Letras
Pasado en limpio
Extractos

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La libreta

Paso de la “B” a la “C”.
Tacho uno más
(primero el apellido, luego el nombre)

Todos sus teléfonos suenan
sin hallar una voz que conteste.

No ceso en mi rutinaria tarea.

Voy deshojando mi vieja y raída libreta
con números de propósitos y amigos.

Dejo testimonios,
marcas como actas de defunción,
registros de desaparecidos
y voluntarios olvidos.

Cada cierto tiempo hago la ronda,
releo estas desvalidas páginas
como si fueran poemas
o amuletos en mis bolsillos.

Cada cierto tiempo
como el guardián de un cementerio
recojo las flores muertas
y aparto el follaje de los epitafios.

 

Entre jaulas

No tengo pájaros ni animales domésticos,
sin embargo, me llevo bien con el prójimo.

A cambio, colecciono pequeñas jaulas vacías
para que el aire pueda extender sus alas al levantar vuelo,
sin tropezar con otros reclusos.

Las miro al escribir, ciñendo mi letra
a la delgada guía de sus barrotes.

Siento entonces que el aire va y viene,
se escapa y regresa a su antojo,
pasando entre mis dedos sin poder atraparlo.

Sólo la herrumbre acumulada
como una fina capa de polvo,
como palabras que no alcanzaron a volar,
queda en mis manos.

 

Signos

Hay quien besa con los ojos abiertos,
quien respira después de pensar,
quien sube las escaleras y cuenta
de dos en dos los peldaños impares.

Del mismo modo, hay días
esdrújulos y sin tilde
que ignoran toda regla de acentuación;
días en que el agua es ajena a la sed;
días engendrados en madrugadas premonitorias
de insomnios inútiles y sin lámparas.
Amaneceres en que el cielo
es una hoja dubitativa
y las nubes, signos movedizos,
dotados de una enigmática elocuencia
anterior a la soberbia
del calígrafo y las palabras.

 

La cautiva

Ella acomoda a la vergüenza
en un diván
y le conversa
como si no fueran dos viejas amigas
acostumbradas a mentir o a callar.

Le habla de las caricias,
aquellas que aprenden sin pudor el goce de la piel.

La inquiere
y la invita
a dejar los hábitos ante el deseo,
a no temer,
a la entrega sin condiciones.

La convida a conocer
el provisorio cautiverio
de dos cuerpos que se aman,
de dos gotas hinchadas en una,
vigorosas, sublevadas, levantadas en armas,
encerradas a voluntad en una misma celda.

Ya luego, la instruye y aconseja
sobre cómo hacer creer a su carcelero
que desconoce aquellos pasadizos
hechos para burlar su custodia,
sin pecados ni condenas.

 

Persistencia

En las gotas de una ducha siempre fría.
En la sombra inquieta de las hojas que caen.
En la mirada extraña de algunos peces.
En la cucharilla que espera el azúcar del té.
En unas llaves que aguardan.
En la página faltante de esta libreta.
En el rollo de fotos que nunca tomé.
En el canto de algunas monedas.
En el silencio que queda
cuando ya se han ido las hormigas.
Allí he dejado recados.
He insistido en una buena recompensa.

 

Carta de medianoche a mi hija

Pequeña, no dejes que ese tonto oso
que duerme a tu lado te engañe. No le hagas caso.
Más bien, pregúntale a Pinocho: “¿por qué las mentiras?”.

Si a veces no sabes descifrar mi silencio,
busca tus pupilas en las mías
y aprende a deletrear lo que falta.

Si ves en ellas tu rostro,
también verás los ojos y las bocas,
las caricias y las horas, los encuentros
y desencuentros que en ti se encarnaron.

Por eso, si te digo que fuimos uno
al esconderte en su vientre,
no repares en tocar el sudor de mis manos.
Esas páginas húmedas que recuerdan
los nombres y la piel de aquellos
que de veras, alguna vez, amamos.

 

El arte de amar

Supones que han de calzar las piezas
(deseas predecibles las reglas del juego).

Comienzas por aquellas de bordes rectos.

Antes, por costumbre, has intentado
el inventario de las esquinas.

Sabes que luego quedará una isla que habitar.

Pieza a pieza reconstruyes
un paisaje que nunca has visto,
un mapa de litigios fronterizos
entre desconocidos países.

Ya muy tarde comprendes.

Ella nunca te dijo que el arte de este juego
nace de mezclar en una misma caja
dos distintos rompecabezas.

 

Se fue dando

Se fue dando
con permiso
o sin él
se fue dando
con demora
o sin tregua
se fue dando
se desvistió
sin mediar el pudor
se despidió antes
de que siquiera
alguien
volviera a preguntar
se fue dando
como aquellas cosas
incompletas
sin comprender
generosa y esquiva
se fue dando
se fue
y aún.

 

Sin casi ventanas

En la oscuridad de un cuarto
donde apenas se sugiere una ventana,
es más fácil seguirle el paso a los que fuimos.

Correr tras ellos
al ritmo con que un dedo índice
es capaz de imaginar un segundero.

Perseguirlos, sin tregua,
como a un lince furtivo
perdido al descampado
una noche previsible de noviembre.

Desde un cuarto oscuro
sin casi ventanas,
es más fácil intuir
las rutas que abren
las raíces desde los árboles.

En esa oscuridad no resulta difícil
avanzar por subterráneos.
Poblar la vista de sospechas,
para ver de otro modo,
como lo hacen los topos.