Letras
La dulzura

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Ahora que duermes podré ver los pájaros que salen de tu boca. Agradezco a los dioses esta lluvia inacabable que se derrama en París, que tuviésemos que recogernos en nuestro pequeño refugio de 23 euros al día, y que tú, con esa voz con la que instalas la lluvia en mi alma, dijeras que me esperabas en la cama, que no tardara, que fuera pronto a abrazarme contigo para que me inventara una poesía. Yo no quiero demorarme, ya sabes que me llenas de vida con cada beso tuyo, sólo que tengo que agarrar esas imágenes que de un modo tan violento me asaltaron durante el día, esas que te conté de terribles búhos sobre las cabezas de los niños, o las de la arena que se levanta en el viento y entonces traza letras enigmáticas. Buscaré algunas palabras para que no se deshagan, porque si no acabarán olvidándose y otra vez volveré a sentir cómo me crece el abandono. Esta es la razón que me impide acudir a tu llamada, déjame que rebusque en la gaveta de este viejo escritorio, algún papel en blanco habré de encontrar para enjaular a ese búho furioso y para apresar con redes el mensaje de la arena en el viento. Entonces aparto mis ojos de la cuartilla iluminada por el flexo y los pongo en ti, eres tan hermosa. Suelto el lápiz para que ruede en la madera, y cierro mi mano derecha para apoyar la cabeza. Y empieza a suceder ese milagro que brota de ti pero que no conoces. Debería salirte el aire respirado, invisible y un poco caliente. No sé qué los conjura, a veces pienso que es tanta tu dulzura que debes habilitar un escape para que no te ahogues, por eso creo que los pájaros que nacen en ti y vuelan en la estancia son trozos de tu dulzura. Oigo la lluvia pero no oigo sus alas, sé que no las oigo porque vibran con la misma cadencia del agua, por eso parece como si de ellas no se levantara el ruido, como si no necesitaran del aire para agitarse, rápidas como pulsos; si pudieras verlos, estos pájaros pequeños y luminosos, como arco iris, si pudieras contemplar cómo vuelan sobre los enseres húmedos del apartamento, cómo giran alrededor de ti (quizás porque sepan que tú les has dado la vida), cómo alcanzan la lámpara del techo y después se posan y me miran y, como ocurre otras veces, el de plumaje violeta planea hasta la penumbra que vive entre mi mano y el folio, como si comprendiera que de mí también nacen pájaros, pájaros-palabra, pájaros-voces que escribo en este papel amarillento y antiguo que esperaba la vida en los laberintos de la gaveta. Pero tú duermes, llena de luz, envuelta en alas como si fueras la diosa de la dulzura, no sabes nada de este maravilloso estrépito que ahora mismo sucede. El pájaro violeta enreda sus patitas entre mis dedos y los empuja con su cabecita para alcanzar la palma de mi mano. Agita levemente sus alas y se adapta a la geometría cóncava que he inventado con mi mano. Y entonces me mira desde allá abajo, tan tierno, tan triste, y a mí se me vienen tus ojos inundados de mañanas, y me desnudan y me envuelven. Llueve mucho, fuera es la noche, pero en nuestra casa de Saint Germain las gotas furiosas sobre las calles entran por las rendijas de la puerta como un murmullo de alas que mueven el aire para que tú respires; si lo vieras, amor, si pudieras notar cómo los pájaros me avisan de que ya llegó el momento de que apague la luz y me abrace a tu cuerpo, para que nos demos las manos y me recuerdes lo de la poesía, y yo sólo podré decirte que toda palabra es escasa, que enlazaré una con otra con la oscura tristeza de saberte inasible, de saberte inatrapable. Entonces te acercas a mí y me abrazas, y tu pelo queda a la altura de mi boca. Hablas para decirme que me duerma, y los pájaros se esconden en la penumbra para volverse invisibles. Yo aprieto mis labios en tu cabello y respiro tu aliento para que me llegue al estómago, donde los pájaros más pequeños se han refugiado. Cierro los ojos, sólo quiero sentir el hermoso ritmo de tus pulmones, mientras llueve en París, nada más que llueve.