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Charlotte BrontëCharlotte Brontë, a través del espejo

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“Brocklehurst: ¿Sabes a dónde van los que se portan mal cuando se mueren?
Jane: Al infierno.
Brocklehurst: ¿Y sabes lo que es el infierno?
Jane: Un abismo lleno de fuego.
Brocklehurst: ¿Y te gustaría caer en ese abismo y abrasarte para siempre?
Jane: No, señor.
Brocklehurst: ¿Qué debes hacer entonces para evitarlo?
Jane: Procurar no estar enferma para no morirme”.

Jane Eyre, de Charlotte Brontë.

Nacida el 21 de abril de 1816 en Yorkshire (Gran Bretaña), era hija de un clérigo irlandés y tuvo cinco hermanos: Maria, Elizabeth, Branwell (1817), Emily (1818) y Anne (1820). En 1820 la familia Brontë se traslada a Haworth, un pueblo de los páramos de Yorkshire, donde la madre moriría un año después. En 1824 el padre decidió enviar a sus cuatro hijas mayores al colegio interno para hijas de clérigos, en Cowan Bridge (Lancashire), un lugar que serviría a la escritora como inspiración para el siniestro colegio Lowood, en su novela más famosa, Jane Eyre. El poco cuidado que recibían las alumnas, la dura disciplina y las malas condiciones las llevaron a enfermar de tuberculosis. Regresaron a casa donde las dos hermanas mayores, María y Elizabeth, murieron.

A partir de la muerte de sus hermanas, Charlotte se convirtió en la mayor y quizá por ello, la más responsable. En un mundo lúgubre y triste, la fantasía de los cuatro hermanos les llevó a crear dos reinos imaginarios: Angria, propiedad de Charlotte y Branwell, y Gondal, de Emily y Anne. Con soldaditos de madera inventaron personajes a los que hacían vivir en esos reinos y que les sirvieron para escribir numerosos relatos. Aún hoy se conservan unos cien cuadernos sobre el reino de Angria. De Gondal, sólo perduran algunos poemas de Emily. El pastor Patrick Brontë veía con buenos ojos la afición de sus hijas a inventar historias y escribirlas. Seguramente creyendo que era un mero entretenimiento ya que en esa época las mujeres tenían el mundo de la literatura completamente vedado. La única implicación intelectual que se le permitía a la mujer del siglo XIX era la enseñanza. Las hermanas Brontë sabían que estaban destinadas a ser institutrices o esposas y para ello se prepararon acudiendo a diferentes escuelas y academias. Branwell, como hombre, era el único al que su padre alentaba en su vocación artística, deseando que se convirtiese en un gran pintor.

La primera bofetada literaria que recibiría Charlotte le vino dada por el afamado poeta Robert Southey. Se le ocurrió enviarle algunos de sus versos y él respondió con una carta en la que le decía: “La literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca”. Esto enseñó una lección a la futura novelista que le serviría para afrontar su ingreso en un mundo de hombres.

Charlotte y Emily intentaron abrir una escuela privada y al no conseguirlo decidieron marchar a Bruselas, al Pensionat Heger, para ampliar sus conocimientos de francés y alemán. Allí, la mayor de las hermanas se enamoró del director del pensionado, Constantin Heger. Por primera vez alguien ajeno a su entorno familiar se interesaba por sus escritos e sus inquietudes intelectuales. Eso despertó en Charlotte sentimientos ocultos que al hacerse evidentes distanciaron al profesor, un hombre casado que no albergaba más intención que la puramente académica. De este episodio nacería la primera novela de la escritora, The Professor, que saldría a la luz de manera póstuma a pesar de los muchos intentos que ella hizo por verla publicada.

Charlotte descubrió de manera accidental que sus hermanas escribían poemas en secreto, igual que ella misma, y les propuso unirlos en un solo volumen y enviarlo a un editor de Londres bajo seudónimo. Y así, en 1846, nacieron los hermanos Currer, Ellis y Acton Bell, que compartían con sus auténticas personalidades la inicial de sus nombres, Charlotte, Emily y Anne. De ese libro se vendieron dos ejemplares a pesar de las críticas favorables.

Anne entró a trabajar como institutriz de Bessy y Mary, en casa del reverendo Edmund Robinson, y se llevó a su hermano como profesor del pequeño Edmund. Branwell Brontë se enamoró de la madre de su alumno, Lydia Robinson, con la que vivió una pasión que duraría dos años y que terminaría de modo repentino por voluntad de la mujer. Esto sumió en una profunda depresión al joven, que marcado por una personalidad débil, mimado por todos e inclinado a los abusos de alcohol y opio, ocasionó un nuevo drama familiar. Emily, era la que estaba más unida a él, solía ir a rescatarlo al bar del pueblo y lo traía de vuelta a casa noche tras noche, ebrio y amargado. Él, mientras tanto, se convertía en un ser violento, egoísta y manipulador, utilizando un supuesto sufrimiento frente al amor de su hermana, que acabaría por impregnarse de su tristeza.

En 1847 aparece publicada la primera novela de las Brontë, Jane Eyre, con una dedicatoria a William Makepeace Thackeray, a quien Charlotte admiraba profundamente. Contaba entonces 31 años y fue publicada bajo el seudónimo de su alter ego Currer Bell. Obtuvo un éxito inmediato a pesar de la turbación que provocó en amplios sectores el lenguaje directo de la autora, la libertad con que expone los anhelos y pasiones de su personaje y su alusión directa sobre lo injusto de la diferencia intelectual que se imponía entre hombres y mujeres. La obra fue considerada por algunos como inmoral. Ese mismo año, Anne, con 27 años, publicaría Agnes Grey, basada en sus propias experiencias como institutriz. Y, unos meses después, sería Emily, con 29 años, la que publicaría Cumbres borrascosas, despreciada por la crítica durante años y hoy considerada un clásico de la literatura inglesa.

 

Basándose en las terribles experiencias de su hermano con el alcohol y las drogas, Anne escribió su segunda novela, El inquilino de Wildfell Hall, que narra las dificultades de aquellos que padecen ese problema y de los que conviven con ellos. Esta vez las dos hermanas Charlotte y Anne, se desplazaron a Londres y se presentaron ante su editor, que se llevó la sorpresa de su vida al descubrir que Currer, Ellis y Acton Bell eran tres mujeres. Al regresar a Haworth encontraron a Branwell agonizando y, finalmente, moriría en septiembre de 1848. Esta muerte supuso un durísimo golpe para Emily, que estaba muy unida a él. La joven escritora, emulando a su apasionada y consentida Cati (Cumbres borrascosas), tras enfermar a causa del frío se negó a comer y a tomar las medicinas que le recetaba el doctor, lo que la llevó a la muerte el 19 de diciembre de 1848, tres meses después del fallecimiento de su hermano. A esta muerte siguió la de la pequeña Anne que pudo disfrutar muy poco del éxito de ventas de su nueva novela. Murió el 28 de mayo de 1849, cinco meses después de Emily, también de tuberculosis.

Es fácil imaginarse lo que estos hechos debieron suponer para la pobre Charlotte y lo sola que debió sentirse al perder a sus hermanas en tan poco tiempo. Como única compañía, su padre; cómo único anhelo, escribir. Shirley fue su siguiente novela, en la que trata el tema de la revolución industrial en Yorkshire, reflejando la lucha entre patronos y obreros. Después vendría Villete, que nació de sus recuerdos como alumna y profesora en el internado de Bruselas.

A partir de ese momento hizo una serie de viajes a Londres, Manchester y Escocia. Conoció personalmente a su admirado William Makepeace Thackeray, a quien dedicara su primera novela, visitó la Gran Exhibición de 1851 en Londres, al igual que Dickens, y se hizo amiga de la escritora Elizabeth Gaskell, que, dos años después de su muerte, escribiría su primera biografía.

El 29 de junio de 1854 se casó con el reverendo Arthur Bell Nichols, viejo amigo de la familia. De luna de miel, viajaron a Irlanda y visitaron Gawthorpe Hall, donde Charlotte enfermó. Murió de tuberculosis el 31 de marzo de 1855, estando embarazada.

Arthur Bell Nichols escribió un prólogo para la primera edición de The Professor, que consiguió que se publicase dos años después de la muerte de su esposa. El reverendo Patrick Brontë, que sobrevivió a todos sus hijos, solicitó a la amiga de Charlotte, Elizabeth Gaskell, que escribiese la biografía de su hija.

 

Todos los personajes de Charlotte parecen sacados de un mismo patrón y sospecho que es el suyo propio. Mujeres solas ante un mundo hostil, de apariencia conformista y resignada que, sin embargo, se rebelan de un modo involuntario, en lo cotidiano. Mujeres que saben lo que no son, que comprenden lo que les rodea y no pueden aceptar el ostracismo al que se las quiere relegar.

“Su mirada es la de un pájaro enjaulado; y en esa jaula está cautivo un ser vivaz, inquieto, resuelto. Si estuviera libre, se encumbraría por encima de las nubes”.

Jane Eyre, Charlotte Brontë.