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Poemas

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Incertidumbre

Hay,
entre todas las cosas que no hay en mi inventario,
una cosa que no peca de cobarde.
Hay el alma abierta del destierro,
hay la lluvia roja,
hay la otra muerte.
Toco el azul,
el rumor de la guitarra
y las páginas lluviosas
de tu frente.
Toco la oscuridad
con que amaneces
y el espejo ciego;
toco la vergüenza
con manos temblorosas.
Hay,
entre las cosas que no hay en mi universo,
las letras escritas en rojo,
una certeza.

 

Regreso al Norte

El sur respeta mi silencio
mientras le doy la espalda para volver a casa.
Los techos me hacen reverencia a medida que avanzo
a mi morada de hierro.
El sol entristece
en su colchón de edificios
y acaso se muere alguien en un barrio cualquiera,
ajeno a mis oídos.
La tarde se eleva, desesperada y hermosa,
callo y mis sienes saludan
lo poco que queda de día.
Marcho de lado hacia alguna parte conocida,
donde me espera
la soledad de un patio enorme, 
la compañía del viento.

 

Montevideo

Montevideo es mi patio
y el naranjo, una fuente
sin agua. Es la primavera
rondando sus calles estrechas.
Montevideo es la plaza
de los Bomberos en noviembre
y la del Entrevero en agosto,
es el célebre obelisco y la cruz
y el escozor del invierno
en el túnel.
Montevideo es el gris de dieciocho
y sus colores impuestos;
es el verde del que se jacta
y que asesina en julio.
Montevideo es mi espera,
mis pasos taciturnos, mi ceguera.
Es mi insomnio y mi sueño
y mi odio y mi culpa y mis dudas.
Montevideo me es ajena y propia,
es una referencia en un libro,
el recuerdo de mis mayores
y el ulterior espanto de mi sangre;
es el caso perdido de las armas
y el grito de sus teatros;
es el cine aniquilado,
los rinconcitos coloridos de artesanos.
Montevideo es dolor y frío
y manos en los contenedores,
es el olor a sal en el sur,
es perderme en sus puertos
sin haber zarpado.

 

Mapa de ausencia

Desde mi nariz
a mis rodillas
solo me recorre
el agua.

Por mi nariz resbalan unas pecas
ambarinas.
Mis rodillas, sin embargo,
malgastan otras costumbres.

Pero el blanco que las une,
sólo lo llena la ausencia
y esa canción que
alguna vez
oí bajo la lluvia.

 

Inasible

Te decido.
Bordo nombres que cuelgan de tus alas.

Cuando caemos robo tus silencios,
es como si, inútiles mis dedos,
ya no untaran el aire con poesía.

Y me dolió el vaivén de los rincones,
la soledad del húmero infinito,
la irresoluble página sin letras
y en un instante, nada me rodea.

Los labios secos roen las ciudades,
las amalgamas son perfiles vanos
de esta sonora voz que me alimenta.
Son las caricias humo, abatidos
rencores que me observan desde afuera.

 

Fotografía improvisada

Me reflejo
con mayúsculas y en ciertos
hábitos dispares.
Me reflejo
con hermanas y sombras,
con uñas, con calor, con sueño.
Camino desnuda,
asalto hemisferios y cortinas,
sobrevivo.
Me reflejo
en las patas de una mesa
cuadrada y silenciosa,
en el vicio de los otros
y en los versos repetidos.
En la lluvia
que me disuelve
y respira el frío.

 

A oscuras

Cuando acaba el día
se descuelgan los hilos de tus dientes,
la niebla redondea un banco
y los alquileres
atraviesan mis orejas como pendientes.

Cuando acaba el día
predico sumas
que saldan la culpa de mis vicios
y el café me augura un triste mar
de insomnio.

Pero te beso
en la fotografía sin marco,
en el viento de las cortinas,
en el silencio.

Cuando acaba mi día
me desnudo
analfabeta y sin comas.
La luna me salva el miedo y las costillas.