Letras
Tres relatos

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Niña Alba, pequeña Amelia

Ella no es como todas, es diferente. Hoy contaré la historia de mi querida niña Alba. Ocurrió hace dos meses, en la exposición del libro.

Quién se imaginaría que ahora estuviera pasando por esto...

Mi niña Alba abrió las puertas de mi alma. No descansó hasta habitar en ella, con sonrisa de perlas constantemente dibujadas en su rostro. Fue llenándome de amor y dicha tenerla.

Jugaba en la pradera con Amelia. Ambas, mi vida.

Sus ojos brillaban y hacían florecer a las flores marchitas. Realmente se querían.

“Si un día te llegara a faltar, porque mi terrible enfermedad acabó de consumirme, seré tu ángel del cielo, cuidaré de ti y nunca te dejaré sola”, le escuché decir un día a mi niña Alba mientras sostenía una plática con la pequeña Amelia.

En este preciso momento, mientras mi pluma rasga el papel me encuentro en el Hospital Central, frente a mi pequeña Amelia; mi mundo, en pedazos, gira en torno a ella, a su salvación.

La pobre no resiste el dolor porque mi niña Alba murió. Llevo mes y medio aquí y siento que hoy será el último día. Me sacan de la habitación, un siglo en la sala de espera, se acerca el doctor: —Lamentablemente Amelia murió.

Quizá muchos no entiendan el significado el verdadero significado de mis palabras, son puro sentimiento. Amelia murió por amor, ahora dos ángeles me cuidan desde arriba, tal vez no me sienta tan solo.

 

Hermosa Martha

Se recostó en su cama de clavos y almohadas de espinas, sintiendo menos el dolor. Caminó sobre vidrios rotos que penetraban en su piel haciéndole perder hasta la última gota de sangre. Ahora es otra. Ahora está muerta, nunca más verás a través de sus ventanas a la hermosa Martha. Nunca más.

Ojos fríos, témpano punzante acabaron consigo, mataste hasta las ganas de vivir de la hermosa Martha, buena Martha. Nunca más.

Con el dolor en el pecho, tanto dolor que ya no lo siente, mataste a la hermosa Martha. Nunca más.

No, dice el intruso. No estará muerta hasta que un día desvanezca lo que siento por ella, mi aún hermosa Martha. Solo yace dormida en su bella pero dolorosa cama. Muerta en vida.

 

Enemigo en casa

Desperté alterado, con un gran nudo en la garganta; Margarita yacía dormida en su cama de rosas y claveles, sumergida en lo que parecía un profundo sueño. Me dispuse ir al bar para pasar el mal rato con mi fiel amigo: el tinto. Al volver a la habitación lo que fue una cama de rosas y claveles ahora era el jardín de la muerte. Solo.

El cuarto de don Jacinto y doña Carmela, más oscuro que nunca, despedía un olor a fresca sangre, los dos estarían en lo que muchos llaman cielo, yo, simplemente muerte.

Como sonámbulo di unos cuantos pasos atrás (sin dejar de ver perplejo los cuerpos sin vida de quienes un día lo fueron todo); en el pasillo se hallaba la flor más bella de aquel jardín, marchita, ¡pobre Margarita! Y dijo la voz asesina: venga, vida después de la vida, sube a la muerte.