Editorial
Las islas latinoamericanas

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El mercado editorial contemporáneo es un caos. La profusión de editores, títulos, propuestas, que pudiera considerarse a simple vista un síntoma de buena salud, encierra un diagnóstico oscuro que habla de un medio obeso, saturado de esa grasa perjudicial que es la cantidad, y que no sólo dificulta el análisis de conjunto de la literatura contemporánea sino que además invoca, por parte de los sujetos involucrados, prácticas ajenas a la literatura para hacerse de un espacio —aunque tan sólo sea momentáneo— en ésta.

Literatura, mercado, globalización y medios son los ingredientes de este asopado de infarto. Se publica más de lo que se lee, prevaleciendo la cantidad sobre la calidad y estimulando artificialmente una presión por la producción en masa. Un fenómeno del que han tenido mucho que ver los medios, de los que desaparece, a velocidad de crucero, la crítica, que es sustituida por la reproducción llana de las siempre complacientes presentaciones de solapa.

A principios de este año alertaba sobre estos temas el escritor español Juan Goytisolo: “Los pesos pesados del mundo editorial sólo quieren publicar lo que, acertadamente o no, consideran productos de venta fácil y marginan aquellas novelas que, en razón de su complejidad o por su voluntad innovadora, no responden al conformismo y pereza intelectual de una mayoría anestesiada por la telebasura o las revistas sobre la gente guapa”.

Opinamos que al final siempre hay un espacio para la literatura destinada a trascender, pero las presiones del mercado sobre el medio editorial están produciendo manifestaciones a las que hay que prestar atención. La semana pasada, la escritora mexicana Margo Glantz hablaba, por ejemplo, de lo que ella llama la “balcanización” de la literatura latinoamericana: los lectores tienen acceso sólo a obras de autores de sus mismos países, e ignora lo que se produce en el resto del subcontinente. El mexicano no lee al ecuatoriano; el venezolano no lee al boliviano.

Las editoriales transnacionales hace tiempo que destacan personal en cada país para producir obras de limitada distribución geográfica. Así, entes de origen transnacional se han convertido, paradójicamente —pues se supone que la motivación de su actitud es promover la literatura de los países en que actúan—, en impulsores de literaturas nacionales, en el peor sentido del término: conjuntos de obras que con dificultad pasarán las fronteras de los países en que fueron escritas.

Glantz invoca cierto sentimiento de nostalgia por el boom, cuando en su opinión la literatura latinoamericana estalló a los ojos del mundo como un bloque más o menos uniforme. Una nostalgia que no deja de sentirse cuando se piensa en las razones que impulsaron la organización del evento Bogotá 39, y que son descritas en su misma presentación: “Es hora de que nuestra literatura, disuelta hace décadas en glorias nacionales dispersas, recupere el brillo continental que tuvo en las décadas de 1960 y 1970 y suene con la fuerza de muchos talentos aunados”.

De este síndrome ha escapado la literatura que se difunde en Internet, un medio vivo y palpitante que mantiene en contacto a los escritores del continente, y no sólo entre ellos sino, además, con autores de otros idiomas, latitudes y realidades. Una evidencia próxima de ello es el procedimiento mediante el cual fue escogida la plantilla de 39 escritores latinoamericanos que a partir de este jueves se reunirán en la capital de Colombia: la propuesta y votación, por parte de lectores y escritores, a través de un formulario electrónico en la web del evento.

Es cierto que la vitalidad de Internet produce de alguna manera un efecto similar: una oferta ciclópea a la que es imposible enfrentarse sin más. Pero, ¿existe la luz? Quizás sí, si pensamos —en forma optimista— que la existencia de nichos de calidad en Internet, definidos por la afluencia misma de lectores críticos, puede terminar convirtiendo al medio en un importante termómetro de la literatura contemporánea.