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Poemas

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Cruz y ficción

Cristo medía 1 m y 64 cm y caminaba
            por el Centro de Lima
eran las 3:30 de la tarde —siempre eran
            las 3:30 de la tarde
Y él caminaba descalzo por Camaná
            veredas quemadas por el sol
su piel ardía y era un extraño color para la temporada
            pálido como colmillo de elefante
Cristo vivía como nosotros
            del paso del aire del tabaco
de una canción en la rockola
            dormía en la Plaza Francia
Y ahora cuando ya tengo su edad y me enfrento
            todos los días contra la ceguera
creo verlo todavía sobre cartones durmiendo
            con los ojos abiertos
Cristo tomaba aguardiente
            era huraño y cuando hablaba
hablaba sólo quizás porque los romanos ya no usaban
            escudos ni sandalias
y el emperador no era de Occidente
y nadie quería escucharlo
y nadie quería creer
y nadie era nadie para lanzar la primera piedra
Cristo nunca escribió nada
            fueron sus apóstoles los que me dijeron
que él era Cristo
            pero yo no vi a ningún apóstol
Judas tal vez era el bodeguero
Pedro quizás vestido de verde caminaba también por el Centro
las cosas no parecen ser las mismas para nosotros
            Y no porque era enero
Y yo estaba por cumplir los cinco años
            a esta edad tengo más preguntas
y las pocas respuestas que poseo son mías:
            Cristo medía 1 m y 64 cm
la cruz es Lima los judíos trabajan en los ministerios
el Emperador está en Palacio
preparando su discurso...
Y Magdalena? Está en Magdalena?
(ella volvió al oficio y ahora es una próspera regente)
Cristo usaba barba
            era flaco como John Lennon
y jamás entraba a las iglesias
            no sé si porque tenía vergüenza de su pobreza
de su mugre o porque no lo dejaban entrar
            o simplemente porque la calle era su casa
Un día lo vi comiendo de la basura
            Y nunca más lo vi

(de Vestigios).

 

Odiseo

No sé adónde voy
Ni de dónde vengo
Ni a qué viene esto
Si pienso sólo en una mujer parada
En una calle

La vida es simple
Si sólo se piensa en una mujer parada
En una calle

Yo pienso en una mujer parada
En una calle
No pienso adónde va ella
Ni de dónde viene
Ni a qué vienen estas preguntas

No se debe preguntar adónde va ella
Ni de dónde viene
Ni a qué viene esto o lo otro

La vida es simple
Si sólo se piensa en una mujer
Parada en una calle

(de Vestigios).

 

Mi propio país

Las nubes escribiéndome en millones de lágrimas,
las luces que aún permiten reconocer los besos finales del mundo,
los ángeles columpiándose en el parque vacío,
los años que dejé abandonados en las esquinas,
            recogerán mi cuerpo.
Y no habrá ningún poema que me hable de ti.

Mi oración de esta mañana es el frío que carcome los fierros.
Mi oración está en el lugar más perdido de este poema:
palabras escondidas entre silencios
que vienen como vientos a dictarme su inutilidad.

Abrazo la sombra del Paraíso
mientras espero que cambie la luz del semáforo, sea cualquier ocaso.

Abrazo un retorno, aunque no sea otoño, y voy al jardín abandonado
de donde nunca se han movido nuestras almas.

Hay en los edificios una mirada —a lo lejos—
que tiene mucho de divino, puesto que ya no le interesa el tiempo
que se demore en aprender a volar.

Abrazo a los árboles que se mueven conforme
a las estrellas más lejanas, sea cualquier ocaso.

Las aves no dejan de cantar el nacimiento del moho
en las paredes vacías de las casas.
Las ratas no dejan de chillar en los subterráneos,
exiliados de luz como yo.

Ah este andar por las calles sin que a nadie le importe,
            Este vivir prisionero del cuerpo.

Cómo no envidiar tus aguaceros, Maestro,
tus rimados jueves y tus frágiles huesos húmeros.

Y aun con toda esta rabia, me preocupo como tú,
Vallejo, qué será del que no fue, qué mirará el que creyó,
qué es del que espera ver lo que aún no tiene palabras.

El único propósito de escribir poemas es el de no tener propósito.
Por eso yo presiento en algún lugar de mi existencia
la existencia del país.
Yo presiento que existen horas que miden el tiempo,
pero fuera del tiempo, y desde allí nos dictan los abrazos.

Mi oración es una antena oxidada en el techo de cualquier casa.
Un pájaro se posa en la antena
y se pone a mirar el crepúsculo
sin entender nada o tal vez sabiendo
que así termina el día y así termina la noche.

—Yo buscaba un refugio en la poesía —dije—,
lamentablemente ese refugio estaba copado de vacío.
—Un refugio es también un diálogo —respondió.

(de Canciones de un bar en la frontera).

 

El corazón de Dante

Aquella noche de 1987 la luna subía por las esferas de las lágrimas de Beatriz.
El sentido de caracol que habitaba en sus huesos guiaba a Dante hacia un bar.
Fuera del bar se había producido un choque entre dos autos.
Vidrios demolidos en la pista negra brillaban como las dulces lágrimas de Beatriz.
Dante se sentó en la barra y pidió una cerveza.
Del bolsillo de su saco cogió un papel viejo, casi amarillo,
y lo desdobló sobre la barra.
La música no mataba las intenciones ni las escondía,
todo lo contrario, más bien las almas bailaban pegaditas por las esferas de Beatriz.
La mesera rubia se apoyó en la barra,
mostrándole el nacimiento de sus senos preguntó a Dante. “¿Estuvo de viaje?”.
El hombre le respondió afirmativamente, guardó el papel,
pero se quedó pensando en lo del viaje,
puesto que no era cierto que hubiera viajado.
Avanzada la noche los bailarines cansados
y casi transparentes tan sólo bebían,
hablaban de terribles combates como si se tratara de carreras de caballos;
más tarde cuando uno decía algo gracioso los otros lo festejaban;
así era hasta que terminaban todos por llorar.
Dante fue al baño por tercera vez, se lavó la cara, pero no volvió a la barra.
se dirigió a la mesa más cercana a la puerta,
sin mirarla cogió de la mano a Beatriz, era pálida como las gaviotas
y trémula como un bote perdiéndose en la fría noche.
Sin decir nada salió casi arrastrándola:
eran dos cuerpos en uno o el mito de Platón
por las calles mojadas del Infierno.

(de Canciones de un bar en la frontera).

 

Mamá llevaba siete corazones
y un sol cuando la conocí.

Esto sucedió por el año 1970, tres años más quizás.
Mamá tenía brazos blandos, suaves y fuertes.

En su fortaleza, poco a poco, fui escudriñando.

Mamá enseñaba.
Ella me enseñó a oír el silencio de las estrellas.

Un día ella me golpeó en la cara, junto a la nariz.
Obviamente, yo Yoré.
Pero aprendí que la vida es un largo camino
hacia la contemplación.

Mamá me hablaba de un pueblo pasado.
Las historias las iba tejiendo como un manto
que nos iba cubriendo en los inviernos.

El tiempo pasado no tenía un monumento
en la plaza del pueblo.
Pero los niños hacían figuras
con el barro arcilloso  del río.
Mamá nos hizo de ese barro, y nos dejó volar
hacia el pasado muchas veces.

¿Qué diría ella, ahora
que me encuentro lejos de todo
y he perdido las alas?

Mamá me llevaba a la feria.
Yo Yoraba de todo.
Por eso ella me llevaba a jugar con los niños
que no lloraban.

Una tarde me perdí entre los cajones de frutas.
Pasé la barrera de los pájaros.
Yo escuchaba un tema de los Beatles.
Me perdí entre los mendigos.

Cuando estaba a punto de salirme de mi cuerpo
oí la voz de mamá.
Me sujetó de una mano. Y camino a casa,
yo comprendí que bajo la luz del mundo
no había nada que temer.

Vamos al sol, decía.
O si no, de noche, vamos a tomar aire.
El tiempo pasado ya estaba escrito en las estrellas.
Y la casa crecía mientras subíamos a la azotea.

Pasaron años.
Muchas explosiones veíamos desde la azotea.

Madre, déjame ver las explosiones, le decía.
Si vas, hijo, se apagará la luz en un segundo.
Madre, si no voy la luz me enceguecerá.
Pero si vas, tal vez ya no querrás volver.

Mamá lloró en sus siete corazones.
Por cada corazón un Ave María.

El tiempo pasado se apoderó del presente.
Los niños que no lloraban ya no jugaban en la feria.
Tiempo después ya no hubo feria tampoco.

Mamá trataba de hallarme desde la azotea.
Con tanto ruido yo no podía oír su voz.

Perdí la luz.
Perdí el camino.

Por eso ahora escribo este poema.

(de Canciones de un bar en la frontera).