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Graham GreeneGraham Greene, reflexiones sobre el poder y la gloria

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A Ángel Lombardi

Hemos escrito en otras oportunidades acerca de la posición de importantes escritores universales en torno al tema de la crisis que se desprendió de sus experiencias frente a las guerras mundiales y, claro está, lo que de ellas se desprendió. En esas reflexiones hechas no tocamos a algunos escritores comprometidos con la fe católica, cuyas palabras también brindaron referencias interesantes que, desde la doctrina de la Iglesia, reflejaron sobre los problemas del hombre moderno. El pensamiento católico tuvo sus promotores dentro de la historia de la literatura universal. Promotores que tuvieron, en muchos casos, papeles descollantes en la historia contemporánea. La lista es extensa y pesada. León Bloy, Paul Claudel, François Mauriac, Charles Péguy, Evelyn Waugh, Heinrich Böll, A. J. Cronin y tantos otros. En este breve ensayo nos concentraremos en la prolífica obra del inglés Graham Greene, autor de la extraordinaria novela El poder y la gloria, entre otras.

La obra de Greene se debate entre el realismo y la pesquisa moral. Aunque tiene novelas que ni siquiera él consideró serias, su obra lo muestra como un notable novelista, capaz de presentar a sus personajes con una psicología profunda y segura, y con una habilidad comprobada para manejar los laberintos de la narración. Greene posee una suerte de encanto para construir exóticos lugares y es, a juicio de muchos críticos, implacable en la exploración de la experiencia humana. Su pensamiento católico es fundamental para entender su obra, ya que es justamente este elemento el que le añade profundidad. La lucha entre el bien y el mal la enmarca desde la óptica teológica, como algo disímil e incluso discordante en ocasiones con la humanidad y a los ardores llevados a cabo por conductas socialmente plausibles. Su literatura, así como su corazón, es la de un desgarrado. Desgarramiento que se hacía más profundo por su agitada experiencia de la realidad. Greene tiene el mágico poder de intranquilizar, de transformar en controvertibles los puntos de vista más cómodos “y de oponer a los satisfechos de sí mismos y a los hartos el oscuro mundo de la miseria y del dolor”.1 Greene, al igual que los artistas e intelectuales de su tiempo, no se escapó del desasosiego y la urgencia del tormento generado por la crueldad y el espanto del mundo que le circundaba. Las escenas vertiginosas de sus novelas, la prisa con que se van acumulando los sucesos nos recuerdan ciertamente el ritmo de la vida moderna, la circulación de la vida en la gran ciudad moderna. En cierta forma, las novelas de Greene nos recuerdan a Hemingway por ese privilegio a los diálogos, la tendencia a la discusión, las conversaciones tejidas con hilos dramáticos, diálogos que no hacen otra cosa que desnudar en unas cuantas páginas capitales la propia existencia, que se debate entre inquebrantables conflictos y contrastes.

El tema central de la literatura del siglo XX es la caída del hombre, en Greene no podía ser de otra manera, sólo que para el inglés la caída del hombre es hacia el pecado. El gran protagonista de sus libros es el pecado, o el pecador. “Pero este pecador no es el criminal, en el sentido de los ordenamientos legales humanos o de los códigos penales; tampoco le interesa, en lo sustancial, la exposición y desarrollo de motivos psicológicos y mucho menos todavía las sensaciones artísticas. Lo que mueve a Greene es el hecho objetivo de que el hombre vive en el pecado y se ve obligado a pagar con una vida miserable la caída desde el orden supremo de la salvación, esa pretendida autoglorificación”.2 Apunta que esto lo condena a vivir el infierno en este mismo plano, en la vida terrenal. Sus novelas socavan las bases de la pretendida gloria soñada, de la belleza de una vida falseada y farsante. Greene posee una cualidad que radica en percibir el mal y los defectos desprendidos de él. Y va más allá. Demuele toda la importancia y la significación humanas, demuele las aspiraciones y las realizaciones, demuele al hombre mismo haciéndolo indigno de alabanza, orgullo o soberbia.

En la obra de Greene el pecador no se encuentra solo. Frente a su miseria infinita se erige la grandeza de Dios. Entiende que en ese mismo hombre pecador habita la santidad, y ésta se levanta sobre el corazón de los insignificantes, en aquellos que ya han sido arrasados por la ignominia del mundo moderno, que no es más que la consecuencia del maltrecho espíritu humano. El hombre pecador se transforma, no en el repugnante bicho kafkiano, sino en signo visible de la omnipotencia de la gracia. “Como el santo no es aceptado en este mundo, el pecador ha de ser testigo de lo divino en la tierra”.3 Es aquí en donde Greene se separa del resto de autores nihilistas y existencialistas, ya que supera el pesimismo hacia la esperanza y vence la náusea a través de la seducción de los signos del amor divino. Los rasgos esenciales de las concepciones vitales de Greene se encuentran disueltos en la obra más importante de su novelística, El poder y la gloria, publicada en 1940.

La novela es un intento de Greene por denunciar las persecuciones anticlericales realizadas en México entre 1924 y 1928 por parte del presidente Plutarco Elías Calles y su Guerra de los Cristeros4 y el gobernador de Tabasco, Garrido Canabal. La novela cuenta la huida del último cura durante esas constantes persecuciones en Tabasco, no nombrado en el libro, y sus continuos e infructuosos intentos de cruzar la frontera al seguro estado de Chiapas, tampoco nombrado en el libro. De hecho, ni el cura ni los estados son citados con su nombre propio. Eso era secundario al propósito real de la novela: mostrar el triunfo de la Iglesia en este anticlerical estado del sur de México. Más allá de eso, la novela muestra como un hombre paga la salvación exterior de su existencia material mediante la humillación, más aún, la aniquilación interior de sí mismo. La novela es el retrato del Cristianismo abandonado. Es la novela de un mundo infinitamente vacío al cual le robaron todas las presencias esenciales. “Donde antes se erguían iglesias y catedrales hay hoy centros de juego o edificios oficiales; en lugar de los orantes han aparecido los desesperados”.5 No sólo ha desaparecido el Cristianismo como un simple ejercicio religioso, ha desaparecido toda su sustancia, la fe ha sido aniquilada. Greene apunta en la novela una nueva fuerza que pretende llenar ese vacío: el Estado Total, en el cual se desnuda el hombre como dueño de su propia gloria y poder. Este hombre presume estar dando origen a unos nuevos fundamentos existenciales, considera que está creando una nueva fe, pero como siempre suele ocurrir en estos casos, esa creación se sustenta sobre burdas construcciones que perfila a través de la violencia, expandiendo la angustia y el temor, edificando un territorio para la muerte. Es el levantamiento del imperio de la barbarie (concepto muy caro para los regímenes militares latinoamericanos), implantando la pérdida total de la libertad y prohibiendo a los hombres, bajo pena capital, “traspasar los límites que el Estado le concede magnánimamente para desenvolver su vida”.6

¿Cómo retrata Greene al sacerdote en la novela?, pues como un constante impulso de fiereza. Ha perdido toda la piadosa figura que supone un eclesiástico, que se encuentra resguardado en una seguridad mayor o menor, que participa de los bienes de la posesión y tiene una vida plena como cualquier otro hombre. Este sacerdote no es más que un pecador mortal y un perdido, a pesar de ello, continúa ejerciendo su ministerio, dice misa y resiste los avatares de una persecución inhumana. Aquí aparece el meollo de la novela: el hombre en la languidez de su naturaleza y en la grandeza de su tarea divina, la cercanía que existe en el corazón del hombre de la grandeza y la miseria. Dos elementos que se van mezclando a lo largo de la novela y su obra en general; la espeluznante miseria de la desidia, que incluye también el estar abandonado por Dios mismo, y la misión de Dios que no puede hacerse a un lado. Una novela en la cual se erige una profunda crítica a la Iglesia quien, sistemáticamente y por razones diversas, es testigo de cómo va siendo abandonada por hombres completamente decepcionados, y a quienes la misma institución les arrebató la fe. Un arrebato que sustenta Greene en la pobre consonancia entre la doctrina y los hechos que mueven a la Iglesia, por esa propagación de la idea de que Cristianismo es sinónimo de falta de alegría y estrechez de corazón.

A pesar de que su obra, junto con los demás integrantes de la primera generación posmoderna de la literatura inglesa (Evelyn Waugh, Henry Greene, Anthony Powell, Christopher Isherwood y George Orwell), creció bajo la sombra de Joyce y Virginia Woolf, Graham Greene se erigió como una de las principales plumas de las letras inglesas de mediados del siglo XX. Construyó su narrativa, como queda demostrado con El poder y la gloria, en torno al antihéroe, a personajes subyugados por sus propias angustias o, simplemente, auténticos asesinos. Hombres presentados llenos de insuficiencias humanas y de traición a su misión. Sin embargo, para todos ellos, Greene desarrolla una trama para que puedan ser redimidos mediante el sufrimiento. Sólo la muerte puede traer la paz. Pero su universo es aun más espinoso, porque la caridad que podría salvarlos es, en sus novelas, extrañamente retorcida. La obra de Greene revela, como pocas, el drama humano que se desenvuelve en el hombre moderno que abraza la fe católica como guía espiritual para transitar el mundo. Revela la intensidad del sometimiento del hombre de fe a los desmanes del mundo moderno, del mundo del siglo XX construido sobre la idea de que Dios había muerto.

 

Notas

  1. Grenzmann, Wilhelm (1963). Problemas y figuras de la literatura contemporánea. Editorial Gredos. Madrid: España.
  2. Ídem.
  3. Vázquez Montalbán, M. (1980). Inglaterra me hizo así. Introducción a El Tercer Hombre. Círculo de Lectores. Bogotá: Colombia.
  4. La Guerra de los Cristeros (también conocida como cristiada o Cristiada) en México consistió en un conflicto armado de 1926 a 1929, entre el gobierno de Plutarco Elías Calles y milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que resintieron la aplicación de legislación y políticas públicas orientadas a restringir la autonomía de la Iglesia Católica.
  5. Grenzmann. Ob. Cit.
  6. Ídem.