Editorial
La lectura y la culpa

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La escasez de lectores siempre ha sido una preocupación para quienes estamos involucrados en el hecho literario. Se suele esperar que la sociedad, en una época en que los avances tecnológicos permiten prever un futuro brillante, esté rebosante de buenos lectores, pues la idea de desarrollo técnico se asocia al desarrollo cultural. Pero por alguna extraña razón esto no siempre se cumple: la población de lectores siempre será decepcionante, independientemente de factores económicos o técnicos.

Ayer fue clausurada en Caracas la III Feria Internacional del Libro de Venezuela, evento que se venía realizando desde principios de octubre en todos los estados del país y que, aparte del intenso contenido ideológico de buena parte de la producción editorial ofrecida a sus visitantes, sirvió para exponer los primeros pasos que están dando las imprentas regionales. Dirigidas por consejos editoriales compuestos por personas de los mismos estados, las imprentas están dando a cientos de escritores la oportunidad de publicar sus obras. Si la iniciativa no sucumbe al asunto ideológico y se enfoca en la difusión de la creación literaria y la investigación en las regiones, se habrá dado un paso insoslayable en la carrera por desarrollar un contingente lector en Venezuela.

En el marco de la feria fue distribuido gratuitamente el libro Noam Chomsky le habla a Venezuela (Cenal/El Perro y la Rana, 2007), en el que se publican dos entrevistas hechas al lingüista por el periodista Rubén Wisotzki y la abogada Eva Golinger. Allí, Chomsky compara el estado de la población lectora en Estados Unidos con el de países latinoamericanos y atribuye la escasez de lectores en su país a la incidencia de los medios de comunicación y los videojuegos. “Esto es indicativo”, agrega, “de lo que está pasando en el mundo. Cuando era niño, leíamos libros; mis hijos iban a la biblioteca y regresaban con más o menos quince libros y nos íbamos a un rincón a leer. Mis nietos aquí no leen. Tengo, sin embargo, dos nietos que crecieron en Nicaragua y ahora viven en México y leen todo el tiempo. Podemos verlo incluso en las estadísticas: hay un declive muy notable de la lectura y, por supuesto, es un golpe severo a la salud y a la vitalidad cultural”.

Pareciera existir una postura, a estas alturas ya establecida como canónica y que se refleja en las palabras de Chomsky, que da al lector la potestad de censurar al no-lector, una suerte de ser despreciable cuya alma hay que salvar, por su bien y por el bien de la humanidad. El no-lector es un pecador inocente: ha cometido, sin saberlo, el pecado de no leer. El lector, y con él los entes que configuran las campañas de lectura, cree que apelando a la culpa del no-lector se resolverá el problema.

“Esto es indicativo de lo que está pasando en el mundo”, dice Chomsky y tiene razón: leer es, para la mayoría de las personas, una actividad aburrida, una pérdida de tiempo, y eso ha sido así desde siempre. Quienes nos preciamos de tener entre nuestros placeres el de la lectura, olvidamos con frecuencia que hay un enorme universo de personas que al ver un libro piensan en el tiempo que les tomará digerir todas sus páginas, y en todas esas cosas interesantes, productivas o no, en que pudieran involucrarse en lugar de sentarse a leer.

Por mucho esfuerzo que se imprima en las campañas por la lectura, siempre el número de lectores será muy pequeño. Esto no quiere decir que haya que abandonar esta tarea, pero no valdrá de mucho que quienes toquen el tema lo hagan desde la perspectiva del juez que ve en el no-lector una especie de drogadicto cuya adicción es precisamente no ser adicto al libro.