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De Memoria tribal

1. Reencuentro

Desde la melancolía
de los años vesperales,
atravesando el escalofrío
de la desgarradora lucidez,
de sus implacables veredictos,

doloroso, vate, el reencuentro
con todos tus rostros desnudos,
con todas tus máscaras vertidas
a despiadada conciencia de roles
itinerantes en los actos
de un único, interminable drama.

Detrás de los húmedos párpados
entreabiertos en la penumbra,
un ojo atónito mirándose
hacia adentro sin reconocerse,
un nuevo ser recién construido
llamándose con su clara voz
entre las voces desorientadas.

Quiénes, quiénes, desgarrada lucidez,
corazón de la edad vesperal,
quiénes los que conmigo y sin mí,
quiénes los que silueta en la bruma,
los que huellas sobre mis huellas,
los que tantos en la rota unidad,
quiénes, quiénes los que yo y no-yo.

Desde la claridad de la conciencia,
un viajero desde muy lejos
intromisión en los viejos baúles,
y seres de gastadas vestes
jugando su papel de náufragos
en la dispersión de actos y roles.

Desde la melancolía
de los vesperales años,
en la despiadada lucidez
de un ojo en la luz reintegrado,
y desgarrándose en su propia luz.

 

3. Mentira

Mentira la plena lucidez
del entendimiento, el día aquel
en que caballos desbocados
por el filo del precipicio,
y un hombre atrapado en las redes
de las coordenadas del destino,
o inerme en la voluntad de Dios,
enredándose en su grafía.

Mentira su discernimiento
cuando la hora fatal clavada
en todos los fríos relojes,
y aviesos agentes infiltrados
en la torre de control, maquinando
sus fechorías con mis propias manos.

Ninguno de mis numerales,
ninguno de mis fijos dígitos
en ese momento, allí, ni las claves
de mi conciencia pronunciadas,
cuando ya el hecho sindicado
y borrachos mis cinco sentidos.

Débil la ofuscada voluntad
cogida en los hilos de emisarios
a galope por brumosos bosques,
por brumosas regiones disleyendo
su lumen vital, su lucidez
diluyéndose en las tinieblas.

Y por el filo de precipicios
los corceles interfiriendo
la rectitud del ser doblegado,
su integridad de dócil rehén
siendo por usurpadores sucedido.

Y mentira que en estado de juicio,
mentira que voluntad y albedrío
el día aquel, aquellos días
cuando la hora infausta percutida,
cuando el destino sus pesadas redes,
y un hombre sus ajenas fechorías.

 

4. Siglos de piedra

Siglos erraré, siglos de piedra
errará mi perseguida voz
por las calles de Valparaíso,
siglos de frenéticas espinas
buscaré, madre, tu tumba
entre las tumbas, tu lápida
entre las lápidas, tu nombre
entre los nombres que el viento dispersa
por los cerros de Valparaíso.

Siglos de oceánica espuma
treparán mis sonámbulos pies
las escaleras de Valparaíso,
siglos de difundida sal
indagaré a tientas tus huellas
derramadas en la agrietada piel
de las calles de Valparaíso.

Siglos de marejada y fragor,
siglos de tempestades girantes
vagaré, madre, entre la niebla
tras tu presencia de niebla,
cruzaré el vaho frío del mar
en pos de tus dispersos rasgos
por los muelles de Valparaíso.

Siglos de calendarios de sal,
siglos de arrecífico sustento
gritaré, madre, tu nombre
por los distritos de Valparaíso,
siglos de agua de nunca acabar,
siglos de atmosférico derrame
errarán mis pies desnudos
por los guijarros de Valparaíso.

Siglos minerales, siglos pétreos,
siglos de oceánico soplido,
siglos de peces, de crustácea sal,
siglos de indomeñable piedra.

 

6. Elfriede

Elfriede la reencarnación,
Elfriede el desdoblamiento
de fémina por las edades,
con su brebaje prístino
de difusos zumos agrarios
y oceánicos ungüentos.

Elfriede el regreso al ónfalo,
Elfriede la rememoración
de misteriosos ritos
en el tránsito del púber,
en el aprendizaje nocturno
de delirantes senos
sumiéndole en fiebres viriles.

Ella en la tenebrosa noche
del auriga desbocado
en su proteico trigo vital,
ella en el destello crucial
convocando a los inválidos
en el umbral en llamas.

Fémina la congregación
de certidumbres dispersas
en la irresoluta edad,
fémina antorcha centripetal
en la reintegración
de los hijos extraviados.

Elfriede con su brebaje
de prístina luz racimal,
Elfriede con su leche agraria
en la sed del auriga ciego,
Elfriede la reencarnación,
el desdoblamiento atávico
de una mujer en ti dormida,
de una mujer por las edades
con su misterio impenetrable.

 

8. Sopor

En el sopor de las existencias,
un ojo por el orificio
de los inextricables sueños,
un ojo por la cerradura
de la trascámara secreta,
un ojo por la trizadura
de tu conmovida reciedumbre.

Entre ser y no ser el gran augur
con sus utensilios de sumo alquimista,
el gran chamán con su mágica danza,
y cuando en la vertebración del sueño
todas las llaves de pronto reunidas,
entonces ningún auriga muerto,
entonces de regreso los pastores,
y sobre las paredes de las cuevas
los animales en fuga a nuestro través.

Pero un ojo de cáustico búho,
un ojo de penetrantes linfas,
un ojo de supremo hechicero,
un ojo febril, un ojo reunido.

 

9. Escaleras

Mientras mis propios pasos
por la misma, misma escalera,
y en el desván los antepasados
silenciosos en sus daguerrotipos,
arrancados de cuajo de sus epístolas,

mientras mi mano por la baranda
segura, de memoria deslizada,
y el perro ningún aullido,
inmóvil, petrificado en su espanto,
y toda la casona en suspenso
ante el crujido de las tablas gimientes...

Mientras, en fin, el piano ahogado
en su caudal de notas transcurridas,
y los rincones, los dormitorios,
el puente en el aire suspendido,
los cristales arañados por las olas,
los muebles gastados en su ejercicio...

Sí, por la gimiente escalera
mis mismos, mis mismos pasos,
la misma mano deslizándose,
el mismo eco repitiéndose,

y Madre por las habitaciones,
Madre por el salón abalanzada,
Madre corriendo por los pasillos,
Madre preguntando en la cocina,
gritando mi nombre por la casona.

Yo con mis propios pasos subiendo
sin fin y sin comienzo los peldaños,
yo ascendiendo y permaneciendo,
yo trepando hacia la misma puerta,
acercándome sin alcanzarla,

y Madre enloquecida de espanto,
Madre corriendo por las habitaciones,
gritando inútilmente mi nombre.

 

11. Inmaterialidad

Pura inmaterialidad mía,
pura inefable substancia
de uvas intangibles destiladas,
sigilosa a través de mí,
a tientas por un laberinto
de aedas ciegos allí extraviados,
desmesuradamente indefinible,
irreconocible entre los sumergidos.

Tus sutiles labios, a veces,
pájaros ingrávidos en mí posados,
y cuando sus alas de luz lunar
un inaudito revoloteo
de espíritus mínimos reverberando,
un cosquilleo de plumas rozando
mi pura inmaterialidad dormida,

entonces ebrio de besos insignes,
entonces embriaguez de oníricas uvas,
y en mí tu danza de pies diminutos,
en mí tu danza de doncellas
evaporándose hacia el delirio.

Pura inmaterialidad mía,
pura atmosférica presencia
en puntillas por mis galerías,
intangible en tu tránsito de alas
apenas perceptibles en la quietud plenaria
de mi íntima intimidad dormida,

ebrio de tu licor inconsistente,
ebrio del roce de tus labios,
detenerme en el tiempo, tambaleante,
descender al tránsito de aedas ciegos,
y extraviarme conmigo en mi subsuelo,
extraviarme contigo en tu inmanencia,
en tu pura inmaterialidad, poesía.

 

13. Llegar

Llegar alguna vez del tiempo,
llegar algún día de los días
por la niebla marina amortajados,
y abrir mi sorpresiva presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del vacío absoluto
habitado por difuntos y viajeros.

Arribar desde lejos, muy lejos,
desde calendarios deshojados,
desde llantos hacia el horizonte,
desde cartas nunca recibidas,
cruzar el umbral como un fantasma,
soplar el polvo de las alacenas,
mirar el mar desde la ventana.

Alguna vez regresar, de pronto,
detenerme bajo el dintel, llorando,
y acostumbrar los umbrosos espacios
a mi presencia largamente ausente,
a mi silencio anónimo vertido,
a mi entidad de pasos fugitivos.

Y nada decir en el tumulto
de voces antiguas recriminando,
de pupilas airadas acusando,
de manos heridas por el tiempo
tendidas con el perdón a mi rostro.

Llegar al atardecer, borracho
de enormes distancias apuradas,
de oxígeno marino reverberante,
de aromas láricos reaspirados,

y detener mi atónita presencia
en medio de los ausentes congregados,
en mitad del gastado vacío
habitado por difuntos y máscaras.

 

22. Memoria tribal

A tientas por la memoria tribal,
a tientas por el difuso ramaje
de tu árbol testamentario,
y pánico en el corazón.

Pánico en las brumosas raíces
sumergidas en tiempos ácronos,
sumergidas en lenguas bárbaras,
en latitudes que largos viajes,
que meridianos exhaustos, que climas
de atroz nomenclatura en el rudo
diagrama de vientos oceánicos.

Rastreándote en la genealogía
de un animal contra la luz clavado,
olfateando los pasos primeros
de aquellos que en la maternidad
agudos gritos de bípedo opreso
en el capullo de áspero lumen.

¿De cuánta sangre impura, transeúnte,
de cuánto hábito desnudo,
de cuáles divinidades agrarias,
de qué impenetrable follaje?

¿De dónde tu atroz desarraigo
inscrito en los vientos planetarios,
en el agua nómade diasporada?

Por la memoria tribal gritando
nombres apocalípticos hundidos
en la bruma de tiempos ágrafos,
de tiempos ácronos, de tiempos
sin cómputo en la astronomía
de esferas girando en la eternidad.

A tientas por el follaje en brumas
de un árbol de genes conmocionados,
de un árbol de errantes raíces
dispersas en los vientos planetarios,
y pánico en el corazón.

 

36. Lúdica

Lúdica, juguetona poesía,
en la temprana madrugada
tu cosquilleo de ínfimas plumas
sobre mis dormidos párpados,
tus liliputienses dígitos
jalándome de las orejas,
tu sutilísimo aliento
cuchicheándome al oído.

Para tu insaciable sed de acordes,
mi vida una lira insomne
en sí misma precipitada,
tensa en el tránsito imperceptible
de misteriosos dedos pulsándome.

Por tu extensión estremecida
de cifras mágicas tremolantes,
una mano mía y no mía
en sumo trance recorriéndote,
arrancándote cantidad verbal,
fonema astral de acústica euritmia.

En traje nupcial tu desnudez florida
a mí desposada, en mi lecho
de enramada silvestre ofrecida
y nunca alcanzada, nunca alcanzada.

Lúdica doncella ensimismada,
tu doncellez mi lira jónica
en plétora de alfabetos preñada,
deseada por mí, y en mi deseo
púdica tu entrega de vibraciones.

Furtiva, juguetona poesía,
antes que el sol su blonda luz temprana
ya tus senos su hidromiel ofrecida,
ya tus labios su sed de cada día.

 

De Racimos

1. Racimos

Desbordada estampida,
desbordado reguero
de patas prófugas el corazón,
de febriles corceles,
de febriles bisontes
por la inmóvil pradera
remecida de cascos,
de pezuñas, de fechas.

De racimos, esposa,
de una mano oprimiendo
los pezones del otoño,
vaciando en su copa gris
el vino fugitivo,
los fluyentes calendarios,
fluyentes días sin fin,
el tiempo irrecuperable.

Por ese turbio camino,
por ese camino atroz,
con tanto inútil vivir,
con tanto impuro equipaje,
asomado amargamente
a las pálidas festividades.

Nada en derredor,
nadie en los patios ocres
madurando hacia adentro,
perdiéndose en su interior
con inconclusos racimos,
con uvas fugitivas
persiguiendo en el tiempo
estos labios febriles,
este febril corazón
en desbordada estampida
remecido de prófugas patas.

 

8. Rosa

Rosa conflagración,
rosa hoguera vital
reunida en torno
al follaje carnal.

Al torrencial follaje
en rosa encarnado,
húmedo de lágrimas,
alfajorado.

Rosa redención,
rosa humedad nacarada,
unidad en pétalos
disgregada.

Entre el follaje a por ti,
a por tu vertiente,
entre tus alas plegadas
en vuelo ardiente.

Ardiente en la magnitud,
rosa conflagración,
vital hoguera carnal
encendida al azar
para humedad latitud
flameando en rubor.

 

14. Nada más

Era una vida, una historia, un pueblo,
una ciudad asomada al mar,
una casa de húmedas paredes,
la lluvia en el techo, y nada más.

Era una voz de quebrado registro,
una quebrantada voz filial,
y dos vertientes de luz desnuda,
y una mano en la obscuridad.

Era la soledad inmensa,
la casa remecida por la sal,
y un tibio regazo esperando,
y los pasos por la gran ciudad.

Y los gritos quebrados llamando,
y la seca vertiente luminal,
y el destino de los exiliados.
Era una vida, una vida nada más.

 

21. Hasta que el agua

Hasta que el agua remezca,
hasta que los domicilios
del prófugo itinerante
remezcan su patrimonio
de lápidas y sepulcros,
de anónimas defunciones
sin fin consumándose;

hasta que el agua acérrima,
hasta que el agua filial
cicatrice su dolor
de fugitivo perpetuo
por vidas y utensilios,
por retratos y bártulos
transcurriendo intermitentemente;

hasta que el agua otra vez,
hasta que el agua ecuánime
testifique y decrete
un exilio radical
de setas monacales
o lentas estalactitas;

hasta que todas las aguas,
hasta que los domicilios
del fantasmal proscrito
renuncien y capitulen;

hasta que cáscara e identidad,
hasta que intimidad y harinas,
hasta que bártulos, vidas, retratos,
hasta que utensilios transcurriendo
y su funeral patrimonio
de anónimas defunciones...

Hasta que el agua natal,
hasta que su institutriz
remezca el ámbito lunar,
remezca su hogar fugitivo,
estremezca los domicilios.

 

25. Raíz

La raíz regresar,
la raíz reencuentro
con el ser original,
y no reconocerlo.

No distinguir el eco,
no recordar los rasgos
llamando desde lejos,
no acudir al llamado.

Órigo fidelidad,
órigo lazos filiales
con el que en la orfandad,
y bruma sus señales.

Bruma su desolación
por calles nunca vistas,
por la escala del dolor,
y ninguna herida.

Cara a cara contigo
y nadie en los espejos.
Por los mismos caminos,
y cuán polvorientos.

La raíz vinculación,
la raíz paradigma.
El ser en tu interior,
y en la otra orilla.

 

34. Propagación

Incendiaria propagación
de inéditos sonidos
remeciendo el alfabeto
con registros arrancados
del más profundo lugar
en los abismos del alma,

la luz del alba
en el estival solsticio
pálida ante la luz
de misteriosos átomos
desintegrando su entidad
en el prodigio órfico
de la mera pronunciación.

A tu trama remota
de sílaba oracular
en el sueño entretejida,
a tu armazón de efluvios
mágicos entrecruzados,

a tu sagrado espasmo
de vírgenes tañendo
su incendiario instrumento,

mi sonambular ofrenda
de fuego sublime
consumiéndose sombrío
en el dolor de tus llamas.

Incendio de ráfagas,
incendio de velocidades
ocurriendo en mí,
como un crepitar de idiomas
en la hoguera del alba sonando
sus más sublimes sonidos.

Por tu espesura de llamas
mi dolorosa búsqueda
de alucinado cazador
tras tus huellas de luz
en la luz enceguecente.

 

39. Clarividencia

Clarividencia cristal,
cristalina clarividencia
la poesía
envuelta en túnica talar,
huidiza en cadencias
de fugaz melodía.

Lámpara luminosidad,
lámpara luz esplendente
encendida
de misterio oracular,
fluyendo a torrentes
y apenas asida.

Toda su virtud llamear
de desnuda claridad
ofrecida,
y su vuelo parpadear
de alas celeridad
sólo sentidas.

Ráfaga luz incendiaria,
ráfaga lumbre de astros
adormecida
en el espejo del agua,
roto si la sed sus labios,
o apenas decirla.

Clarividencia cristal,
diáfano río sonando
la poesía,
y su veloz parpadear
en tu ansiedad un resabio
de melancolía.

 

49. En ti morir

Morir en tus alas abiertas,
dormirme para siempre
oyendo tu zumbido
de misterioso insecto,
misteriosa poesía.

Caer desde la conciencia
a un sueño de vírgenes
extraviadas en el bosque,
a un sueño de doncellas
gravitando en la niebla
de perdidas cosas.

Mi hogar tu nido incierto,
tu guarida en el sopor
de setas destiladas,
de fresas silvestres
transitando por deposiciones,
por translaciones cruzando
el color de la hoguera,
rubicundas de mineral asedio.

En ti morir sabiendo
que nunca lo sabremos,
que el tiempo una categoría
de aguas inescrutables,
y al fondo de la memoria
tus propios ojos gastados,
tus ojos de color ceniza.

En ti morir sacudido
de ráfagas estelares,
de misteriosa luz astral
pulsando la obscuridad
de mi anónimo instrumento.

Morir en tus alas libres,
morir en tu raudo vuelo
de sueños y translaciones,
de setas multiplicando
su prófuga aparición,
alimentando vírgenes.

 

53. Novia perpetua

Todos los días la sutil presencia
de atmosférica resonancia
tintineando a mi alrededor
su inconfundible gorjeo,
su espectro acústico curvado
en un arco de violín nocturno,
sacudido de polen planetario.

Marcial y nupcial, solemne,
erecta en la invisibilidad
del aire desnudo multiplicado,
tímida, frágil de impalpables alas,
y rotunda en tu advenimiento
de ínfimas sagitas percutoras,
de moleculares dedos pulsando
los atmosféricos hilos del aire,

ay amor, el sutil cosquilleo
de plumas sutilísimas,
o polen estelar espolvoreado
allí donde la trama órfica
su red receptora tendida,
tu misteriosa presencia cada día.

Marcial y nupcial, herido
de aromados pezones exhalando
su láctea maternidad, su trémula
materia impalpable percutida,

qué, si no tu anónima presencia,
qué, si no tu danza minúscula
de minúsculos pies tintineando
a mi alrededor con su adormidera.

Todos los días tu sutil visita
enredada en el aire desnudo
con su hábito de espuma planetaria,
novia perpetua de clara resonancia.