Letras
Lluvia negra

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Se mira en la espuma y retoca sus labios adultos. Es noche de umbrales abiertos, de gente que llega al puerto con una luna en cada fémur. Ella, la mujer que regresa, toca su rostro y baila. Sus pies son brújulas celebrando el camino.

 

Estaba el cielo con un cigarrillo en las manos. Estaba ella flotando en su alma nocturna, cantando una y mil veces desde su piel que fue tejida con lluvia negra.

 

La intención es hallar un lugar entre las rocas. El punto exacto, el ángulo desde donde todo se repita y ella pueda obedecer a la memoria: primero dar tres pasos hacia el péndulo y escuchar un latido con arena blanca; luego viene la huida, la lejanía que nos enseñan los besos de la nube.

 

Una voz dijo “Obedece al fulgor de la tierra. Ejecuta la danza secreta de los tres pies. Recupera las notas muertas y dime desde tu sangre cómo tocar el Jarabe Gatuno”.

 

Vuelve fugaz el recuerdo, el apego a la bahía. La madre la abrazaba contra el pecho mientras ella recién nacida inventaba uno a uno los compases de su llanto.

De pronto se aclara: su vida fue siempre un mismo rostro, alumbrado cada vez en horas distintas. Es la misma niña que nació en la playa. Su mano y la de sus hermanas sabe a leche de coco, a hechizo, a máscaras de elefante, a carabelas del norte y fiestas de parroquia.

 

En el principio fue la risa, la plegaria imitando al orgullo de las flores. Que el mundo conserve al origen; que ella se disfrace de niña virgen y nos embruje con los ojos cerrados.

 

Un pez duerme entre sus vértebras. Ella se desliza tranquila junto a la marea y sigue al inquilino. Se despide por un instante del danzón y las palmas en el fondo. Duerme también, esperando a que el silencio acabe la metamorfosis.

 

Un cuerpo en descanso es una historia infinita.

 

El padre la llama. Apenas comienza a levantarse y a cubrirse de su sueño cuando alguien la mira desde una puerta con la mano en el rostro. Tiene los dedos mojados y admira sus propias rodillas antes de salir corriendo hacia la nada.