Entrevistas
Gabriel Jiménez EmánGabriel Jiménez Emán
Soy un fabulador y un artesano de las palabras

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La literatura venezolana contemporánea tiene en Gabriel Jiménez Emán uno de sus más claros representantes. Hacedor de revistas literarias que son referencia obligada como Talud, en Mérida, Rendija e Imaginaria, en San Felipe, por igual trabaja el ensayo, la novela, el cuento y la poesía, siendo pues un escritor de cuatro esquinas, es decir, todos los puntos cardinales de la literatura no le son ajenos, son de su propiedad y yo lo celebro y digo que es un amigo insustituible, lectura obligada cada vez que hay que recordar con quiénes he crecido como poeta y por, supuesto, cuando me pregunto a quién le pertenece este trozo de historia de la literatura venezolana, siempre concluyo que es a él; con su trompeta y su guitarra, como un ángel barroco, en el Zócalo de la Ciudad de México, o en Mérida o en El Samán de Apure. Ese poderoso señor de la palabra responde a las preguntas que un día decidí para mis amigos y hermanos de generación y otros poetas más recientes pero igualmente queridos.

—¿De dónde vienes?

—¿De dónde vengo? Pues no lo sé. Como Ser de la especie humana o como Ser planetario, es difícil decirlo o saberlo. Quiero pensar que venimos de las estrellas, de una explosión que tuvo lugar en algún lugar del cosmos y que nosotros somos parte de ese polvo de estrellas originado allá, en el remoto universo, que luego dio origen a las primeras células aquí en nuestro planeta, la Tierra, y que retornaremos allá otra vez, algún día. Nuestros huesos estarían hechos de ese polvo cósmico, del mismo que puede haber en los soles que habitaron el remoto universo. La tierra es un planeta que ha sido elegido por el agua, por el oxígeno para que habitemos en él, y para que después nuestro cuerpo duerma en su interior y siga dando vueltas allí, en un interminable rotar sobre sí mismo y en torno a su estrella el sol, que nos proporciona la luz y la energía. Somos espectadores pasajeros de esta maravilla que significa estar vivos. Después dormimos el sueño eterno, que es una especie de tragedia compartida.

Ahora claro, si tú me preguntas de qué lugar preciso vengo como persona, debo aterrizar y decirte que vengo de un país llamado Venezuela, de una ciudad llamada Caracas, donde nací para luego vivir en otras con San Felipe o Mérida, donde he hecho mi vida. También en Barcelona de España viví, y llegué a querer mucho a ese ciudad catalana. Vengo de una familia de poetas, músicos y artistas, de un padre escritor y poeta, de una madre narradora oral, de gente trabajadora y esforzada que hicieron de mí lo que soy, un fabulador y un artesano de las palabras.

—La poesía, ¿cuándo entró en tu casa?

—La poesía siempre estuvo en mi casa porque mi padre era poeta y en la casa había libros por todas partes, que después se fueron reproduciendo en otras casas a través de las bibliotecas de cada uno de nosotros, como una costumbre. Esos libros siguen llegando y yo los sigo recibiendo como la primera vez. Los libros de poesía han sido siempre parte sustantiva de mi vida.

—La vida, ¿mañana u hoy?

—La vida es un ayer que miramos en un hoy para proyectarlo en un mañana. Y se conjuga en los tres tiempos simultáneamente. Recordamos, hacemos, soñamos, estamos hechos de tiempo, de un tiempo que se nos fuga milagrosamente, como un asombro entristecido y feliz a la vez.

—¿Cuáles son tus gustos literarios?

—¿Gustos? No sé. Muchos. Me gusta la palabra concisa, certera, punzante, pero a veces también me gusta la palabra elaborada, barroca. Me gusta Kafka, me gusta Monterroso y me gusta Borges. Pero también me gusta Lezama Lima y me gusta Quevedo y Cervantes. Me gusta Víctor Hugo y me gusta Dostoievsky. Me gusta Ramos Sucre y me gusta Julio Garmendia. Es una experiencia única vivir esos contrastes. Me gusta la literatura de sutilezas, de humor, de inteligencia. Me gusta la literatura que juega, que se interroga a sí misma, que se erige desde dudas válidas. No me gusta lo simple ni lo directo, no me gusta el mensaje, ni el programa ni la tesis, me gusta la sugerencia, la ambigüedad, el juego, la sonrisa secreta.

—¿Cuál o cuales autores consideras que hayan influido en tu poesía?

—¿En mi poesía? La verdad no lo sé. He leído a tantos poetas que no puedo contestarte esa pregunta. He leído poetas volcánicos y poetas serenos, poetas discretos y poetas que hablan en voz alta. Poetas místicos y poetas satánicos, poetas sensuales y poetas herméticos. Poetas espaciales como Huidobro y poetas angustiados como Vallejo. He leído de todo, poetas culteranos como Darío y poetas cínicos como Nicanor Parra. Todos me gustan. Disfruto el lenguaje de la poesía cuando éste me revela una segunda realidad, un mundo que está más allá del que vemos. El gran ensayista estadounidense Harold Bloom escribió un libro brillante sobre este tema, que tituló La angustia de las influencias.

—El paisaje exterior o interior, ¿cuál es tu preferencia?

—No existe el paisaje exterior en literatura, creo. El paisaje siempre es interior cuando escribimos. Uno trasforma todo lo que ve al escribirlo, lo cifra en un lenguaje para volverlo a descifrar. En ello radica el goce de la infinita belleza. El paisaje puede ser todo: el mundo, la realidad que se vuelve imaginación, imagen tocada por el espíritu de la palabra, que es el espíritu más elevado porque contiene el espíritu de la música y de todas las demás artes. Entonces el paisaje siempre está dentro de nosotros, conversando con la luz, con las sombras, con el cielo, las cosas y los seres. El paisaje exterior está allí y nosotros no le importamos, existiría sin nosotros. Pero si nos le acercamos, este paisaje comienza a dialogar con nosotros. Un árbol, una flor, pueden hablarnos. Podemos convertir un espeso bosque en un camino hechizado, podemos incluso hablar con una nube, si lo deseamos. Y la nube puede respondernos.

—Cuéntame un poco de tu región de origen.

—¿Mi región? Tampoco sé muy bien qué región es esa, sucede casi lo mismo que con el paisaje. Yo nací en Caracas y tengo imágenes interiorizadas de esa ciudad; vivo en San Felipe y ese paisaje feraz y verde dialoga conmigo. El Yaracuy es una tierra prodigiosa, fecunda y fecundante, con tantas montañas, fincas, planicies y valles asombrosos. Pero también me veo por las avenidas turbulentas de Caracas, me siento en los cafés, en los bares, cavilo en medio de sus atardeceres anaranjados, me detengo en los precipicios de la noche caraqueña a preguntarme quién soy.

—¿Nos puedes contar una anécdota?

—Soy tantas anécdotas, Alberto, amigo, son muchas. Mi vida está tejida con ellas, mi vida se mece en la vida de otros escritores que han sido para mí un inmenso regalo de espíritu. Salvador Garmendia, Víctor Valera Mora, Baica Dávalos, Vicente Gerbasi, Elí Galindo, Hernando Track, Ludovico Silva, Orlando Araujo, Caupolicán Ovalles, Efraín Hurtado, Gustavo Pereira, Ramón Palomares, Elisio Jiménez Sierra: ellos han sido mis padres y mis héroes, mis trozos de eternidad poética, ellos me enseñaron a leer la vida. Después con Enmanuel Azócar, Román Picón, Douglas Parra, Lázaro Álvarez, Rafael Garrido, Ennio Jiménez Emán, Gabriel Mantilla, he conocido que existe la amistad, ese reino maravilloso de las anécdotas cotidianas que son infinitas.

Recuerdo que una vez Adriano González León y Pancho Massiani le montaron una trampa a Luis Camilo Guevara en un bar y le hicieron creer, lo convencieron totalmente que los marcianos habían tomado la Tierra y que ahora debíamos refugiarnos en bunkers, le mostraron la información armada por ellos y lo sugestionaron, lo intimidaron. Luis Camilo se quedó pensando un buen rato en la barra y después dijo: “Bueno, está bien, acepto que vengan los marcianos a vivir aquí. ¡Pero que no vengan con echonerías!”.

—¿Algo que recuerdes y que te haya marcado?

—A mí siempre me ha marcado una imagen: estoy en mi hamaca de San Felipe, que es como el centro del mundo, que es como mi aleph personal, y miro hacia el patio y veo allí entre las matas todo mi pasado, que es como si la vida se arrodillara frente a mí a darme las gracias por haberla vivido. Y luego también pienso qué será de mí en adelante, hacia dónde se dirigirán mis pasos en la búsqueda infinita de ser y de vivir. Me marcó haber conocido a cinco grandes escritores cuando yo estaba muy joven: Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Juan Rulfo y Augusto Monterroso. Con Lezama Lima, Augusto Monterroso y Eduardo Galeano mantuve correspondencia. Fueron mis amigos. Está por salir la obra de Monterroso en Ayacucho prologada por mí. También he tenido la suerte de conocer personalmente y dialogar con Gabriel García Márquez, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes. Aquí en Venezuela presenté públicamente a Carlos Fuentes y me he sentado largas horas con Augusto Monterroso. Con Juan Rulfo dialogué una tarde durante siete horas en Barcelona de España y me hizo que le mandara un libro del padre Gumilla, El Orinoco defendido e ilustrado, y se lo envié y él me lo agradeció mucho, me dedicó El gallo de oro, un gran relato suyo. Con Eduardo Galeano compartí durante cuatro años en Callella de los alemanes, un pueblito de la costa catalana, donde él preparaba unas tiritas de costillas deliciosas. Aquí en Venezuela fui amigo de Vicente Gerbasi, Juan Sánchez Peláez, de pasar horas y horas en sus casas y de hablar largo y tendido de literatura y de cosas menos profundas pero igualmente divertidas. Y de todos los poetas que iban a la República del Este en Sabana Grande, que son los poetas más importantes de este país: Ludovico Silva, Víctor Valera Mora, Eleazar León, William Osuna. He conocido y sido amigo de grandes escritores y grandes pintores que han marcado mi vida para siempre. Uno ya no puede ser el mismo una vez que los ha conocido y compartido con ellos. Dejan una marca indeleble en tu vida.

—¿Qué es Dios para ti?

—¿Dios? Pues... una conciencia suprema, una concentración de energía cósmica que nos ha creado y que nos habla en secreto. Toma todas las formas posibles: de animal, de hombre, se metamorfosea en pájaro, en caballo, en gato, en hombre sabio como Buda o Jesús, como Brahma o como Alá o como Jehová, pero siempre es esa conciencia suprema que nos permite tener fe, tener esperanza incluso más allá de la vida. Lo más curioso de Dios es que es sobre todo una Gran Idea, una idea por una parte irracional, el hecho de que un solo Ente haya creado todo el universo, es algo impensable, casi imposible. Pero vivir sin Dios también es algo imposible, pensar que no hay nada superior a nosotros y que estamos aquí como meros accidentes físicos u orgánicos, sin ninguna otra cosa que preceda nuestra presencia en el mundo ni nos trascienda después de nuestra muerte. Eso también es descabellado. Así que no tenemos más escapatoria que tener una idea de Dios, y de se posible, tener a un Dios y creer en él.

—¿Y El Diablo?

—Ah, el diablo también es interesante. Sin él no podría existir su contraparte, Buen Dios. Prefiero ver al diablo fundamentalmente como Luzbel, Lucifer, el ángel caído, no necesariamente la encarnación del mal. Puede ser un pícaro o un sujeto transgresor que nos permite ser lujuriosos, cometer excesos y entregarnos a un placer sin fin, a las drogas, a las trampas, a las maquinaciones viles de la política, o a las maquinaciones personales. También puede ser un diablillo juguetón, que nos hace cometer travesuras terribles, sin las cuales la vida sería demasiado aburrida, y que forma parte de la naturaleza humana. El diablo no es sólo ese símbolo de un animal con cuernos, de cara horrible y que echa fuego por los ojos, sino más bien un señor elegante que nos hace caer, sin que nos demos cuenta, en los peores excesos, desviaciones o perversiones.

—¿Desarrollas tu escritura alejado de los círculos intelectuales o interactúas con ellos?

—“Círculos intelectuales” es para mí una construcción exagerada. Sobre todo se trata de grupos de amigos que nos hemos reunido para hablar sobre cosas comunes en el terreno de la literatura, la sociedad, la ética, la filosofía. Siempre está la relación de los escritores con la sociedad o con el poder, que es cuando se habla de intelectuales, cuando se comienza a hablar de la responsabilidad de los intelectuales en el proceso de formación de una sociedad. Puede ser que el escritor se repliegue, y con toda razón. Puede ser que se identifique con un gobierno determinado, con una ideología. Si esta ideología va por el camino de los más necesitados y tiene un sentido de responsabilidad social y moral, mejor. Un escritor nunca se aleja, en verdad, de estas necesidades o realidades, ni siquiera cuando se lo propone, cuando quiere aislarse. Cuando por fuerza debe exiliarse de su país puede ser que vea las cosas más claras. En verdad, la soledad nos permite reflexionar de modo diferente, o mejor, es necesario aislarse un poco para meditar, para verse más objetivamente.

Pero después queremos mezclarnos a la tempestad humana, ir hacia el mundanal ruido, a la multitud desquiciante. El hombre se mueve entre estos dos orbes: la comunión y el solipsismo, lo individual y lo colectivo. Lo que ocurre es que a veces te toca vivir situaciones trágicas, sufrir exilios, persecuciones políticas, atravesar crisis. Porque el escritor se mueve en un mundo de intereses creados, de perversiones políticas y de grandes empresas que quieren apoderarse de todo, quedarse con todo y darle algunas migajas a la gente, al pueblo.

—¿Qué opinión te merecen los talleres literarios?

—Los talleres literarios han sido muy útiles para discutir los textos en colectivo. Son muy positivos porque en ellos se exponen problemas de forma o escritura y se ventilan con otros lectores, que pueden ser escritores o no. Deben sostenerse ante todo con un ejercicio de sinceridad, donde podamos exponer nuestros aciertos pero también nuestras fallas, tener la honestidad de reconocer los errores. Es mejor hacerlo así que en una clase cerrada donde el que habla es uno solo, el profesor, y los demás escuchan. Los talleres han funcionado en universidades, institutos, fundaciones, y se ofrecen como opciones experimentales de enseñar y trasmitir saberes estéticos, sin acudir necesariamente al lenguaje académico, a la clase convencional. Yo creo que las clases de literatura pueden volverse muy cansonas o aburridas, si no estamos atentos. La literatura debería verse o apreciarse como goce, como placer, no como obligación. La literatura ha estado muy impregnada de tonos graves y edificantes; pero ahora puede ser abordada con más goce, más humor, más rebeldía.

—¿La muerte es tema en tu poesía?

—¿La muerte? Sí, claro, la muerte debería estar presente en todo porque es un elemento fundamental de la vida, algo sin lo cual la vida no podría explicarse. Si no hay una reflexión sobre la muerte, entonces, ¿sobre qué hay que reflexionar? Entonces no es un sólo tema, un motivo, sino que es un sentimiento que recorre de manera transversal toda la existencia humana, y la poesía, como ideal expresivo de la existencia, de por sí se sumerge, como ninguna otra, en las profanidades de la muerte. Por ejemplo, en el romanticismo la muerte fue el motivo fundamental, era aun más importante que la vida.

—¿Piensas el poema o es aluvional su llegada?

—Yo creo en el fondo que el poema me piensa. Cuando uno piensa escribir un poema, en verdad es como si él lo estuviera escribiendo a uno. Uno hace una reflexión interior, la plasma en la escritura y luego esa escritura se hace pública al estar impresa, al estar divulgada en un número considerable de lectores. Es como un llamado, una necesidad situada más allá de lo verbal, pero que tiene un resultado verbal después de todo. Es como una paradoja mágica. El poema parece cerrarse en la escritura, pero no: se abre en posibilidades interpretativas. Siempre renueva sus posibilidades en la relectura. Siempre se crea un nuevo espacio de reflexión en el verdadero poema, que en mi caso es más aluvional que pensado. Tiene algo de irracional, de celebración sensitiva, más que intelectual. Se hacen versiones verbales de ese aluvión, de esa primera remesa de palabras que luego son corregidas, tachadas, suprimidas. Y a uno también puede dolerle suprimir, quitar esas palabras innecesarias que también formaron parte del poema alguna vez.

—¿Religioso?

—No, en todo caso espiritual. Lo religioso implica un culto, un rito eclesiástico, congregarse en un templo y compartir con otros la palabra de Dios. Al aislarme individualmente pierdo esa religiosidad, aunque la espiritualidad no. Las religiones existen si hay un sentido de congregación y de comunicación entre varios. A mí me ha faltado eso; practico una suerte de religión laica donde el arte, la poesía, las formas de la belleza me embriagan y me seducen, pero eso no es una religión. Soy demasiado mundano, demasiado hedonista para ser religioso. Sin embargo, conservo un ápice de espiritualidad que consigo, por ejemplo, en los textos del sufismo, que es el pensamiento tradicional del Islam, y en tantos párrafos de la Biblia, en las lecturas secretas que hago de la Biblia por las noches, y en mis plegarias solitarias en el estacionamiento antes de encender mi carro para salir, me encomiendo con humildad a nuestro señor Jesucristo, y creo que él me oye. En situaciones críticas o difíciles me encomiendo a él, y él siempre me indica algo positivo, una salida justa, que me asombra y me rebasa. Es la voz secreta que habita en uno, y que Dios Cristo sabe sacar a flote, le descubre a uno el mundo. Uno está demasiado imbuido en la cotidianidad material, en las tareas ordinarias. Aspiro algún día a ser más espiritual y más religioso, tener más paciencia con la vida.

—¿Qué es para ti la oración?

—La oración es una frase secular, canónica, es como un mantra que se profiere para que Dios se acuerde de nosotros y nos oiga. La oración no es una retahíla memorística, sino unas palabras cargadas de fe y esperanza. La oración implica el religarse a la divinidad, es la frase sagrada para alcanzar algo de esa ligazón superior que es el espíritu trascendente, cósmico, de comunión con el universo, es la palabra sagrada.

—¿Lector de cuento, novela o poesía?

—La novela es un cuento largo; el cuento una novela corta y la poesía una canción que puede ser cantada o narrada, puede ser proferida en verso con respiraciones medidas y rotundas, que se pronuncia con esos sonidos armoniosos que hemos llamo música, pero eso es una convención. Uno, al leer el poema, está leyendo una novela y un relato y una crónica interna del espíritu, está invocando una voz profunda del espíritu. De modo que la lectura preferencial de los géneros no existe para mí. Existe la necesidad de la lectura, a secas.