por los felices, por los magnates, por los banqueros, por los mafiosos...

—¿Cuáles escritores venezolanos son fundamentales?

—Los que más me han nutrido y nunca los voy a olvidar son Andrés Bello, José Antonio Ramos Sucre; uno de los más grandes pilares de la poesía mundial: Juan Sánchez Peláez, Ramón Palomares, “El Chino” Valera Mora, Juan Calzadilla y Eugenio Montejo.

—¿Es difícil ser escritor en un país de pocos lectores?

—Resulta ser que cuando las condiciones no están dadas para otras cosas que maneja el estatus, para el escritor sí. Te puedo hablar de grandes escritores que tuvieron que huir de sus perseguidores: François Villon, expulsado; Baudelaire, quien tuvo que eliminar poemas porque atacaban al estatus; Flaubert, quien tuvo que presentarse ante un tribunal; Oscar Wilde, encarcelado; te puedo hablar de un montón de escritores a quienes de repente no los persiguen, pero no los publican porque no les conviene.

—¿A qué atribuyes que los escritores venezolanos no sean tan conocidos como los de otros países?

—Nosotros tenemos un certamen, un concurso, donde se miden los mejores de América Latina, se llama el Premio Rómulo Gallegos. Ahora, mi pregunta es, ¿por qué ningún venezolano se ha ganado ese premio? Se lo ganó García Márquez, que le dio los reales al MAS, vino otro y se lo regaló a los perros de la calle, ojalá venga uno y se lo dé a los poetas que estamos pelando bola.

—¿Las instituciones prestan apoyo al escritor?

—Es una pregunta que no quisiera responderte. Si tú no estás con la rosquilla, con esos tipos que se apoderaron de todo, no vales nada. En la capital, Maracay no existe, dicen que aquí no hay plataforma. Aun en Caracas, Maracay es considerada una aldea donde mandan unos pocos. Me gustaría que se hiciera un balance, un análisis de las obras de todos esos señores para ver si en verdad merecen tanto poder.

—¿Consideras que los escritores de Aragua no han contado con acertadas políticas editoriales que promocionen su obra?

—Desde hace tantos años, todos los proyectos que nosotros introdujimos en la Secretaría de Cultura eran obviados. Pero nosotros nos dábamos cuenta de que ellos argüían, en la búsqueda de una plataforma para hacerse sentir en Caracas, que ellos cumplían con esos preceptos, pero nunca lo hicieron. Todos nuestros proyectos fueron tergiversados. Incluso, yo elaboré un proyecto que englobaba la publicación de una revista, la realización de unos talleres, entrevistas a los escritores y una antología llamada Al margen del jardín, donde se publicaría a los poetas que jamás habían sido publicados y ¿qué hicieron ellos? Editaron una antología y una revista, tal cual como yo la había planteado y hasta me publicaron unos poemas allí. Por eso, El Toro Constelado no tuvo más posibilidades de hacer lo poco que hizo, pues se tergiversó un proyecto para los artistas de Maracay y de Aragua.