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Domingo 25 de marzo de 2007

Ángeles que se lleva el viento arrancándolos de un tirón.
Ángeles que van perdiendo el aliento y van presentando sus credenciales a Dios.
Llenando formularios y permisos de paso hacia las alturas.
Con pocas ganas, y razones absurdas.
Allá van, a entender un poco más de todo esto.
Se elevan en alma y cuerpo.
Miles de manos que se prenden de sus alas para retenerlos.
Pero carece de poder la débil fuerza de un mortal.
No es suficiente para aquel titiritero el motivo terrenal.
Los hilos se nos enredan en el cuello y nos cortan la respiración.
Cuán pequeños somos...
Cuán infinitamente chiquitos...
Impotentes, sin voluntad que alcance...
Dan ganas de saltar al vacío.
Pero si Él decide que es inútil, de nada servirá.
Ángeles que no pueden esperar, ángeles que se van.
Se van con ellos nuestras almas.
Nuestras lágrimas se arrastran pidiendo piedad.
Súplicas, pedidos desesperados, de tregua.
Que nos regalen un tiempito más.
Resulta injusto ver cómo las aves se llevan consigo a los ángeles de viaje.
Son tantos los mortales que ofrecen un trueque de cuerpos y se alistan para emigrar.
Quieren ocupar ellos aquel lugar.
Pero aquel que elige es rígido en sus decisiones y no cambia nunca su accionar.
Tantas plegarias, tantas rodillas clavadas al suelo, tantas súplicas vanas al cielo.
Y los ángeles se van.
Si hubiera forma de arreglar...
Si pudiéramos llegar a un acuerdo...
Si se pudiera conversar...
Sentémonos un rato si es posible, señor...
Mi tiempo depende de lo que decidas, pero dame unas horas más.
No por mis deseos de vivir, sólo quiero negociar...
Hay tantos ángeles con pasaporte que se quieren quedar.
Hay tantos demonios que se filtran entre nosotros y deberíamos expatriar.
Hay quienes no agotaron en la tierra su oportunidad.
Quienes compraron zapatos nuevos y los quieren estrenar.
Prepárales el camino, aunque sea de ripio, permíteles caminar.
Creo que si tenemos un poquito de paciencia, el cielo puede esperar.

 

Martes 20 de marzo de 2007

Se me van cerrando los ojos con el ritmo presuroso de las agujas.
Se bajan las persianas, se agitan los pañuelos en las estaciones.
Se despiden de a poco los sueños con un dejo melancólico que duele en los huesos.
Se descuelgan de los cielos, se estrellan contra los cimientos.
Cargando sobre los hombros las pesadas valijas consecuencia de un largo viaje, que extravió su rumbo en los bolsillos de algún turista que hablaba un idioma extraño.
Y se me arruga la piel.
Se vuelve pesado mi paso, y el camino se siente rugoso bajo los pies.
Se me encorva el cuerpo, tal vez por la prisa de llegar hacia algún lugar.
Lugar que desconozco, lugar de existencia dudosa.
Pero se trata de llegar.
Camino lento.
La prisa no atemoriza al tiempo, él siempre ganará.
Es inútil acelerar.
Se van acotando las experiencias de vida para contar.
Las asignaturas pendientes se vuelven silentes.
Y no hay testigos que las puedan pronunciar.
Todavía quedan huellas en la arena, pero pronto las arrebatará el mar.
Se las llevará sin permiso y nadie las reclamará.
Se vuelven excesivas las manías y cada vez menos lógicas.
Se vuelven nocivas las culpas y redundantes las dudas de cómo hubiera sido, de haberlo podido cambiar.
Reclamos de conciencia y excesos de curiosidad se atropellan en el gris de lo incierto.
Fin del primer acto, y el telón presuroso por bajar.
Los aplausos se harán esperar pero no así el final.
Las oportunidades se vuelan como polvo de maquillaje por el aire, que vino a cubrir heridas desmedidas.
Efectos especiales que intentan distraer la cruel realidad.
Hay poco tiempo, es momento de actuar.
Me transpira el cuerpo, sudo frío, derrocho miedo.
El tiempo se me arruga en los dedos y no lo puedo sostener.
No gobierno el peso de mis párpados.
El sueño es pesado, me mantendré despierta...
Trataré de inhalar todo el aire que pueda.
Me montaré a cada viento que se me presente, intentaré ser valiente y los voy a domar.
Mientras me dé tregua el sueño eterno, y no me venga a buscar.

 

Domingo 25 de marzo de 2007

A las fuentes me remito.
Me aferro a las raíces.
Con los pies descalzos, amanso el tacto áspero del suelo.
Quiero sentir los orígenes del mundo renaciendo en mi cuerpo.
Que se me claven las púas de la génesis del arte en la piel.
Que me abracen las raíces elevadas como enredaderas, que no me dejen escapar.
Quiero sentir lo profundo en la superficie terrenal.
Deseo sumergirme, y en el fondo indagar.
No sirvo para lo superficial, no suelo dejarlo pasar.
Pedazos de tierra, que se desprenden, se vuelven polvo volátil.
Arenas desprendidas de piedras que nos hablan más de historia que el mismo Ibáñez en la escuela.
Vientos que me cantan al oído, silencios desde otro lugar.
Huellas que dibujo, sin trazar.
Puedo mirar hacia atrás.
Tacto, sólo tacto.
Cuánta sabiduría esconden las manos.
Cuánto aprenden los pies al caminar.
Pasar por el tamiz de lo sensible, o filtrar sensibilidad...
Desnuda, descalza, en paz.
Silencios...
Y no me refiero a callar...
Quiero sentirlo en el cuerpo, quiero dejarlo penetrar en extremo.
Que me sacuda, que me corte la respiración.
Deseo que me agite violenta la conmoción.
Que me despeine el cabello, que me lo enrede, que me lo confunda en una maraña imposible de desliar.
Que el aire me bese los párpados, me cierre los ojos despacio.
Que me arrulle la brisa que se desliza por mi piel.
Sobre la tierra me dejaré caer.
Dejaré extendido mi cuerpo, me abrazaré al suelo, mis fuerzas dejaré vencer.
Me aferraré a las raíces, beberé de las aguas profundas, pues nací con la boca seca y nada sacia mi terrible sed.

 

Lunes 2 de abril de 2007

Nostalgia que amanece prendida de los ojos.
Confundida entre las sábanas, vestida de recuerdos cercanos.
Se despereza sin ánimos, ni voluntad de levantarse.
Rememora en silencio su encuentro con la luna y el roce de su piel.
La nostalgia no quiere despertar.
El tacto extraña, los labios también.
Hay nostalgia en el aire, y además en el agua se puede beber.
Se desprende de las luces, me baña el cuerpo.
Me dibuja miles de sombras en forma de ausencias fantasmagóricas.
No se disfraza de compañía mi soledad en este carnaval.
Me colmo de huecos cuando no estás.
Cuando se queda mi cuerpo y mi alma en estado de abandono.
Cuando mi corazón se declara en actitud de espera desesperada.
La angustia se cansa de hacer escala en cuerpos ajenos y en el mío se queda a morar.
Estoy tan acostumbrada a la falta de postre, después de cenar.
Me he ido a dormir más de una vez sin poderte degustar.
Mi castigo, luego de la entrega total, es despertarme en soledad.
Y me quedo con la sangre derramada de recuerdos.
Con la insatisfacción a flor de piel.
Con miles de recuerdos colgados del cuerpo, que piden más.
Millones de necesidades sudadas por mis poros.
¿Y las yemas de los dedos?...
Ay Dios mío... Ay... si pudieran hablar.
Me quedo rebalsada de lágrimas sin razones exactas que manifestar.
Y sobran las razones, cuando nadie me puede explicar.
Ya no busco excusas que me den motivos valederos que me justifiquen el camino recorrido hasta acá.
Nada tiene razones válidas para justificar tu ausencia en mi vida.
Nadie ordena ni siquiera mi nostalgia en medio de este caos.
No me queda nada en las manos, sólo recuerdos en la lengua y esta molesta sequedad.
Nostalgia que se queda en mi cama, se aferra a mi almohada.
Nostalgia que no se va.
Llanto que se sostiene de mi garganta por miedo a caer.
Congoja que hace equilibrio en mis cuerdas vocales.
Y todos mis sentidos a un pie del abismo, culpa de este maldito cinismo vital que me obliga a quedarme por este irresponsable e indomable amor, en un incómodo lugar en el que la razón no me permitiría estar.
Y es que la razón siempre tuvo razones lógicas dignas de escuchar.
Y es que yo me he vuelto tan sorda cuando se trata de razonar.
Pero la verdad nunca he sido muy lógica en materia de pensar.
Siento, y porque siento es que me suelo equivocar.
No presiento aún razones suficientes que me den motivos lógicos para amar.
Espero no encontrarlos de momento, porque creo que en materia de pasiones a veces es más digno errar.