Entrevistas
Wendy Guerra, Foto de Roberto GarciaEntrevista con la escritora cubana Wendy Guerra, elegida en el proyecto Bogotá 39
Querido Diario, dime quién soy

Comparte este contenido con tus amigos

Para volverse un fantasma no es necesario morir, a veces basta decir adiós y remontar el vuelo en un muelle, o en una terminal de aeropuerto. Entonces la memoria echa sus raíces en alguien que nos recuerda, y allí donde sólo está el umbral de una puerta, la silla vacía de nosotros, alguien inventa nuestro perfil en el aire; en el vacío inagotable que hemos dejado.

Los libros que se leen hoy son, cada vez más, producto de laboratorios, de fórmulas, prejuicios, tendencias, de emociones calculadas; dirigidos a lectores a quienes se les restringe el horizonte de la sorpresa y el asombro. Eso no pasa con Todos se van (Ediciones B, Barcelona, 2006), novela de la escritora cubana Wendy Guerra. Esta novela tiene el grado de inocencia, de impureza, necesarias para que las historias se ganen un lugar en la memoria.

Con Todos se van, Wendy Guerra obtuvo el Primer Premio de Novela Bruguera. Sobre su obra comenta: “En el libro presento el paisaje humano de un país, un paisaje que no creo que sea local, pues en cualquier lugar del mundo existen mujeres que conocen hombres que entran y salen de sus vidas como visitaciones, y les dejan marcas, heridas, las cuales conforman un mapa personal”.

En este libro, el personaje narrador, Nieve Guerra, escribe sobre su infancia y adolescencia en la isla cubana, lo hace en forma de diario personal, un diario que inicia a los ocho años de edad, en 1978: “Nacer en Cuba ha sido mimetizarme en esa ausencia del mundo al que nos sometemos. No he aprendido a usar una tarjeta de crédito, no me contestan los cajeros. Un cambio de avión de país en país puede descontrolarme, dislocarme, dejarme sin aliento. Afuera me siento en peligro, adentro me siento confortablemente presa. No sé en qué momento permití que me quitaran todo y me dejaran sola, desnuda, con el Diario en una mano y un carmín en la otra, tratando de colorearme la boca de un rojo que parece demasiado subido para esta edad indefinida”.

En 2004 murió la madre de Wendy Guerra. Fue cuando revisó sus diarios y se topó, afirma, “con una niña muy lúcida, muy adulta, que me asustó mucho; no pensé que podría estar tan marcada por lo que me pasó. Para publicarlo le bajé un poco el fuego a las peripecias, pensé que no eran verosímiles para un lector común, que les sonaría muy melodramático”.

Wendy Guerra nace en La Habana, Cuba, en diciembre de 1970. La escritora es conocida en su país por su obra poética, aunque su libro más destacado es Posar desnuda en La Habana (Apócrifo de Anaïs Nin, 1922-1923), inédito, basado en la vida de la escritora Anaïs Nin, y Cabeza rapada (1994, Letras Cubanas). Ha sido antologada en diferentes compilaciones de literatura cubana dentro y fuera de la isla. Publica sus textos en las revistas Encuentro, La Gaceta de Cuba, Nexos, así como ediciones especializadas en artes plásticas.

Ha impartido charlas de literatura cubana en universidades e instituciones de Europa y América Latina. Diplomada en 1997 en dirección de cine, radio y televisión por la Facultad de Medios de la Comunicación del Instituto Superior de Arte (ISA). Egresada de varios talleres de especialización en guión de la Escuela de Cine de los Tres Mundos, San Antonio de los Baños, Cuba, incluyendo “Cómo contar un cuento”, con el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Actualmente reside en La Habana, Cuba.

Este es un diálogo con la escritora cubana, que estará en Bogotá del 23 al 26 de agosto, durante el programa Bogotá 39: Bogotá Capital Mundial del Libro, cuando los 39 escritores más representativos de la literatura latinoamericana se darán cita en la capital colombiana.

—Algunos dicen que escribir es desnudarse ante un espejo de palabras; otros dicen, en otro sentido, que escribir es ocultarse.

—En mi caso es narrarme, anotarme, emborronar mi cuerpo para que no se me olvide lo que vivo hoy. Aunque muchos no lo reconozcan, imitar es un ejercicio inicial necesario y estimulante en el proceso de adquirir una identidad, un estilo. Mi novela es el Diario inconstante de una niña criada en apartamentos, rodeada de libros adultos, secretos adultos, cosas de tamaño mayor que competían y me ganaban todo el tiempo. “Mortales ingredientes”: fotos, canciones, lo que dejaban los adultos y me encontraba al siguiente día sobre la mesa, en el fondo de los vasos con vino tinto y en las cenizas de lo que dura en escribirse un guión de radio hecho “con la mano izquierda”, lo más rápido que se pueda decir todo, todo lo que luego alguien va escuchando como de casualidad.

“Todos se van”, de Wendy Guerra—¿Qué ejercicios aplicas en tu trabajo que te permiten desarrollar tus proyectos?

—Veo mucha pintura. Asisto a intervenciones públicas, performances, exposiciones en museos del sitio que me encuentre. Veo cine y me encanta el video arte. Siento que ése es el ejercicio de imitación al que me someto como avance a mi trabajo personal.

—Borges decía que “el arte es la inminencia de una revelación que no se produce”. ¿Qué buscas al escribir?, ¿es un impulso, una acción deliberada..?

—El asentamiento de mi estancia por este mundo. Dejarlo anotado y darle una estructura para hacerlo potable a los demás. Los Diarios personales y los Diarios apócrifos que puedan ayudar a develar vidas borradas. Los poemas son bocetos de esos Diarios de vida que voy estructurando con mi propio entrenamiento voluntario.

—Debe ser extraño ser escritor en un país como Cuba, donde la música tiene mayor preeminencia, y está integrada a la vida de la gente de una manera más masiva.

—La literatura que se escribe en Cuba es bien musical. La música nos contiene culturalmente.

—¿Qué significa la palabra revolución para su generación?

—Mi generación está muy desencantada, pero es porque somos los hijos de los hijos de la revolución. Los nietos estamos buscando los puntos de contacto y de referencia con nuestros abuelos, pero los miramos desde lejos. Los primeros años de la revolución fueron muy difíciles, aunque poco a poco las cosas se fueron abriendo cada vez más. Antes, si tenías un libro de Cabrera Infante, ibas presa. Ahora no, pero no los conseguís, no los venden. El silencio te paraliza, pero si tú eres muy fuerte, y en eso la revolución nos ha hecho fuertes para resistirlo todo, hasta la revolución misma, consigues romperlo...

—¿Qué significó para usted ser elegida para el proyecto Bogotá 39? ¿Cómo vive en su arte esa doble condición de nuestro tiempo, un color local que se vive y se ejerce, y la universalidad de información y conocimiento de nuestro tiempo, gracias a Internet y la televisión?

—Vivo en una isla. Bogotá 39 me ha dado la oportunidad de tocar tierra firme con una generación de escritores que jamás hubiese podido leer en su totalidad, ni encontrar de un tirón, ni conocer personalmente desde donde me encuentro. Es una oportunidad única para sentirme parte de un todo, para no quedar aislada. Es un verdadero honor pertenecer a esta legión de escritores y un poco de alimento para la vanidad de cualquiera que ejerza un oficio tan solitario. ¡Ah! y caviar para las páginas de mi Diario.

—Hay quienes llaman a esta generación: los nietos de García Márquez y Vargas Llosa. ¿Se siente parte de una tradición? Si es así, ¿en qué medida?

—Gabo es alguien muy especial para mí, no creo que pueda ser muy equilibrada en mi respuesta. No lo veo viejo, así que tampoco es mi abuelo. Lo admiro y lo respeto desde hace muchos años. Gabo supo decir en América Latina lo que todos sabían esconder por miedo a reconocerse, a sacar el vaso de agua para los muertos a plena luz. Lo dijo, para colmo, de una manera excepcional. Cuando alguien lo copia, el plagio se escucha por la música que supo patentar como un canon narrativo. Vargas Llosa es uno de los grandes escritores de nuestra lengua. Disfruto mucho cada novela suya. La compro, la leo, la regalo o la presto para que mis contemporáneos en Cuba no dejen de tener esa experiencia de lectura. Si fueran nuestros abuelos... les debemos el arte de escribir perfecto y con el alma; los genes obligan.