Sala de ensayo
San Manuel Bueno, mártir, y la filosofía del vivir

Miguel de Unamuno

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En la aldea Valverde de Lucerna se desarrolla la historia del cura don Manuel, un cura que está a punto de ser beatificado, y sus feligreses, un pueblo rayado por el silencio. A lo largo de su vida, don Manuel se dedicó a profesar la religión, la cual solamente era cuestionada por otros dos personajes de la novela, Ángela y Lázaro. Don Manuel se debate entre la vida como un sueño, el ansia de vivir y la muerte que lo signan todo el tiempo. En don Manuel se cifran los opuestos, la antítesis de lo que es ser y no ser como su filosofía o bien como filosofía del autor del cuento. Es un problema ontológico que trata de resolver la identidad del ser, de la existencia que principia en Dios, es un salto de lo infinito a lo finito y no del ente al Ente Supremo.

Es en este punto donde se genera la angustia para Miguel de Unamuno, porque él dice que en la lucha “contra la nada por la eternización consiste el destino del hombre”. Saber que se es hoy en el presente y no saber lo que sucederá en el futuro porque un día dejaremos de ser, un día parecerá que nunca habremos sido o existido. La realidad del ser está basada en la conciencia que limita y se contrapone a la infinitud y que es el objeto de la conciencia. Dice Unamuno: “El Universo visible me viene estrecho; esme como una jaula que me resulta chica, y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame el aire que respirar”, esto refleja su desasosiego, su asfixia, su dolor y una vez más su angustia por el ser y el vivir pero que termina volcándose hacia Dios que es eterno e inmortal. En este punto se descubre la fe y se empieza a creer, como le sucede a Lázaro en la narración cuando llega al pueblo y decide hablar con don Manuel, y refiriéndose a él dice: “—Sí, esto es otra cosa —me dijo luego de haberle oído—; no es como los otros...” (106), y más adelante lo reitera: “Es un hombre maravilloso...” (107); este es el inicio del cambio, del vuelco que da Lázaro a la fe y a la comunión con Dios, es como una especie de resurrección:

“Acabó mi hermano por ir a misa siempre, a oír a don Manuel, y cuando se dijo que cumpliría con la parroquia, que comulgaría cuando los demás comulgasen, recorrió un íntimo regocijo al pueblo todo, que creyó haberle recobrado. Pero fue un regocijo tal, tan limpio, que Lázaro no se sintió vencido ni disminuido” (107).

Encontramos en el pensamiento unamuniano que a su vez se refleja en la obra, el tragicismo y el lamento que se prolonga casi desde el principio hasta el final de San Manuel Bueno, mártir, es contradictoriamente llamada “la filosofía de la vida”, la filosofía del vivir, y como afirma el franciscano Miguel Oromí en su libro sobre el pensamiento filosófico de Miguel de Unamuno, con relación a ese tragicismo es que éste conlleva “una doble lucha” (207) más íntima pero al mismo tiempo más trágica “con la cual el viviente perpetúa una parte de sí mismo , y la lucha por la perpetuación de todo su ser, la perpetuación de su propia conciencia: la inmortalidad personal” (207). Posiblemente don Manuel quería esa perpetuación en la muerte a la cual quería llegar por medio del suicidio aunque él no fuera creyente y al llegar a esa muerte es, quizás, donde él podría hallar las respuestas a su preocupación por ese mundo absurdo del que sólo se sale a través de ella.

“Mi pobre padre, que murió de cerca de noventa años, se pasó la vida, según me lo confesó él mismo, torturado por la tentación del suicidio, que le venía no recordaba desde cuándo, de nación, decía, y defendiéndose de ella. Y esa defensa fue su vida. Para no sucumbir a tal tentación extremaba los cuidados por conservar su vida... Me parecía una locura. ¡Y yo la he heredado! Y cómo me llama esa agua que con su aparente quietud —la corriente va por dentro— espeja al cielo” (111).

Don Manuel lucha por la vida tratando de encontrar soluciones a las sinrazones diarias de su poca fe y creencias dando amor al prójimo, reduciéndose a la racionalidad de sus actos para poder justificar su existencia. Como héroe trágico necesita del llanto que le produce su paso por esta dimensión porque se siente inseguro y no sabe a dónde irá a parar. Igualmente exige de los demás esas lágrimas que son producto de la tristeza incontenible que lleva en él, que se refleja desde sus ojos y que transmite cada vez que habla porque “niños y grandes, lloraban y lloraban tanto de pena como de un misterioso contento en que la pena se ahogaba” (102).

“San Manuel Bueno, mártir”, de Miguel de UnamunoLa angustia del cura es también el aquí y el ahora que logra alivianar con la vida de trabajo que lleva, se ha entregado a los demás como una especie de Mesías o Cristo redentor donde funda “una nueva religión, nueva no por su forma externa sino por su interioridad”.1 Sus trabajos siempre consistieron en la ayuda al prójimo, regalando camisas al que no tenía, confesando a sus seguidores, queriendo a los demás sin ninguna distinción, sus acciones en el pueblo eran tales que nadie se atrevía a decir alguna mentira delante suyo.

La vida del cura era en realidad una farsa, una ficción, aunque externamente y sus actos estuvieran mostrando lo contrario que es lo que podría reflejar a un “santo católico”.2 Don Manuel, roído por las dudas, estaba en posesión de su verdad, un ateo que no aparece claramente identificado y que dista mucho de ser como el párroco de Valverde de Lucerna. ¿Sería válido entonces disociar la personalidad del personaje? Es manifiesto que el yo de don Manuel no se identifica con la vida pero sus actos se bastan por sí mismos. Él va imponiendo su forma de ser por donde va y así sucede de principio a fin en el pueblo. Es, tal vez, un pueblo como hipnotizado por la religión o mejor por su propia religión, esa “nueva” que inventó un día para sobrellevar su propio estado de ansiedad ante lo que no se puede explicar. Dice José Miguel de Azola en su artículo “Las cinco batallas de Unamuno contra la muerte”, publicado en los Cuadernos de la Cátedra sobre Miguel de Unamuno sobre su obra:

“la obra entera de Unamuno está animada por una dialéctica trágica, cuyos problemas colosales la emparentan sobre todo con aquel teatro religioso, patriótico y filosófico, que compuso Esquilo, y también con aquel otro teatro profundamente humano y moral...”.

“...los gritos del hombre Unamuno angustiado por su terror a morirse de todo”. (41)

La muerte, como inevitablemente termina llegándole a don Manuel al final de las memorias de Ángela, aparece como la solución prima a todos sus cuestionamientos y dudas que tiene él acerca de la vida y de los dos planos, que nadie sabe si se crucen o se estén cruzando en el tiempo. “Lo que constituye una cuestión filosófica no es la muerte, sino el que yo muera”.3 Esta muerte no sucede en su recinto apartado, ni aislado ni en soledad; sucede todo lo contrario, él quiere morir y terminar sus días entre sus feligreses, él reconoce que se está yendo cuando dice que ya es la hora de su muerte y le pide a Ángela que lo lleve a la iglesia donde todos lo están esperando y la única fuerza que le queda es para morir; por fin se había cumplido su designio, el anhelo y el deseo, responde a todos con el silencio, con el mismo silencio del otro mundo que se encuentra sepultado por el lago junto a la montaña.

“Ya os lo dije todo. Vivid en paz y contentos y esperando que todos nos veamos un día en la Valverde de Lucerna que hay allí, entre las estrellas de la noche que se reflejan en el lago, sobre la montaña” (115).

Don Manuel murió sin remedio y vivió el sueño de la vida que seguramente quiso tener, un sueño melancólico, acongojado y con sollozos, una vida angustiosa en la que libró y perdió una batalla contra lo infinito. La inmortalidad ya es asunto de Unamuno como escritor, cuando su existencia ha sido prolongada por las palabras y éstas han reproducido su pensamiento a través del tiempo que a su vez no conoce de límites y se refleja bajo el sol como la sucesión de días y noches.

 

Notas

  1. González Alcalde, Eduardo, 151.
  2. González Alcalde, Eduardo, 161.
  3. De Azola, José Miguel, 45.

 

Bibliografía

  • Collado, Jesús Antonio. Kierkegaard y Unamuno. Editorial Gredos, Madrid, 1962.
  • González Alcalde, Eduardo. Semiótica e Ideología en la Novela San Manuel Bueno, mártir, de Miguel de Unamuno, Editorial de la Universidad Complutense de Madrid, 1984.
  • Friedman, Edward; Valdivieso, Teresa; Virgilio, Carmelo. San Manuel Bueno, mártir, en Aproximaciones al estudio de la literatura hispánica, McGraw Hill, New York, 2004.
  • Oromi, Franciscano Miguel. El pensamiento filosófico de Miguel de Unamuno, filosofía existencial de la inmortalidad, Espasa-Calpe, Madrid, 1943.
  • De Azola, José Miguel. “Las cinco batallas de Unamuno contra la muerte”, en Cuadernos de la Cátedra Miguel de Unamuno, Universidad de Salamanca; Salamanca, 1951, 33-109.