Sala de ensayo
El Colegio Invisible: “En palabras de nadie”

The Royal Society

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¿Es posible imaginarse a una asociación formada por filósofos y pensadores, especialistas en los más diversos campos del saber, los cuales han estado reuniéndose todas las semanas sin interrupción desde el año de 1645 en Londres, hasta el día de hoy? Asombroso, ¿verdad? Más de 362 años de dedicación a la “nueva filosofía”. Se trata de la augusta The Royal Society, la Sociedad Real para el Avance de la Ciencia Natural. Ahora bien, ¿en que consistía esta “nueva filosofía”?

Antes de la época de Galileo Galilei (1565-1642), la idea de “Unir la teoría a la práctica” era muy rara, pero fue la genial intuición de este sabio italiano, heredero del Renacimiento, lo que inició lo que hoy conocemos como “ciencia”. El “Principio de Galileo” hoy en día se denomina como la “Primera Ley de Newton”; además, es de todos conocido cómo fue que demostró que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés (como se creía desde la antigüedad), utilizando al telescopio como un instrumento científico de precisión. También tuvo una gran influencia el pensamiento de Francis Bacon (1561-1626), cuya filosofía se fundamentaba en el criterio de que la verdad no se deriva de la autoridad y que el conocimiento es fruto ante todo de la experiencia, iniciándose así lo que hoy se conoce como el Método Científico. Sin duda que fueron estos acontecimientos los que determinarían la disposición de aquellos buenos hombres ingleses de fundar lo que uno de ellos, Robert Boyle (1627-1691), llamaba “el Colegio Invisible”. Pero, ¿qué era lo que realmente sucedía en el recinto de dicha sociedad? ¿Cuáles eran sus propósitos? ¿Qué hacían en sus reuniones?

El lema de The Royal Society era y sigue siendo “Nullius in Verba”, que en castellano quiere decir “En palabras de nadie”, e implicaba que los miembros de la sociedad no podían hacer referencia a sus opiniones y mucho menos imponerlas como “criterio de autoridad”, debido a que lo único que se debía tomar en cuenta era la física experimental, la lógica y las matemáticas, y por lo tanto no se debía hablar de Dios ni del Rey (en nuestros tiempos diríamos ni de religión ni de política) y tampoco de la actualidad; es decir, que impusieron la norma clave de la ciencia, “experimentar para que sean las evidencias las que hablen”.

A propósito de dejar que sean las evidencias las que testifiquen la verdad, existe una polémica “científica”, que está a punto de cumplir 150 años, y que en realidad se ha convertido en un verdadero obstáculo para el avance de la ciencia en el campo de la biología. Me refiero a la polémica suscitada entre los llamados “evolucionistas” y los “creacionistas”. Lo mejor que se puede decir el día de hoy al respecto, es lo que expresó uno de los participantes al curso de verano organizado por la Fundación del Valle de San Francisco, la Fundación Cultural Miguel Otero Silva y la Editorial El Nacional, el pasado mes de julio, denominado “Los avatares de la evolución”. El compañero dijo: “Ambas posiciones son dogmáticas” y fue la única opinión con la cual estuve de acuerdo.

Sostengo el criterio de que tal polémica debe llegar a su fin en nuestro tiempo. Nada relacionado con Dios debe participar en una discusión donde se pretenda hacer ciencia o hablar de ciencia, por lo tanto; la posición creacionista no debe tomarse en cuenta si se desea llegar a la verdad científica o filosofía científica, pero los evolucionistas sí que están obligados a demostrar de una vez por todas si la evolución merece entrar al recinto de la ciencia experimental, porque la verdad es que hasta el momento no ha podido hacerlo. ¿Existe la evolución experimental? ¿Se ha realizado en los últimos 148 años un experimento que evidencie que los organismos se transforman? ¿Ha sido hecha tal demostración en el seno de The Royal Society? Y si así fue, ¿cuál es ese experimento? ¿Quién fue el que realizó tal demostración? ¿Cuándo se realizó? ¿Le ha dado el Colegio Invisible el diploma de ciencia experimental demostrada a la “teoría de la evolución”? Y si no ha sido así, ¿por qué?

Los evolucionistas siempre han presentido que de alguna manera han dejado de cumplir con el principio de la ciencia experimental y se defienden diciendo cosas tan insólitas como la de que en la biología, por tratarse de los seres vivos y de algo demasiado complejo, las leyes de la física no aplican en este campo, pero en realidad se equivocan, debido a que los seres vivos existen como objetos físicos y además ocupan un lugar en el espacio, y eso los obliga a entrar por el aro de las leyes de la física, y por lo tanto están sometidas a sus estatutos experimentales como todo lo demás que forma parte del mundo. La biología como ciencia está obligada a confirmar cualquier teoría con la experimentación física; es decir, deben realizarse experimentos para poder hacer las deducciones correspondientes, lo contrario a esto es simplemente opinión o doxa, como decían los griegos.

La polémica entre creacionistas y evolucionistas no es la polémica que es necesario abordar. Los contemporáneos debemos reconocer la verdadera dialéctica e identificar la tesis y la antítesis correctas, enfrentar a la “teoría de la evolución” con la exigencia de la experimentación científica, para así aumentar las posibilidades de esclarecer un poco el “agua turbia” que ha impedido ver con claridad la realidad biológica desde que Charles Darwin publicó su libro El origen de las especies. Es muy posible que muy pronto la humanidad llegue a una síntesis esclarecedora y concluyente. Debemos convertir cualquier “cátedra libre” en un “Colegio Invisible”, aplicando solamente el lema de: “En palabras de nadie”, impidiendo así que se imponga el llamado “criterio de autoridad” y determinándose, de esta manera, la incoherencia del anuncio de declarar Día del Científico, al día del nacimiento de Darwin, por motivo de los 200 años de su nacimiento, evento que se piensa celebrar en el año 2009. Más mérito para ese honor lo tiene el británico William Brouncker (1662-1677) por haber sido uno de los promotores y primer presidente de The Royal Society, sin mencionar a otros verdaderos científicos experimentales.

Cuando los datos son correctos, la ciencia puede realizar predicciones; por lo tanto, y debido a lo antes expuesto, no resulta ser un atrevimiento predecir que para el año 2010, cuando al actual presidente de la Sociedad Real, el señor Martin Rees (2005-2010), le toque dar su discurso de despedida, exista una alta posibilidad de que, por hacerse evidente ante los ojos asombrados del mundo, no existe evidencia experimental alguna que apoye a la teoría que afirma que “los organismos se transforman (cambian de forma) con el tiempo”, termine poniéndole al ataúd de la evolución el último clavo para terminar así su gestión con broche de oro.

De esta manera le hará un gran servicio a la humanidad, ya que a partir de ese momento se comprenderá que la respuesta al fenómeno de la inmensa variedad de especies viene dada únicamente por la bioquímica de los genes y por nada más. En otras palabras: “Todo dentro de la genética y nada fuera de ella”, todo parece indicar que este es el camino correcto.

“El día en que los ojos acuciosos de los científicos posen su mirada en los organismos vivientes, sin el estorbo de la visión equívoca de la idea transformista, ese día se asombrarán aun más y el género humano avanzara más de prisa, haciendo que los próximos mil años se vivan en un instante”.