Letras
Regrésame el colchón viejo

Comparte este contenido con tus amigos

El colchón es nuevo, acabas de comprarlo, hace tiempo que te viene molestando la espalda y el cuello; pensamos que es culpa —tal vez— del colchón viejo.

Ya se te olvidó que yo solía darte masajes, así se iban las tensiones que tenías por el trabajo. Ya se te olvidó que la vieja cama nos recibió desnudos y nuevos hace mucho; tal vez por eso decidiste comprar un colchón nuevo.

Por la mañana, voy a sacar el colchón a la calle para que se lo lleve el camión de la basura. No tengo nostalgia por sus resortes gastados, sino por nuestros cuerpos que se agotaron... Si se lo llevan ¿será posible —me pregunto— que carguen también con las quejas y recriminaciones; esas que cayeron inconclusas en las sábanas y sepultaron nuestro nocturno arrebato?

Miro tu espalda, duermes casi al borde de la cama, como huyendo, ¿crees que se puede huir dentro de las cuatro paredes de nuestro cuarto..? Se puede escapar hasta en la misma cama, como lo hemos hecho, sin prever que no había regreso.

No usas pijama desde que nos casamos; será porque nos acostumbramos a dormir después del sexo, y era tarde para vestirnos, y estábamos cansados. Me han gustado tus hombros siempre. Ni el paso del tiempo logra quebrantar su encanto; sobre todo, porque en la noche cuando volteo, es lo único que veo, y al verlos, recuerdo lo que se sentía acariciarlos...

Los toco, volteas. La luna me presta unos rayos para darme cuenta de que me estás mirando. ¿ Te duele el cuello, cariño? ...no te duele nada en ese momento...

Sí, tus hombros están ahí, solos, como tú y como yo: solos. El espacio que me separa de ellos es tan grande; no puedo tocarlos porque una mano está debajo de la almohada, y la otra está cansada. Hace calor, pero te cubres hasta la cintura. No me dejas contemplarte entero. ¿Dormirás, o seguirás pensando en el problema con las niñas? Pero no fue nada, cosas de chiquillas. Ya sé que no debí opinar, no es para tanto. Si te hablara quedito, en un susurro, ¿te volverías hacia mí?

Me arriesgo y te digo: Amor, ¿estás durmiendo? Respondes que no. Pero estás furioso y no vas a hablarme en un buen rato. Yo te jalo para que me lo digas de frente, y quedamos con la respiración tocándonos; silbando un encuentro...

Temo hablarte y no lo haré. Si estás molesto sigue así... Años a tu lado y molestarte por pequeñeces. Yo también te doy la espalda. El olor a nuevo del colchón me asalta porque el otro guardaba nuestros secretos, y éste... no guardará ya nada. Me di la vuelta demasiado brusca y te quité la sábana cubriéndome hasta el cuello. No me importó que tú quedaras descubierto, siempre insistí en comprar sábanas más grandes, pero tu manía de ahorrar en todo nos llevaba a muchos pleitos. Y era mejor así, porque peleábamos traviesos hasta quedar los dos en medio de la cama, abrazados, sin importar que la sábana se hubiera resbalado al suelo.

Te escuché gruñir, pero no me buscaste para cobijarte. La cama crujió cuando tu cuerpo pesado por los años la dejó un momento; una sombra en la pared me avisó que te vestías...

Entonces te llamé, tú te acercaste. Abrí la bata que cubría tu cuerpo mío, y te jalé a la cama nuevamente.

Gruñiste, refunfuñaste; pero yo seguía inmóvil con mi sábana atrapando los tun tun del corazón que te deseaba. Adiviné tus movimientos, te escuché ir al baño, abriste el botiquín.

Si me levanto ahora y te pido perdón, y te ruego que se borre la distancia, la rutina que los años y el cansancio nos dejó en la cama ¿qué dirás?, ¿qué harás?, ¿me arriesgo?

Al fin me levanto y camino rumbo al baño Yo también duermo con nada desde entonces, desde que compartimos esta cama... no, ésa que compartimos está en el patio, mañana se la llevan; ésta que ahora nos recibe con silencios es una cama nueva.

La luz del baño sigue encendida. Hago un poco de ruido para que sepas que estoy cerca. Tú te pones en el cuello una pomada.

Hoy compraste un colchón nuevo. No sirvió de nada, aún te duele el cuello y la espalda...