Entrevistas
Gabriel Mantilla Chaparro
“En poesía nada es impune”

Gabriel Mantilla Chaparro

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—¿De dónde vienes?

—Vengo de lejos y de cerca. De una ciudad a otra, de vivir fragmentos en uno y otro lugar. Vengo de Cali, de Bucaramanga, de Ureña, de San Cristóbal, de Valencia, de Caracas, de Mérida, de Punto Fijo, de Santafé de Bogotá. De por esos lados vengo. Son los hitos que demarcan mi camino, mis vivencias, mis angustias y mis esperanzas. Cada ciudad me ha dejado algo en los abisales del espíritu. A todas les debo algo. Esa misma cercanía aleja, esa misma lejanía acerca. Olores, voces, momentos dignos de haber sido vividos, seres queridos que se extraviaron por los caminos del tiempo y de la muerte.

—La poesía, ¿cuándo entró en tu casa?

—Con la poesía fui haciendo mi casa. Una morada sentida y soñada en la cual pudiera recorrer cada cosa vivida como algo extraño, bello, mágico y a la vez incierto, peligroso, acechante que es todo aquello que uno va viviendo, todo eso que se amplía en nuestra alma y se valoriza en la medida en que vamos reflexionando sobre ello. Una realidad imposible de expresar pero con la poesía uno hace el mejor de los intentos. Sólo es necesario ser verdadero, para poder dignificar hechos, seres y cosas que nos sucedieron, suceden y sucederán. Es una firme conexión con el corazón de la realidad. En cierta forma, como dice el Mahavakya o Upanisad, “uno es aquello”. La otredad absoluta, entendido como “absoluto” lo que contiene en sí el corazón de las cosas, lo anterior a ellas y que está por encima de ellas, en los Brahmanes. La poesía está cubriendo y habitando en mi casa. En todas las casas que he habitado, que son bastantes.

—La vida, ¿mañana, hoy?

—La vida de hoy es la de mañana, porque con ella pensamos trascender. Debemos entender ese don como algo que requiere de nuestro empeño para no irse al despeñadero. Vivir no es fácil, ni lo será mañana. En todo tiempo habrá gente que teme, que sufre, que asesina, que se suicida, que pasa hambre, que miente, que lucha. Y eso ocurre en el momento menos esperado, hay que estar listo para actuar y digno para llegar al final con el talego lo más liviano posible. Mientras tanto vivir es lo importante hoy para mañana. Sería muy triste que John Lennon tuviera razón cuando dijo en “Imagine” que “La vida es todo aquello que nos sucede mientras uno está ocupado haciendo otras cosas”.

—¿Cuáles son tus gustos literarios?

—Me gusta todo lo bueno, como dice el bolero. Lo que lea y me conmueva, alegre, me haga reflexionar, me sirva de ejemplo, de admirar, me enseñe otro modo de intentar las cosas en literatura, en el desciframiento sin tregua de este logaritmo de la vida, ya es de por sí declarado de mi mayor gusto. Sea poema, cuento o novela. Sea quien sea el autor, famoso o no o de cualquiera lugar. La Biblia, la Divina Comedia, El Paraíso perdido de Milton, Kafka, Hesse, Rimbaud, Baudelaire, Whitman, Mutis, Track, Palomares, Laura Antillano, Alberto Jiménez Ure, De León Calles, Rafael José Álvarez, Wilfredo Machado, Gregory Zambrano, Víctor Bravo, José Barroeta, Jiménez Emán, Guillermo Thiele, Alfonsina Storni, Olga Orozco, Borges, Bioy Casares, Onetti, Cortázar, Rulfo, García Márquez, Juan Gelman, Briceño Guerrero, Galeano, Montaigne, Calvino, Kundera, Zweig, Dostoievski, Cervantes, Brönte, Camus, Zweig, Byron, Shakespeare, Goethe, Cervantes, Joyce, Homero, etc., son muy especiales para mí, entre muchos otros.

—¿Qué autores han influido en tu poesía?

—Khalil Gibran, Neruda, Vallejo, Whitman, Rilke, Rimbaud, Baudelaire, Martí. Veo en ellos equilibrio interior, desesperanza, plenitud, autoconciencia y esmero en superar los rápidos interiores, rebeldía, lo escatológico, el reto, la duda esencial y el amor por la infancia y por lo propio. Cada uno de ellos aporta algo a esa constelación que es la conciencia, el imaginario, la filtración y el afloramiento del sentimiento poético. Sólo nombro los más inmediatos y para no pecar de inventario.

—El paisaje interior o exterior: ¿cuál es tu preferencia?

—Considero que el poeta tiene bien definidos sus puntos cardinales: por el norte con lo cenital, la cima, por el este con el afelio, por el oeste con el perihelio y por el sur con las regiones abisales, allí donde los peces ya son ciegos, bellos y luminosos, rodeado de monstruos nunca imaginados que hacen temblar las aguas densas durante un largo rato con un solo alarido. Por eso al poeta yo lo llamo “astrobuzo”. En astrofísica, cuando el cometa pasa cerca del sol está en el perihelio y cuando se halla en el punto más lejano es llamado afelio. Así son, también, los puntos cardinales de la poesía.

—Cuéntame un poco de tu región de origen.

—Son muchos los sitios del origen. Son tantos los lugares donde uno se mira un día con la mejor mirada, con la mayor profundidad y lo más inteligentemente que puede, quiere o le sale mirarse. Ahí está el sitio del origen. Una vez le preguntaron a Onetti sobre la Patria, después de largos años de autoexilio. Y respondió: “La patria de un hombre son las mujeres que lo han amado a uno”. Pasa igual con el origen. Alguna mujer nos da a luz al comienzo y otra mientras vamos viviendo. Ya en todo caso hablé de las ciudades que me habitaron.

—Una anécdota.

—Dejé los estudios por un tiempo, realmente asqueado de profesores mediocres, aburridos y autoritarios, reprobé el tercer año y decidí viajar pidiendo cola. La gente era generosa y sana, daban el aventón y uno tenía el placer de conocer gente y lugares interesantes. Lo único malo es que no existían cajeros automáticos ni la banca estaba desarrollada, era más bien tímida y poca gente tenía una cultura bancaria, muchos cobraban en sobre. Una transferencia duraba hasta veinte días. Era terrible, pedía uno un auxilio y cuando llegara ya uno estaba muerto. Así que la primera vez que salí me dio la cola una pareja muy agradable. Me preguntaron adónde iba y yo les dije que a lo más lejos que llegaran en cualquier dirección. Me dijeron que iban a un lugar en Portuguesa. En el camino me brindaron cerveza y cigarrillos, así como la comida. Tenían una finca hermosa, con muchas cabezas de ganado y caballos. Mi trabajo era lavar los caballos, traer el heno, limpiar y llenar los abrevaderos. Empezaría el lunes siguiente, era día viernes. Me ubicaron en un establo con otros seis hombres pero cada uno cómodo, pues era grande. Abrí mi morral y me puse a leer a Walt Whitman, Canto a mí mismo. Era temprano aún, y leí largo rato. Cayó la noche y me dispuse a descansar. Los hombres no me decían nada pero me observaban fijamente como con extrañeza, desconfianza y atención sin disimular. Me acosté como a las ocho. En la madrugada escucho un sonido pesado, seco, amenazante, como de cosas que caen sin interrupción. Al principio creo estar soñando pero pronto me doy cuenta de que estaba sucediendo algo extraño. Los hombres salían corriendo hacia fuera del establo. Uno se acercó y me dijo: “Empiece a trabajar desde hoy, compai ñerito”. Salió corriendo y le seguí. Los hombres traían enormes bultos para el establo. Desde el cielo caían decenas de bultos, casi treinta de algo que de entrada supuse no lícito y sí muy peligroso. No sabía de qué se trataba. Ese día pude ver tanta marihuana como para fumar en cientos de vidas. Me asusté pero me llamaba la atención que fuera una planta, algo natural, sin intervención humana, cosa de Dios, que fue el autor de todo. De la mujer, de la serpiente y de esa mata extraña que todo lo hacía temerla y anhelarla por parte de mucha gente que conocía. Al día siguiente, después de haber dormido con molimiento, el amigo que me trajo me dijo: “Has visto algo que debes mantener en silencio, te quedarás por tres meses mientras se entrega la mercancía y luego podrás irte. Si hablas algo te matamos”. Me hizo jurar que cumpliría mi palabra. Fui el mejor recogedor de heno, lavador de caballos y alimentador del abrevadero que jamás haya trabajado en esa finca. Cuando llegó el momento de irme le entregué el libro de Whitman a su mujer delante de él y les dije: “Para donde yo vaya ustedes lo sabrán, nunca diré nada, pero si no confiaran en mí les será fácil encontrarme porque donde yo vaya iré dejando siempre un libro que haya leído”. Espero que algún día sepan dónde estoy, cuando vean que ahora escribo algunos. Yo respeto la vida y tampoco voy a dar pie para que me la quiten. Pero por la Patria no garantizo nada. Tenía entonces 17 años. No molestaban tanto a los menores las autoridades y cuando sucedía algún abuso contra ellos, casi siempre eran los policías y guardias los culpables. Seguí mi camino. Salí a dar una vuelta pero quería saber que algún día iba volver a donde mis padres y hermanos, pues amé la vida familiar siempre.

—¿Algo que recuerdes te haya marcado?

—La enfermedad de angina de pecho de mi padre, el asma, forma en que morí muchas veces, y la noticia en plena madrugada de que habían asesinado al menor y más gozoso de mis hermanos. Así como la casi pérdida de dos de mis hijos, de mi esposa y mi persona. La salud no ha sido nuestro fuerte. Estamos sanos la mayor parte del tiempo pero cuando nos enfermamos no es cualquier cosa, es algo que obliga al cuerpo a tocar la campana. Tremendo eso. Pero tenemos la oración y la poesía para ver el camino. Y la mejor armonía posible, tanto interiormente como con los demás. Es lo que los griegos llamaban “ortopraxis”, o sea, la elección de un bien concreto: la paz, el amor, la solidaridad.

—¿Dios para ti?

—Cuando era muy joven, como aquella época en que llegué a la finca de que te cuento, no creía en Dios. Sólo me interesaba vivir experiencias, fundirme a la vida, conocer, explorar, buscar algún sentido. No pensaba en Dios, no dudaba de él, por tanto. No era mi tema. Cuatro años después conocí a mi esposa Nancy Mervarid y ella me hizo conocer la fuerza de la idea de Dios, la necesidad de tener a Dios siempre invocado y cercano a nuestra realidad. Y me ha resultado un hermoso modo de asumir que uno no es nadie ante todas las cosas creadas, incluso uno mismo. No me interesa el misterio de la salvación, sino del diálogo con la idea más poderosa de toda filosofía: la presencia de Dios. Pedirle que se manifieste es como querer meter un mar en un río. O como el fulgor manifiesto de un “instante eterno” en nuestra medida temporalidad. Creo y es bonito tener fe. Además la Biblia es un hermoso libro. Me interesa el estudio de las religiones, esos imaginarios del espíritu.

—¿El diablo?

—Es el principio, el irracional motor que mueve a la maldad y a los malignos, aquellos seres que no se acuestan conformes si en el día no han dañado a alguien, si no han invadido algún país y llevado la desgracia; el fortalecimiento de la dimensión de lo maligno en una dimensión superior a la nuestra, por parte de quienes en la realidad ejercen su vida en forma espuria, cínica, sin escrúpulos. Hay muchas formas para conocer el diablo.

—¿Desarrollas tu escritura alejado de los círculos intelectuales o intercambias con ellos?

—Preferiblemente sí, lejos de los círculos intelectuales. No me muevo mucho por ahí y lo lamento porque dejo de vivir cosas interesantes, tengo muchos amigos allí, muy talentosos, cuya obra estudio, pero no me interesa el bullicio, el banquete, el brindis, aunque hago buenas excepciones. Me disgusta cierta informalidad para incluirlo a uno en los programas que hacen. Me quejo del mundo cultural, sobre todo literario, en su promoción y publicación de obras para especificar y los dirigentes son muy cuestionados. Eso ocurre en una ciudad como Mérida y es muy lamentable que así sea.

—¿Cuál es tu opinión sobre los talleres literarios?

—Son la machera, como dirían en Bogotá, es una experiencia interesante, entrar en contacto con otras gentes y con la naturaleza y la fuerza de tus reflexiones y vivencias, con tu interior y manifestarlo, describir cómo nació en ti, cómo se transmite, cómo se degusta o se padece, qué nos trae, qué nos lleva hacia el poema. Conoce uno allí una cantidad respetable de jóvenes y no tan jóvenes que llevan dentro de sí la gran savia de la poesía, de la narración. Llegarán a la conclusión de que lo sobrenatural también está inscrito como un tatuaje en la existencia humana. La poesía parece serlo a veces. Es preciso identificar bien la vivencia poética.

—La muerte: ¿tema de tu poesía?

—Es inevitable. “La vida es pura muerte que anda luciendo”, nos dice Borges en su “milonga”.

—¿Piensas en el poema o es aluvional su llegada?

—Ambas cosas. Observo mucho el escenario donde se mueve mi poema, por mi tendencia a narrar. Pero lo esencialmente poético, la atmósfera, los tonos, lo profundo, lo remoto, lo visible, lo presentido, va directo a enriquecer la hacienda del poema. Siempre tiene que ver cada poema con vivencias muy inquietantes a nivel de poesía, reflexionadas, sentidas, vividas y vibradas con intensidad. En poesía nada es impune. Ningún poeta goza de impunidad.

—¿Religioso?

—Digo mis oraciones, escribo mis propias oraciones, tengo un libro titulado Almendra mística para ese tipo de escritura. Creo en Dios como dije. Nunca voy a misa; algunas veces con mi esposa, a bodas, bautizos, pero no soy un asiduo visitante del templo, ni me gusta rezar en público ni en coro.

—¿La oración para ti?

—Es toda la poesía que el alma puede expresar para hallar el sentido de la existencia misma. Son las más bellas palabras en un solo momento que salen a volar para unirse a lo absoluto, a Dios.