Sala de ensayo
Democracia y globalización

Ilustración: Bruno Budrovic

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A medida que el mundo se hace más pequeño, por las fuerzas económicas que generan el proceso de globalización, las estructuras políticas tienden a universalizarse y la palabra democracia se impone en el mundo como el régimen más justo e igualitario para el desarrollo de la sociedad y de los individuos. El modelo político de occidente trata de implantarse en países cuyas estructuras políticas son arcaicas o dictatoriales. Se enarbolan principios democráticos para el mejor funcionamiento en un mundo en que se intensifican y ramifican las relaciones productivas y comerciales en lo que definimos como globalización.

Globalización es un término que desde hace unos diez años se utiliza frecuentemente en el vocabulario cotidiano, pero éste no es un fenómeno nuevo, sino que ha sido un proceso gradual que se remonta a los orígenes del comercio (cuya primera expresión fue el trueque), a la necesidad de búsqueda de nuevos mercados para el intercambio de bienes, ya sea de consumo o de materias primas. En la actualidad estamos siendo testigos de un desarrollo mucho más dinámico de este proceso, debido al rápido avance tecnológico de los medios de comunicación y de transporte. La expansión de las actividades comerciales y financieras han facilitado el desplazamiento de los individuos a lo largo y ancho del globo terráqueo con un repunte significativo luego de la caída de la Cortina de Hierro, cuando se liberaron barreras políticas antes insalvables por la división del planeta en dos bandos: el prosoviético y el proestadounidense. El capital comenzó a movilizarse libremente y despertó las ansias de inversión en áreas que antes le estaban vedadas. El planeta, hasta la China “revolucionaria”, se ha impregnado del sello económico más distintivo del sistema: la acumulación del capital. Podríamos decir que el mundo se está aproximando a esa realidad que Marx planteó en su obra El Capital: un capitalismo cerrado, un sistema concebido de una manera puramente teórica para facilitar el análisis de las leyes de funcionamiento de la estructura económica capitalista está siendo ahora una realidad. La necesidad de expansión del capital ya no tiene barreras nacionales. Los países de economías más frágiles aceptan las condiciones de las grandes transnacionales pues no pueden quedarse atrás en esta carrera impuesta por el desarrollo. Y quienes configuran y determinan las reglas del juego son los países con economías más avanzadas. No en vano se logran acuerdos a nivel de los del G8, y en organizaciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio que están dirigidos por intereses capitalistas.

Los países de desarrollo capitalista más avanzado se benefician de la dinámica capitalista imperante en el mercado mundial. Por una parte, el desarrollo atrae mano de obra barata de países con menos desarrollo tecnológico. Son trabajadores que buscan una remuneración más alta (en relación a los salarios de sus países de origen) y ofrecen su fuerza de trabajo en ocupaciones en que los ciudadanos de los países anfitriones no se interesan (el beneficio social al alcance de los ciudadanos en economías desarrolladas es a veces mayor que la remuneración de empleo). El capital busca expandirse también traspasando fronteras nacionales: en África, supermercados europeos cultivan, cosechan, empaquetan y exportan productos agrícolas a un costo bajísimo en comparación al costo dentro de sus países. Lo mismo ocurre en países latinoamericanos con la producción de plátanos y de café. El capital se expande también en el terreno de los servicios y firmas financieras instalan los llamados “call centres” en India, donde la lengua franca es el inglés, empleando recursos humanos a un costo bajísimo para prestar sus servicios telefónicos a clientes de todo el globo. Los países de mayor desarrollo ejercen también fuertes restricciones arancelarias de importación: Estados Unidos protege sus fronteras de la importación de acero desde Europa del Este mientras que Francia requisa la importación de prendas de vestir que vienen de la China, practicando a los ojos del mundo una desvergonzada paradoja pues son ellos los que alientan el libre mercado. Si tomamos en cuenta que lo que crea “valor”, entendido en el concepto marxista del capital, es una proporción de trabajo humano no remunerado cuya plusvalía se realiza en la comercialización de los productos, la globalización lo que ha hecho ha sido ampliar los horizontes geográficos de este proceso, desplazándose y penetrando al interior de países que ofrecen mano de obra barata. Las transnacionales han pasado a controlar el mercado global. Al respecto, no se puede dejar de admirar la labor que “Fair Trade” lleva a cabo en el mercado internacional, despertando la conciencia de consumidores en los países capitalistas para que compren los productos que esta organización promociona, ayudando directamente a los productores de países más pobres a comercializar sus productos en forma ventajosa. Esto deja en claro que en el proceso global de acumulación del capital se requiere una fuerte dosis de know-how, de saber emplear los canales de producción y comercialización mundial, para apoderarse de la ganancia que genera la estructura capitalista mundial.

La globalización trae consigo una estandarización de los valores y de la cultura. Se habla del consumismo como motor de las aspiraciones de la sociedad moderna, que desplaza los valores tradicionales de los individuos en pro de obtener una marca de jean y de zapatillas que dan al que las porta su nota de “distinción”. Esta influencia es muy fuerte, sobre todo en la juventud, lista a adoptar lo que se ha metido a través de imágenes televisivas en la mente de la población a nivel global. La necesidad de comerciar productos impulsa a los individuos a comunicarse. Así es como la lengua del país que domina la economía mundial, el inglés, pasa a ser la lengua franca del globo terráqueo. Este dominio ideológico y cultural se ha manifestado en forma muy fuerte en países que por décadas estuvieron sometidos al modelo soviético de producción al otro lado de la Cortina de Hierro. Mucho se habla de cuando ésta cayó, pero poco se dice de las oportunidades que se abrieron a la inversión capitalista en el área. Esto despertó nuevas expectativas económicas que rápidamente se vieron realizadas con el florecimiento de los McDonald’s, el surgimiento de grupos de música pop, el turismo acrecentado debido a la inversión extranjera capitalista en hoteles, restaurantes, cines, supermercados y centros comerciales en los que se realza la presencia de tiendas multinacionales.

Este nuevo panorama económico global emerge dentro de un modelo político liberal. Las estructuras políticas de cada país capitalista protegen la seguridad del desarrollo dentro de sus fronteras y los representantes políticos saben que la estabilidad económica y el bien material que se brinda a sus conciudadanos es garantía de estabilidad política y reelección. Recientemente, durante una jornada del ciclo de “Lecciones y maestros”, en Santillana del Mar, España, donde se reunieron escritores, críticos literarios y profesores, José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, acusó a los gobiernos de ser “los comisarios políticos del poder económico”. El escándalo que circula actualmente en la prensa británica por el dinero recibido por uno de los príncipes en Arabia Saudita como soborno para los contratos con British Aerospace, contrato que se llevó a efecto durante el gobierno de la Dama de Hierro, ofrece un ejemplo de esta complicidad entre el poder político y el económico. El escándalo, sin embargo, no acaba allí. El cambio de mando del conservantismo al laborismo no hizo mayor diferencia ya que cuando la situación se quiso investigar, el gobierno de Mister Blair paró la investigación aludiendo a razones de seguridad nacional. La seguridad y la estabilidad nacional y mundial son argumentos que se enarbolan también para invadir otros países cuando la verdadera razón es económica: el abastecimiento de petróleo. La excusa de invadir países para cambiar regímenes no hace sino aumentar el conflicto entre el mundo islámico y el cristiano. Este es un peligro para la humanidad y un retroceso histórico considerable, comparable al período de las Cruzadas. Los resultados de esta política de agresión han sido desastrosos para el occidente, haciendo a los países agresores aun más vulnerables al ataque terrorista islámico. Sin pruebas suficientes que corroboren la amenaza de Iraq hacia occidente e ignorando la comisión internacional de investigación de armas de destrucción masiva, atacan Iraq convirtiéndolo en un cuerpo que se desangra. Luego los comisarios políticos de occidente lo culpan de su propia autodestrucción, cuando fueron ellos los que crearon las condiciones de la lucha fratricida dentro del país. La alianza de Blair, primer ministro laborista, con Bush, sirve para ilustrar lo que Saramago afirma cuando dice que los partidos de izquierda ya no se acercan al centro, en realidad, “lo que hacen es acercarse a la derecha”, agregando que en nuestro tiempo la democracia es una paradoja porque bajo ella “todo se puede rebatir” y sin embargo todos aceptamos lo que se dicta desde arriba, porque el problema de fondo es que “todos sabemos que vivimos bajo una plutocracia: son los ricos los que gobiernan”. Se detecta desilusión y apatía en el electorado a nivel mundial. Desilusión, porque la política ha pasado a ser un medio para llegar al poder y una vez que se alcanza, se dejan de lado programas y promesas. Apatía, porque el sistema democrático no funciona: las estructuras para expresar y canalizar disentimiento en el ciudadano común no existen o son tan engorrosas que sólo resultan en frustración. Saramago hace un llamado a aullar para recuperar nuestros derechos ciudadanos e instaurar un verdadero sistema democrático. Los aullidos vienen de concertadas protestas populares, organizadas a nivel global, lo que paradojalmente se logra gracias a la avanzada tecnología que nos proporciona el capital o cuando un valiente escritor que ha alcanzado reconocimiento mundial, como es el caso de Saramago que citamos aquí y de Harold Pinter (en su discurso de la ceremonia de entrega al Nobel) hacen explícitas sus ideas para que lleguen a oídos de un continente o del mundo entero. Cuando los que gobiernan son un partido o una coalición de izquierda el aullido no se manifiesta por la constante amenaza a perder los puestos de trabajo que los individuos logran dentro del sistema. Para vivir tranquilo hay que dar el amén a todo lo que se dicta desde arriba, si no queremos poner en peligro nuestra seguridad económica y nuestro estatus social, por eso es que nadie aúlla: es el silencio de la complicidad. Aquellos que protestan es la izquierda que está fuera del sistema pues la exclusión política se practica exitosamente a través del sistema electoral. Es lo que ocurre en el caso de la democracia en Chile con el sistema electoral binominal.

Democracia y globalización están irremediablemente coludidas y obedecen a las fuerzas de acumulación del capital. Si hay que ponerle un nombre a este nuevo fenómeno que sacude al mundo, no basta con llamarle globalización, éste en sí es un término híbrido que sólo define el fenómeno en su aspecto geográfico. Habría que agregarle un calificativo y sólo cabe calificarlo como capitalista. Las fuerzas que el capitalismo global ha desarrollado parecen estar más allá del control de individuos o instituciones, se han hecho tan poderosas que contrarrestarlas es tarea de titanes. “Perder la paciencia”, “es hora de aullar”, “hacer algo”, propicia Saramago, criticando a los partidos de izquierda, recordando que “antes, gustaba mucho decir que la derecha era estúpida (pero) yo tengo que decir que hoy no conozco nada más estúpido que la izquierda”. Tal vez el grito es un buen comienzo, pero así como el capitalismo ha sido capaz de transfigurarse, así también para combatirlo deberíamos plantearnos nuevas estrategias y estructuras políticas que aglutinen fuerzas de apoyo capaces de trascender modelos políticos tradicionales. Viene a la memoria uno de los slogans que los estudiantes y obreros del movimiento de mayo de 1968 en Francia en ese entonces propiciaban: “¡La imaginación al poder!”.