Artículos y reportajes
Cuatro notas

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“Narciso en la fuente”. Fresco hallado en las ruinas de PompeyaJoven, efebo inmortal

Cantó un día Darío: “Juventud, divino tesoro”, piel tersa y tierna que nunca quisiéramos hubiera caído, cualidad inherente sólo a los ofidios. Edad florida, plena de ilusiones, capullo siempre a punto de abrirse en alas de colores. Camino llano para recorrerlo desnudos, con lluvia o sol, de la mano del amor y del viento. Edad de los sueños, de la ensoñación, los suspiros, enrizando con el índice y el medio los cabellos y con la vista flechada a las estrellas. Etapa sin medida para forjar ideales, para dominar y cambiar el mundo.

¿Quién no fue joven y quisiera retroceder? ¿Quién no tuvo en su cuarto música, afiches de sus íconos y detrás de la puerta el retrato grande de su amada? ¿Quién no guardó en secreto el poema, la foto, el mechón de cabellos, el pañuelo enlagrimado?

Nos vestíamos a la moda para gustarle a la persona de nuestro corazón. Cantábamos fuerte al calor de un sorbo de aguardiente o de cerveza hasta reventar la garganta. Y al viento no le dolía la oreja. Íbamos en camioneta o camión, echando dedo o en tren o a pie. No importaban la hora ni los zapatos rotos. No valían las rabietas de mamá ni las deudas ni los robos furtivos. La cita estaba esperando a cuatro esquinas o en el pueblo vecino. La suerte se echaba y el ansia de cumplirla hacía que los pasos volaran decididos.

En nuestro embrujo juvenil, cuántas gallinas salieron asustadas de sus nidos y en el colegio cuántos huevos rompimos sobre la cabeza blonda o ensortijada. Cuántos besos robados, con lengua o sin pausa, cuántos pliegos de block rotos jurando un amor medioperdido. Cuántas noches de baile hasta la madrugada, con cocacola y compañía de la novia hasta donde los suegros. Y cuántas mentiras y cuánta imaginación para arreglar el pastel de la tardanza. Cómo pusimos alas a un caballo para cabalgar los árboles y el aire. Cuántas flores deshojadas, cuántas promesas y cuántas lágrimas. El camino quedó regado como un río, a borbotones cabalgaban los deseos y las piedras sonaban como música.

¡Ah, juventud esquiva! Cómo pasaste tan en puntillas y apenas dejaste el rastro en los rincones. Miro a los jóvenes y no los reconozco casi. Pasan los jóvenes y nos miran y escudriñan qué hay detrás, allá en el fondo de nuestras ojeras. Por si algo de ellos encuentran en nosotros. Y salen corriendo porque la vida es corta y el gozo debe ser largo. No se puede perder el tiempo contando las arrugas de los días.

Los ojos brillan, el movimiento es rápido, la sed es infinita y la sangre busca salida como el agua por los diques. Eso es ser joven. Hinchar el pecho y suspirar sin fondo, mirar el mundo y querer tomarlo a bocanadas, empezar el rumbo y caminar como el gigante a las zancadas, porque el porvenir está más allá esperando con afán. No hay tiempo y la reflexión estorba, un manantial de sorpresas se abre ante la vista y el alma se sale por la boca a beberlo y agotarlo.

Juventud es abundancia, es salto al abismo, en riesgo extremo, hálito ilímite, mirada de animal de mil pupilas, voluntad a prueba de noches y trasnochos, es un apretón eterno de manos y de abrazos, es entrega como aquella de Julieta con Romeo, que los hizo capaces de beberse hasta el veneno de la vida.

Juventud es promesa, es realidad, es presente, es flor que llama a las abejas, es fuente y es delta de río con ansia de convertirse en mar.

 

Maquiavelo recargado

Nos imaginamos a Maquiavelo de casaca larga, un poco escaso de cabellos, de nariz afilada, fino, con sonrisa de cínico a punto de lanzar la carcajada. No conoció las limusinas ni mucho menos el raudo eurotrain que recorre las campiñas italianas, pero sus escritos volaron más veloces por entre barones, condes, príncipes y tiranos. Fue su pan en todas las comidas y su moneda en todos los negocios.

De su época a la nuestra sólo hay quinientos años. Realmente poco para estar tan vigente. Parece que su obra política hubiera salido de prensa ayer no más. Me late que nadie nunca ha escrito ni escribirá jamás una obra que supere en describir con tanto tino el perfil del gobernante y sus colaterales. Bien se había fijado en el modelo a quien admiraba, como el pintor delante de la dama que desnuda.

El Príncipe fue pensado sobre el molde que gobernaba a la sazón. César Borgia, el de la rica y potentada familia italiana más corrupta. Hijo de Alejandro VI y hermano de Lucrecia y Juan. Acumuló en sí todos los títulos políticos de su época. Fue conde, príncipe, duque, condottiero, gonfaloniero, capitán general y hasta rezaba y comulgaba como cardenal. Sabemos de sus gustos y placeres, de sus crímenes y fiestas, de su frialdad y desenfado. Calculador, autoritario, viajero y amante de la conquista de ciudades.

A Maquiavelo le quedaba muy fácil apuntar aquellos procederes y hacer un listado detallado de lo que en adelante sería el “manual del gobernante”. ¿Bonaparte lo leyó? ¿Quizás Hitler, Mussolini, Idi Amín, Sadam Hussein, Gadafy, mi tocayo Galtieri en Argentina y Quadros en Brasil?

El Fin supremo del Poder es lo que vale. Todos los demás valores deben ceder ante el Estado que ostenta la máscara del Poder. Algo así lo había prefigurado el Rey Sol, Luis XIV, cuando se proclamó con aquel estereotipo: L’Etat c’est Moi, el Estado soy Yo, con mayúscula y majestad. Como un kickboxing en los cuadriláteros más cruentos, la ley es: “todo se vale pues la meta es vencer por la fuerza o por el fraude”. Y se acuñó la suprema consigna de la política moderna: El Fin justifica los medios. Que en palabras más simples se reduce a olvidarse de toda moral. Se reduce a decir que para el príncipe vale más el Poder y el Dinero que la vida de la gente.

Los que quieran ser príncipes deberán tomar este santo catecismo para hacerse amar o temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, reemplazar las leyes antiguas por las que convengan a sus propósitos, fomentar amistad con otros príncipes que lo favorezcan. No deberá explicar sus mandatos y se hará obedecer argumentando razones de Estado. Son las maquiavélicas recomendaciones de El Príncipe en cuestión.

El brillante Maquiavelo a esta hora debe sentirse feliz pues no cayó en el abismo del Olvido. Un lento paneo de cámara escondida nos permitiría vez los primeros planos de las reuniones del príncipe con sus asesores y ministros. Las risas y guiños a cada una de las ocurrencias para entrabar o aprobar, según el caso, un proyecto de ley o una medida económica o salarial. Y después volverlo demacrado a ver cuando se promulguen a través de solemnes comunicados.

Si alabamos el oportunismo del famoso Nicolás con la descripción de las estrategias que aconseja a los príncipes, no podemos irnos orondos sin maldecirlo por esta obra que no calificaremos de maquiavélica sino de diabólica. El Mefistófeles de Fausto no pudo mostrar más su cola que cuando el príncipe alza niños, bendice a manos llenas y habla al oído de las dulces Margaritas. Pero que confabula adentro en su casa. Príncipe y Mefisto cruzan miradas y una sonrisa con sabor a insidia se esboza en sus bocas.

Preciso es decirlo, Maquiavelo fue víctima de su propia fórmula. No obstante haber dado lecciones a su Príncipe fue apresado, torturado, a cambio. En las luchas con su sucesor el papa guerrero Julio II, los Médici lo sumieron en sus prácticas proclives. Así paga el diablo a quien bien le sirve. Lo grave del caso es que la implacable Historia lo repite.

 

“Baño turco”, de Jean-Auguste-Dominique Ingres¿Usted las prefiere ardientes?

El fuego, el peligro, el abismo, llaman al pariente del juguetón primate como a la polilla de alcoba. Como si en las llamas estuviera un genio o un hada o un misterio nos esperara. Hubo otra frase también de publicidad que dijo que los hombres las prefieren rubias. Eso quedó para los cineastas y los estudiosos de la psicología. Algo en común tiene el estereotipo de los pirómanos que se mueren por imitar a Nerón.

Creo que en los tiempos que corren, va siendo un axioma que nadie vende si afuera la envoltura no dice que encierra algo caliente o tronante. Que es bebida energizante, que la pila es AAA, que la pepa es de alto vuelo, que la pastilla te pone a trepar paredes. Eso lo aprendieron muy bien publicistas y escritores. Ya lo sabía el inventor de la pólvora y el huracán Catrina. Nada es mejor para llamar la atención que el ruido y el escozor, el estampido y la sangre y “las topless” sin condón.

Sí, me replican los jóvenes. Los tiempos cambian. Ya no hay Cervantes ni Dantes. Mucho menos un Neruda o un juglar que vaya por pueblos echando sus versos como miel en colmenar. El mundo cada vez es como el mar, abierto y revuelto. Ya es no época de pulimento ni de hablar de un “jogo bonito” —como se quejan de su fútbol los cariocas hoy. El idioma es cambiante como el humano y se parece a quien lo habla. Es zafio y quemante. Atrevido y burdo, como el de una película de guerra o de droga. El modelo es el matón, o el traqueto o el portero de antro o burdel. Esa es la moda y está muy “in”.

Se quedaron solos el viejo Quijote, el patético Hamlet y hasta Ernesto se quedó sin nombre. El Cantar de los Cantares o las quejas de Job, las golondrinas de Bécquer ya no volverán. No hay quien oiga estas voces porque el corazón se acalla con tanto trepidar y con tanta leña en la puerta del horno. El oído se quedó mudo ante tanto ruido y el silencio se escondió rendido.

¡Fuego, fuego!, claman en la TV las cuñas como mil sirenas. —¡Miren la novela y copien las costumbres de última moda! ¡Fuego, fuego!, claman los libreros. —¡Vengan a la feria que el escrito llega! ¡Lean los relatos de lenguaje “cool”, calientes, calientes, como pan recién cocido en el phorno!

Cosa es de volverse locos —y de no creerla—, decía Marroquín. Hoy los diarios escritos son un bastión extraño de una lengua limpia, aunque sus autores escriben de carrera. Pero se están acabando los “suplementos literarios” y se han trocado por comentarios de cocina, turismo y farándula. Sin embargo, aún podemos hoy comprar, sin pudor, el humilde periódico y leer las crónicas de un mundo que pugna por no morir ardiendo de envidia, bala y porno.

Aclaro. Yo las prefiero a ellas ardientes, o sea, voluptuosas, femeninas, expresivas, conversadoras, dignas, trabajadoras, tiernas, firmes, coquetas, ya sea en la cama, en la mesa, en el restaurante, o en la fiesta. Con su piel tersa, suave, a veces fría —para el contraste. Apasionadas, creativas, echadas para adelante. Mas no agresivas, groseras, machonas, gritonas ni histéricas, ni mucho menos adictas o con revólver al cinto. Ellas tienen que ser la medida y la flor del mundo.

 

¿A qué edad maduran las manzanas?

Biólogos, jardineros y agricultores se han preocupado de conocer el proceso que sigue la semilla o el injerto en el desarrollo de las plantas, según como la criatura se programe. Ya sea en tierra, ya sea en invernaderos o en laboratorio, por mero experimento. La naturaleza ha sido generosa con el hombre y, por lo general, las plantas que dan frutos para el alimento lo hacen en relativo corto tiempo. No hay que esperar largos años para que la cosecha llegue.

Los manzanos deben ser adultos para empezar a dar su fruto. De ahí en adelante, con abono, mucha agua e higiene profunda el ciclo de vida productiva puede ser muy largo. Si hay descuido, llegarán gusanos, piojos, hongos y se dañará la floración y la calidad del fruto. La naturaleza también se rige por mandatos.

La edad de la manzana deviene de la adultez del árbol de que pende. Como dice el aforismo, no se le pueden pedir peras al olmo, ni a un manzano joven que nos dé cosecha. La calidad de las mismas dependerá de los cuidados siguientes.

Así el escritor. La naturaleza es sabia y nos da lecciones. ¿Cuándo es la edad en que un texto es sabroso, jugoso, y provoque leerlo? Cuando su autor se demuestre educado, podado, regado, abonado y listo para dar fruto. Un árbol grande en frente no sirve para justificar la arboleda que sigue. Cierto, se cuenta de Juana Inés que a los tres añitos compuso un escrito. Y, en general, todos podríamos contar, inocentes, que a los 15 años llevamos un diario o que llevamos un ramo de flores a la novia con un poema hermoso. Ahí pudo estar la siembra. Pero hubo un día en que nos sentimos grandes, capaces y ofrecimos la primera cosecha. ¿A qué edad?

Como el manzano, llegaron lecturas, borramos errores, ensayamos de nuevo. Leímos los clásicos, probamos de nuevo, nos miramos al espejo, descansamos un rato, nos cambiamos de vestido, ajustamos el paso... hasta que debutamos. Se fue formando un estilo, dejamos a un lado los caprichos de escribir como otros, y ¡oh!, ¡nos dimos cuenta de que éramos nosotros! Con la seguridad que da la inversión en lecturas, el ejercicio constante de redacción, la corrección idiomática, buen manejo de la dicción, y dando oídos a la crítica que llega, el escritor consigue su estado de adultez. No es cosa de un año, ni producto de publicidad en la prensa. La calidad literaria no es un fruto espontáneo. Ni un producto que se elabora en un garaje, se envuelve en lujoso empaque y se pone, luego, en venta.

Muchas universidades cortan el paso al saber, limitan el ingreso hasta cierta edad para maestrías y doctorados. Muchas convocatorias para exponer la literatura exigen determinada edad. ¿Desde cuándo y hasta cuándo es la edad productiva para escribir? Cervantes hubiera quedado por fuera a sus 56 años, si alguien hubiera pensado que después de tal edad es imposible imaginar, crear, volar o representar a un país. ¿O, antes de los 20 nadie puede procrear o escribir?

¿Desde y hasta qué edad a los creativos de una empresa los pueden tachar o aceptar? ¿Es tan importante la edad? ¿O es más relevante la solidez y la calidad de la obra?