Entrevistas
John Jairo JunielesJohn Jairo Junieles
“Todo lo que escribo es sobre algo que he perdido”

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Escribe como si filmara una película. Con la cámara vertiginosa de quien indaga en el otro lado más allá del paisaje. Sus palabras nos llevan al límite de lo inesperado, del absurdo urbano y de las iluminaciones y decadencias del ser humano. Su obra se enriquece con diversas vivencias que provienen del cine, la música, la literatura universal, la cultura popular y la tradición oral del Caribe colombiano.

Mientras más reafirma el patio enlunado de su aldea natal, más abraza el universo complejo de aquel niño extrañado de llevar el nombre de un hermano enterrado en el corazón del patio. Cada vez que se acuerda, piensa que su hermano no ha tenido el privilegio de ver su propia sombra, de contemplar el cielo bajo la luz de los naranjos. Sus palabras son también el reverso de ese vacío.

Junieles nos dice: “Siempre he visto mucho cine, me la paso imaginando versiones nuevas de las películas que veo. Fue el cine lo que me llevó a la literatura. Si Manuel Puig tuvo su Rita Hayworth, Cortázar su Glenda Jackson, y Cabrera Infante una larga lista, yo tengo las mías: Vanessa Redgrave y Nicole Kidman. Cuando estoy triste me meto a un cine, y recuerdo que en alguna guerra un soldado se hace el muerto para seguir viviendo. Blue Demon fue mi último disfraz de día de brujas en 1978”.

Para él todo lo escrito hasta hoy son como dibujos en el agua. Se recuerda a los seis años, gritándole desde la ventana, a la gente que pasaba por la calle. Se recuerda a los siete lanzando cosas por la ventana y a los ocho lanzándose él mismo por la ventana. Es el mismo niño con cara de viejo asiático que hace veinte años vino al periódico con un cuento debajo del brazo. Pero más grande y con un ingenio creativo para juntar las palabras con la intuición de la música.

Ese es John Jairo Junieles (Sincé, Sucre). Con siete libros publicados a sus 36 años, cuatro poemarios: Papeles para iniciar el fuego (1993), Temeré por mí al final de estas líneas (prosa poética, 1996), Canciones de un barrio en la frontera (2002), Viajero con pasaje a tierra extraña (2007); una novela, Hombres solos en la fila del cine (2004), la antología Alfabeto del fantasma (2007), y su más reciente libro de cuentos: Con la luz que me queda basta (2007).

Es uno de los 39 escritores, menores de 39 años, más representativos de las tendencias actuales en la literatura latinoamericana, escogidos entre 200 nombres postulados, a partir de la convocatoria Bogotá 39: capital mundial del libro. Ha vivido en Banff, un pueblo en las montañas de Canadá, y en Nueva York (“cuando vi Times Square por primera vez, tuve asombro y miedo, sólo pensaba en lo lejos que estaba del patio de mi casa”). En la actualidad reside en Bogotá, y estará en la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

—¿De qué manera su inclusión en Bogotá 39 repercute en su experiencia personal como escritor? ¿Qué significado tiene en este instante de su vida?

—Es un estímulo que conlleva un compromiso significativo. Hay gente que nació para salvar vidas en un hospital, para otros la vida es construir y pulir sillas, sembrar la tierra, vigilar la entrada de un banco, cocinar. Hay quienes eligen obtener dinero a cualquier precio; a costa del dolor ajeno. Todos esos actos tienen un íntimo sentido para cada quien. Yo, por mi parte, intento contar lo mejor que puedo las historias que se me ocurren, y que me siento impulsado a contar. Ojalá este proyecto me ayude, de alguna manera, a tener tiempo para seguir leyendo, ver cine, investigar temas y personajes que me obsesionan, y escribir, tachar y rescribir.

Creo que Bogotá 39 es un reconocimiento a todos aquellos que insisten en detenerse en medio de la calle a escribir cosas en papelitos, esos obstinados en poner una palabra detrás de la otra, para contar historias que tal vez sirvan de compañía o consuelo para alguien, ese alguien que lee, escucha música, o ve una película para sentirse menos solo, mientras hace frente a sus dilemas personales.

—¿Cree que estamos ante una nueva generación de escritores?, ¿qué singularidades cree que tienen los 39 escritores escogidos?

—Son más las cosas que unen a estos escritores, que aquellas que los separan, por eso la categoría de generación, en este caso, me resulta comprensible, y ojalá adquiera más sentido con el tiempo.

Naturalmente, no conozco a todos los escritores de la lista, pero en aquellos que he leído, identifico la preocupación por contar eficazmente una historia, como si siguieran la máxima del periodista literario Alberto Salcedo Ramos: “Todos los estilos son buenos, menos el aburrido”.

Esta lista no acaba en estos 39 nombres, hay una muchacha a quien acaban de romperle el corazón, y está encerrada en su cuarto escribiendo una carta con hermosas líneas que nunca leeremos. Ella no lo sabe, pero también hace parte de los que creen que al contar una historia, algo se está salvando en este hermoso y horrible mundo.

“Con la luz que me queda basta”, de John Jairo Junieles—¿Qué escritores de América Latina o del mundo siguen ejerciendo en usted fascinación, influencia o sencillamente, un punto de referencia en su formación?

—Son tantas las cosas imperceptibles que influyen en uno: un recuerdo inesperado, una canción en la radio, la unión de imágenes sin aparente relación, la conversación con una amiga. Por el lado libresco, siempre tengo cerca algún ejemplar de Borges, Vargas Llosa, Alfonso Reyes, Faulkner, Onetti. Toda la poesía de César Vallejo y Edgar Lee Masters, el periodismo de Gay Talese. Capítulos de series de la tele como Dimensión desconocida (The Twilight Zone) y películas de Fellini, de Sica, James Ivory, Woody Allen, Scorsese, Tarkovski, y últimamente Guillermo Arriaga.

—¿De qué forma ha afectado en su escritura y en sus ficciones, la realidad tormentosa de Colombia? ¿Qué aspecto de esa realidad del país le interesa narrar o poetizar?

—Lo que en realidad está en juego aquí es nuestra condición humana: nuestra capacidad de compasión hacia los demás, que va más allá de una tradición judeocristiana, pues de acuerdo con muchos biólogos, es esa compasión lo que realmente nos diferencia de los animales.

Esta es una sociedad civil atrapada en medio de una guerra entre violentos grupos de poder. Todas esas vidas inocentes, atrapadas en esta debacle, deberían aparecer en nuestros cuentos y novelas, su tragedia y su esperanza. Pero antes debemos aprender cómo hacerlo sin caer en el panfleto, cómo contar los dolores ajenos como propios, y las alegrías ajenas como nuestras. Al mismo tiempo no desamparar nuestros fantasmas personales.

—Hay escritores que sienten y piensan que su misión no es solamente escribir bien, sino trabajar de manera humanística y activa en un mundo mejor. ¿Qué piensa de eso?

—Aquellos escritores que se pretenden activistas sociales, que apuestan por relatar límpidamente situaciones que reflejan directa o indirectamente la crisis del país, suelen ser aquellos que escriben sin mucho atractivo. Si al leer uno de mis poemas o historias, una sola persona se siente acompañada, y cree que el mundo tiene más sentido que antes, entonces habré hecho una revolución.

—¿Qué experiencia personal, fantástica, extrema o epifánica ha tenido usted que quisiera narrar?

—Casi todo lo que he escrito es sobre algo que he perdido, en ese sentido, quisiera escribir una historia a partir de mi hermano muerto al nacer, que se llamaba como yo, y que mi familia sepultó en el patio de mi casa en Sincé, Sucre, en el Caribe colombiano. Ya hay un cuento corto donde me aproximo al tema, pero espero desarrollarlo todavía más. No es con las palabras, sino con los silencios que damos forma a lo impronunciable. Es misterioso este hábito de forjar palabras como espejos, donde los hombres descubran en otros aquello que se ocultan a sí mismos.

—Si el mundo acabara en 48 horas y le permitieran llevar 7 libros cuáles llevaría?

—El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. Luz de agosto, de Faulkner. Los cachorros, de Mario Vargas Llosa. Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters. Una antología poética de Borges, y una antología personal de cuentos donde estén: Un lugar limpio y bien iluminado, de Hemingway; La fuerza humana, de Rubem Fonseca, Adiós, hermano mío, de John Chever; y muchos cuentos de Ribeyro, Bashevis Singer, Ambrosio Bierce, Capote, y el maestro Onetti.