Letras
Tres relatos

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Autoestima

Mis padres siempre dicen que muy apenas soy el milésimo borrador del boceto imperfecto de un pésimo intento de la falsa copia pirata del reflejo de una caricatura apócrifa vista a través de un empañado espejo, realizada por la mano derecha de un pintor zurdo que tiene los ojos vendados en plena oscuridad mientras bailotea un pincel calvo encima de acuarelas deshidratadas sobre un pasante de papel cebolla reciclado, corriendo de espaldas en el techo de un tren de alta velocidad que recién entra a un túnel a desnivel en curva. De tal suerte, que lo único bueno que he hecho en toda mi vida ha sido participar del placer orgásmico que provocó la eyaculación en la cual fui concebida. Y yo lo creo.

 

Volver a verte

Ayer te vi. Iba en mi coche, tú caminabas por la calle. Me pasé en ámbar por seguir tus pasos. Una mezcla violenta de miedo, desconcierto y alegría se alojó en mi pecho. Se me llenaron los ojos de lágrimas y la garganta de silencio. Toda saliva se fue de mi boca y todo aliento abandonó mis pulmones. Llevabas la misma ropa con la que te vi por última vez, ese, tu uniforme de guapo, como tú le decías.

Entraste a una zapatería. ¿Tú, comprando zapatos? Me estacioné para no perder detalle de tus gestos. Pensé que te había confundido con alguien más, pero el tic que aparece en tu mejilla cuando gastas dinero en cosas innecesarias, tacaño irredimible, me confirmó que eras tú.

El momento ameritaba un cigarro. Busqué en mi bolsa, desviando la mirada de tu figura. Al volver la vista a la tienda, ya no estabas. Pregunté por ti, dijeron que no esperaste ni la feria y que aunque parecía que tus pies eran más grandes pediste un número más chico y te quedó perfecto. Me indicaron por dónde te fuiste. Di varias vueltas a la manzana pero no pude encontrarte. Tal vez tomaste el primer taxi que viste. Tal vez cruzaste la calle.

Un encuentro común, nada digno de comentarse. Te veo, te pierdo de vista y de ello no hay nada rescatable. Así es y así sería, si no fuera porque hace un año, cubierto de nardos, en aquel cementerio te dijimos adiós, enterrándote descalzo.

 

Autobiografía

Tener sexo o hacer un rompecabezas, eran las dos opciones que tenían mis padres esa noche de octubre de 1972. Con diez hijos a cuestas, eligieron lo segundo; sin embargo nací ocho meses después. A su edad, les costó trabajo, pero armaron el contorno. Llegaron mis hermanos y agregaron piezas de presente. Abuelos y tíos le pusieron de pasado.

Algunos primos colaboraron con fracciones de caos. Maestros de diversos grados hicieron lo propio con el segmento de educación; destacando algunos trozos de habilidades e incapacidades. Los amigos y sus valores formaron mi propia escala. Los amores colocaron lo mismo sonrisas que lágrimas. Mis sobrinos, con sus manos pequeñitas, situaron los milagros. La Muerte ha llenado mi espectro multicolor con profundos negros e intensos blancos.

Persona a persona se forma mi esencia, pues de cada una que conozco extraigo una pieza. De aquella inteligencia, de la otra ternura, de alguien más neurosis y de aquél paciencia. Entre los fragmentos de ellos va surgiendo un todo absurdo y polifacético. Pues cada vez soy más yo, al mismo tiempo que voy siendo un poco de todos ellos.

Arquitecta, escritora, diseñadora, cocinera. Hija, tía, amiga, sobrina, nieta. Ignorante, desquiciada, sarcástica, soberbia. Creativa, culta, arrogante, débil, etérea, imperfecta. Cada día le sumo piezas a mi vida. Y a mis treinta y tres años, cada noche duermo con el temor de no encontrar más piezas y transitar por la vida eternamente incompleta.