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“5 minutos para ser infiel”, de Emilio del CarrilLos hombres que siguen siendo hombres
Reseña para el libro de cuentos 5 minutos para ser infiel, de Emilio del Carril

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Para crear un altar se necesita poco. Acaso algunos efectos significantes, un cierto aire de misticismo y algo así como un ritual que concrete el deseo ceremonial. Yo he preparado mi altar. En él he colocado el efecto significante: la prosa de Emilio del Carril. El aire de misticismo lo otorgan las palabras que el autor ha entretejido afanosamente, dejándonos descifrar el entorno y permitiendo la permeabilidad de otros espacios, otros entes y mundos; acaso otras eras. El ritual tomará lugar en breve: se abre la portada, se separan las hojas, se aspiran los aromas de las páginas, se vierten las sudoraciones causadas por el embeleco de su arte, por el vaivén de la oración tras la oración, por la taquicardia de los temas cavilosamente expuestos, meticulosamente anejados. No hace falta más. Orgasmo de los sentidos es lo que se obtiene mientras se lee, mientras se dilata el desenlace, se acentúan los contornos de esta nueva prosa emiliana. Cuando se aspiran los aromas del libro, se perciben flores medievales por todo el precinto, en especial el olor de las orquídeas.

El lector de nuestros días también quiere tener su altar, y desea en él reconocer y conocer el mundo a través de los ojos de honestidad, de desparpajo, y de desenvoltura de aquel que nos cuenta y nos hace el cuento. Descubrir en los íconos de “la sociedad del macho” que estos machos sienten y padecen, que no son héroes ni villanos, o santos ni mártires. Es el propósito colectivo de moda. No hay ángeles ni demonios, no hay melodrama maniqueísta. Rectificar la imagen “masculina en lo literario” es la tarea a la que se lanza este prosista, y ya tiene a su público esperando. Nos mostrará que no todos son quijotes, ni don juanes, ni romeos. Y de serlo, habrá que estudiarles de cerca las fisuras, los resquebrajamientos, la raja por donde se les derraman las pústulas, las imperfecciones, el pus. Así como no existe David de Michelangelo sin Michelangelo, hoy por hoy no debiera existir el hombre de la actualidad en literatura sin Emilio del Carril.

Del Carril, primer graduado del programa de maestría en creación literaria de la Universidad del Sagrado Corazón, ha creado un rompecabezas entre historia e historia que nos hace guiños de ojos, que nos promete un juego de los sentidos. Ha redactado una prosa que emite y permite intertextualidades con otras narraciones y que el lector astuto irá descubriendo a medida que se adentra en el antiantaño del autor, ése antimedioevo que ya no nos tiene restringida la sabiduría por “la leche de las celestiales doctrinas” de la cristiandad recién nacida. Pronto descubriremos, mientras se lee 5 minutos para ser infiel, que hay otros tipos de leche que se entremezclan, conjugan, se endulzan y pudren cortadas dentro de la maraña de vidas narradas.

Tal como sucedió con la construcción de la torre de Babel, los códices de los protagonistas masculinos de nuestro referencial literario dejaron de entenderse, y necesitaban esta renovación con rasgos de epifanía para que los representantes del género empezaran a comprenderse más. El hombre que quiere seguir siendo hombre se enfrenta al paradigma literario de que muchos han creado una mofa de su esencia. Ya no se reconocen ni a sí mismos en los espejos de estas lecturas; regresan a sus hogares como hombres distintos, con elevados ideales, con diálogos en su cabeza que nadie les ha conversado. Este ser lee sobre “él” y no se registra en las hazañas navales, heroicas, en las vidas alborotadas, policiales o en los crímenes que violentamente se han cocinado para ellos. No es hasta que aparecen escritores como Emilio del Carril, que comienza la desmitificación testosterónica del emblema masculino. El hombre vuelve a verse reflejado en los matices de esas funciones cuando el autor nos los muestra en las acciones de llorar, descorazonarse por la ignominia ajena, deprimirse, reconciliarse, conformarse, cuando no tiene una erección o si guarda el secreto de que le han puesto los cuernos. Es ahora cuando se habla de que un hombre tiene complejos por su impedimento de copular, por lo arbitrario de sus desamores, por el descubrimiento tardío de una sexualidad alterna. Lo que hasta ese momento representaban, lo que atacaban o defendían, ya no lo es, es otra cosa. Esos hombres que quieren seguir siendo hombres, viven en otro mundo. Y es precisamente ese mundo el marco de ambientación de esta obra.

Del Carril, ganador de una importante mención en el Primer Campeonato Mundial de Cuento Corto Oral y premiado también en el Certamen Nacional de Cuento de la Universidad Politécnica y Letras, nos recuerda la tradición de prosa filosa de las últimas tendencias latinoamericanas, un hombre que en sus escritos con marco de fondo de un universo desmembrado, dice lo que siente y como lo siente su ser, sus ojos de hombre, su id. La prosa masculina se reivindica, no plagada de la testosterona bélica, militante, atropellante y violenta con que textos de caballerías, inquisiciones, y conquistados alguna vez se convirtieron en la única opción para el lector ávido. Ahora tenemos frente a nosotros un escritor que si bien escribe desde sus instintos más primigenios y hormonales, lo hace para mostrarnos referentes de actos cotidianos, de lo que le sucede hoy a un hombre que se ha quedado para vestir santos, o un hombre que es el “zángano de la colmena”, uno que se ha quedado en un matrimonio luego de descubrir la infidelidad de la esposa, otro enamorado de un mesías, o al que no le funciona la Yohimbina ni la Viagra. Si Bukowski, el último escritor maldito de la literatura norteamericana, hubiera leído a Del Carril, le hubiera mandado el peor de los castigos por tener el atrevimiento de filtrar estos secretos de guerra que esconden los hombres para seguir siendo “hombres”.

Finalmente, el problema del “nuevo hombre” señalado ya por varios intelectuales en los inicios del siglo XX y su desmitificación en literatura, adquiere hoy toda su importancia. Esto es así porque la sociedad humana se encuentra ante un umbral desmesurado respecto de la historia precedente, lo anterior, lo medieval. Por eso sus aromas, retazos y suculencias todavía nos rondan. Nos arropan. Pero no nos identifican, no nos definen. Lo que nos define es el nuevo rayo de la luz, acaso para una luna negra, lo que nos define es la prosa emiliana con la que inicia este cuento: “No ha sido fácil descubrir mi homosexualidad cuando recién incursiono en los setenta años. Primero porque no estoy preparado para efectuar cambios en mis últimos días, diseñados para los adioses, las enfermedades, el desapego paulatino de la vida, el alejamiento de la realidad, el entumecimiento de las articulaciones, el enmohecimiento de las ilusiones, la espera lánguida y las cataratas que me ayudan a no verme las arrugas en el espejo. Estoy listo para la resignación de sentarme cada día en la sala de espera de la existencia con la única encomienda de no estorbar, y entretenerme con el borroso álbum de recuerdos archivado con desorden en el cerebro. Segundo, porque después de manosear el amor por tantas décadas, la palabra se ha convertido en una flor de las que se usan para adornar los sepulcros olvidados. Tercero, y no menos importante, porque todavía estoy unido a la mujer con quien hace cincuenta años me casé y que de alguna forma se ha convertido en mi sombra”.

Dilaten sus orificios nasales, abran grandes los ojos, acentúen todos los sentidos y dejen entrar el perfume transgresor de las orquídeas medievales de Emilio del Carril. Permítanle tan sólo Cinco minutos. Es todo lo que se necesita para caer en las garras de su prosa.

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