Letras
Dos poemas

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Cuaderno del desmemoriado

Sobre esta hoja desierta como un cementerio a medianoche
de qué luna escribir en cuál de todos
los techos del desvelo.
Cómo saber si fue verdad el aire,
si el jazmín nada más que un simulacro,
si la palabra fuego ardió cuando hizo falta.
Dónde anotar los pájaros del horizonte roto,
la voz de una mujer
fugada
del espejo.
Tengo miedo de leer despedidas detrás de cada lluvia,
de creer una tregua entre banderas,
mientras la soledad —gusano endemoniado— nos perfora
la sombra.
O acaso es necesario pertrecharse contra
el roído muro de la infancia,
contra el primer silencio,
esa frontera incierta con papeles de prófugo.
Si es así, aquí me tienen, desarmado, desnudo
peregrino de la duda,
pidiéndole al primero que camine esta calle
que me responda
qué hago en el borde de la nostalgia en blanco.

 

La espera

Abuela Ema colocó tierra negra en maceta y se sentó a esperar.

La llovizna no le pidió permiso, no dijo “buenas tardes”
ni de dónde venía.
Simplemente bajó al hondo silencio y allí
se echó a dormir.
Hasta que un día sin saludo ni aviso, la gota
se hizo tallo,
colibrí
en la cintura de lo verde.

Abuela Ema ya no estaba en su silla de paja

    Una luz
    recién hecha
    bailaba
    sobre el patio.