Letras
Dos textos

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Responso para mi funeral

Heme aquí con las uñas azules,
la sangre estancada, como sueldo de fin mes,
la carne endurecida como roca petrificada,
la piel fría como la sensibilidad de un dictador.

La mente lejana del espíritu... duerme
mientras el espíritu vaga sin saber lo ocurrido.
es grato andar por los bares de siempre,
sentir que me siento, bebo y luego me voy
ahora sin pagar, porque recuerden
sólo soy espíritu despidiéndose de los seres queridos.

Hay tantas flores en vez de vino,
tanto lamento en vez de poemas,
tanto equilibrio en vez de locura,
tanto negro en vez de rojo encendido.

Les dije, quiero una fiesta en mi funeral, estar sentada con una copa, un cigarro apagado (está bien, no importa, físicamente no puedo fumar) y en la otra mano un libro, un cuaderno, un portaminas 07 y una goma.

Pienso que después de esto no habrá más cordeles con ropa ajena tendidos en mi casa, no habrá una histeria mordiendo sonrisas, laberintos que colonizar con la voz ciega y los ojos mudos, caminando por la ciudad.

¡Cuánta falta le haré al mundo!

Nadie irá en caída permanente hacia la esperanza, ni bailará encima de la desesperación cotidiana.

Murió Silvia Rodríguez, la única que iba del Averno al Cielo,
la que escribía imágenes de algodón después de romperse el cráneo dentro de una copa y sobre una página en blanco.

Murió quien decía a los hombres que para tener relaciones sexuales, no era preciso el amor,
la que volvía a ser virgen después de vestirse,
la que culpaba a todo por la resaca, nunca al vino que tomaba hasta el primer sorbo de la octava copa.

No puede ser, está llegando un espacio de vacío permanente,
despacio se desprende la huella de mis pasos y la sombra de mi cuerpo me abandona,
me pregunto ¿Quién escribirá cosas que no complazcan los oídos que se piensan eruditos y comen las migajas del poder oficial?
¿Quién dirá poto con nubes de azufre y pluma encantada endulzada en vino?
¿Quién prestará el vientre a los dioses del Olimpo, a los hombres comunes y escribirá sin la culpa del pecado original?

Ahora, adiós. El silencio perpetuo llega, esta lápida ya tiene el “Aquí yace Silvia Rodríguez Bravo”, ahora cierren la sepultura por favor, que voy a atizar el fuego del Infierno, luego aprenderé a tocar el arpa, tengo entendido que a Dios le encanta esa música, luego amarraré el aureola de los ángeles al llavero del San Pedro.

“Estamos reunidos aquí para despedir a nuestra querida hermana y poeta”. Pobre Cura, no sabe que enciendo el cigarro en los rayos del sol, que dibujo caritas a la luna y que estoy más viva que nunca.

 

Rutina de una cesante poeta

Esta ciudad definitivamente no acoge a su hija, quizás porque llevo un estigma en la frente o tal vez sea la quebrada forma de mis ojos, el motivo por el que los dioses del Olimpo aún no pronuncian en coro mi nombre, para terminar con esta comedia donde sueño con una pequeña esperanza la cual aún no calza con la realidad que respiro.

Mi realidad no ha tenido un punto aparte, un dar vuelta a la página para archivar el agua que ha pasado debajo de este puente. En concreto, continúo Cesante, viviendo en forma heroica. Realmente esta situación, más que un acto de heroísmo, es un acto de magia, pero el universo sabe más, ya que la ociosidad de esta cesantía me ha permitido recordar que soy el texto de una página en blanco.

El texto se inscribe en forma horizontal sobre las palabras que conforman mi cuerpo y me abro al poema donde paraíso y averno se fusionan en una sola voz, para diluirse en la cotidianidad deslumbrante de los días.

La voz del espejo proyecta la historia de una pequeña Poeta con indomados campos en búsqueda de un horizonte donde presentar su silencio, la forma diluida de su sombra, el tragaluz de sus insomnios y ese olvidado “Yo Soy” que tiene dormido detrás de las pupilas. Ese Yo encendido que escribe el génesis apocalíptico de un feto divino a punto de nacer.

El espejo y sus infinitos originales atraviesan la furia de la realidad para posesionarse de la imagen en forma mágica, superficial, profunda, hasta que el útero expulsa una hija en forma de grito, de llanto, de latido, con un pulso similar a los segundos de un semáforo. Y la Poeta se da vida, se retroalimenta de sus propias entrañas y nace viva, otras veces nace muerta, pero nace detrás y sobre el espejo en forma de texto, de palabra hecha verso y el verso se crea en ella, como agujero negro en el cielo.

En ese espacio es donde nace el silencio, pero hablo de ese silencio alimentado en el pecho de la madre primigenia, quien ha existido desde antes que dios. Este silencio ha permanecido, ha cruzado la frontera del tiempo sin morir, sin necesidad de resurrecciones, porque ella es resurrección, vida y muerte en una sola línea, en un solo verso, en un solo poema. Ella es todo lo que la nada necesita para que surja la sabiduría.

A esta hora en que el aire se convierte en murmullo, me pregunto bajo la luz del espejo: ¿qué pellejo es mejor, Cesante con esperanza, mujer que trabaja o Poeta que sueña? Sí, irremediablemente soy Poeta que sueña con la esperanza de encontrar un verso que calce con el péndulo del espejo, donde oscilo entre diversas alucinaciones y realidades cotidianas.

Esta ciudad no acoge a las hijas de su país, los dioses del Olimpo olvidaron mi nombre, no hay escupitajo, bendiciones ni adioses para esta pequeña Poeta que escribe con sangre milenaria el texto en blanco que tiene dentro de su cuerpo.