Entrevistas
Jaime Manrique ArdilaJaime Manrique Ardila
Las palabras también quitan la sed

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Entrevista con el escritor colombiano, residente en Nueva York, Jaime Manrique Ardila, ganador de International Latino Book Awards 2007, con Nuestras vidas son los ríos (Novela, Alfaguara, 2007).

Cuando leímos su novela breve El cadáver de papá, descubrimos la voz escurridiza y alucinada de una sombra, que parecía gritarnos desde un avión en llamas. El tiempo ha pasado, leemos hoy a Manrique, y descubrimos alguien nuevo, sobreviviente de sí mismo, que se redime aporreando teclas; con la sospecha temblorosa que su vida también la escribe alguien, desde alguna parte.

Su última novela, Nuestras vidas son los ríos (Alfaguara, 2007), fue escrita originalmente en inglés bajo el título Our lives are the rivers, fue galardonada el pasado 31 de mayo como la mejor novela de ficción histórica en los International Latino Book Awards 2007. El premio, concedido en Nueva York durante Book Expo América 2007, la feria editorial más importante de los Estados Unidos, fue otorgado por Latino Literacy Now, una fundación sin ánimo de lucro que promueve la excelencia literaria dentro de la comunidad de habla hispana en ese país.

Si Vargas Llosa tiene su Flora Tristán, Manrique Ardila ha descubierto para nosotros a una insospechada Manuela Sáenz. Esta novela, ambientada en la geografía de los Andes, narra la conmovedora vida de Sáenz, la célebre amante de Simón Bolívar. En la obra, Manrique muestra todas sus facetas: la de criolla adinerada, talentosa espía, adúltera convencida, atea y consejera y confidente del Libertador, que con su uniforme de coronel y botas charoladas con espuelas de oro siguió a su amante en el campo de batalla.

Manrique ha fraguado en esta novela un inolvidable personaje de ficción extraído de la Historia, recordamos entonces a Oscar Wilde: “Ser sugestivo en la ficción tiene mayor importancia que un hecho”. Sin caer en maniqueísmos simplistas y erudiciones históricas prescindibles, Manrique trastoca la estética de la novela histórica. En su novela el dato histórico y la ficción (lo real que parece mentira, la ficción que parece real) se avienen, se complementan, cumpliendo el sueño de Balzac, según el cual “la novela es la historia privada de las naciones”. Esta novela de Manrique tiene sed de absoluto. Su escritura es un intento por asir algo de lo absoluto de la experiencia humana; evidenciar las contradicciones de un alma. Las situaciones narrativas están organizadas en beneficio de la lógica literaria persuasiva, y las tensiones dramáticas. Hay capítulos donde es notable la progresión inadvertida hacia estados de ánimo, en donde acompañamos a los personajes en su travesía vital, como si fuera también nuestra hazaña: hay belleza implícita en esa experiencia leída.

Nacido en Barranquilla, Colombia, en 1949; Manrique Ardila recibió el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus en 1975 por su primer libro, Los adoradores de la luna. También publicó Notas de cine: confesiones de un crítico amateur. En inglés, es el autor de las novelas Colombian Gold (1983), Latin Moon in Manhattan (1992, Luna latina en Manhattan, Alfaguara, 2003) y Twilight at the Equator (1997). Entre sus poemarios se encuentran Mi noche con Federico García Lorca (1995), Mi cuerpo y otros poemas (1999) y Maricones eminentes (Alfaguara, 2000). Manrique ha recibido numerosos premios y honores. En el 2000 le fue otorgada una beca de la Fundación John Simon Guggenheim. Reside en Nueva York desde 1980. Ha enseñado en New York University, The New School for Social Research, Mount Holyoke College y Columbia University. Este es un breve diálogo con el escritor.

“Nuestras vidas son los ríos”, de Jaime Manrique Ardila—Su novela El cadáver de papá, así como su traducción de poetas suicidas norteamericanos, fue importante para muchos escritores. Su libro abrió ventanas hacia sensibilidades estimulantes, y expresiones de vanguardia. ¿Qué significado tienen para usted esos trabajos?

—El cadáver de papá lo escribí cuando tenía veinticinco años; las traducciones de poesía las había comenzado unos años antes. Las traducciones fueron mi educación, mi aprendizaje, como poeta. Sin ellas, no creo que hubiese acabado escribiendo poesía, pues antes de hacer traducciones mis primeros versos eran horripilantes. Y no exagero.

El cadáver fue elogiado por escritores de la talla de Manuel Puig, Severo Sarduy y Luisa Valenzuela. Fueron las palabras de aliento de estos novelistas las que reforzaron mis ilusiones de aspirante a novelista.

—¿Qué lecturas han sobrevivido al tiempo, y cuya relectura se ha convertido en una necesidad?

—En los últimos años me he dedicado a escribir novelas que exigen investigación. Así que me toca leer muchos libros de historia y biografías. Me queda poco tiempo libre para leer ficción por placer. Acabo releyendo los libros que enseño; por eso trato de enseñar los libros que quiero re-releer. Las grandes novelas nos exigen más de una sola lectura. Cada vez que se presenta la oportunidad releo los clásicos de Dickens, Jane Austen, Flaubert, Turgenev, Dostoyeski, Tolstoi, Cervantes, Shakespeare, Willa Cather, Eudora Welty, Melville, Borges, los ensayos de George Orwell, Virginia Woolf, Susan Sontag, Pauline Kael, Hazlitt. Y releo muchos poetas —especialmente Elizabeth Bishop, y los poetas del siglo de oro español, de quienes nunca nunca me canso. Sólo consideraría la poesía como una necesidad personal, como una fuente que siempre me refresca, me quita la sed y me da fuerzas.

—¿Qué temas, o preocupaciones, considera constantes en su obra, y qué raíces u orígenes intuye o reconoce?

—La liberación de las convenciones tiranizantes, el humor, las preocupaciones sociales, el esperpento, la importancia del entorno en la vida de mis personajes, la creencia de que la literatura no es un juego de salón sino un instrumento para llegar a conocernos, la autobiografía, la sexualidad como una fuerza liberadora, todas esas son constantes en mi escritura. Las raíces de mi poesía son más fáciles de detectar: Cavafis, los poetas del siglo de oro español, Sylvia Plath, Keats, Wordsworth, Cernuda, Delmore Schwartz, esos poetas fueron mi inspiración cuando empecé a escribir. En los últimos años me ha afectado mucho la poesía que el norteamericano Stanley Kunitz escribió en su vejez.

—¿Su vida fuera del país, durante tantos años, ha influido o condicionado la perspectiva personal sobre su lugar de origen, el Caribe colombiano?

—El impacto más grande de mi permanencia en el extranjero es más obvio en el idioma que he escogido para expresarme en los últimos veinte años. He escrito más en inglés, mi lengua adoptiva, que en castellano. Vivir en el exterior me dio permiso para no autocensurarme, para hablar sin tapujos, ni miedo. Creo que Nueva York (donde llevo treinta años viviendo) me ha dado una perspectiva universal. Me considero un escritor colombo americano. En ese sentido, mi destino literario se parece al de Nabokov, Conrad, Dinesen. Es una condición típica del siglo XX y más aun del siglo XXI.

—¿Cuál ha sido la semilla, o el detonante, de alguno de sus libros?

—Mis libros surgen de una necesidad psíquica y espiritual que no puedo controlar. Las historias y los personajes me escogen a mí, y no al contrario. Casa libro es una obsesión, un acto de posesión incontrolable e irracional, y una liberación de mis fantasmas.

—Se dice que el cine y la televisión influyen a la hora de aplicar recursos narrativos. ¿Qué significado tiene para usted lo audiovisual?

—Mi estilo de narrar es esencialmente visual, pictórico. La gran crítica de cine Pauline Kael dijo acerca de mi primera novela: “Colombian Gold se lee como una película, un filme negro proyectado a una velocidad alucinante”.

También dijo que: “Luna Latina en Manhattan es como Breakfast at Tiffany’s dirigida por Almodóvar”. Mis novelas están estructuradas como películas, y siempre pienso en términos de escena, secuencia, close up, plano medio, colores, música, diálogos —algunos de los elementos más importantes del lenguaje fílmico.

Me interesa mucho la televisión. Norman Mailer dijo hace poco que Los Soprano era la novela más importante de nuestra era. Tiene toda la razón. Yo encuentro más vitalidad y creatividad en las mejores cosas que se pasan por la televisión que en gran parte de la novelística contemporánea. Para ser franco, me aburren a muerte la mayoría de las novelas escritas en nuestro tiempo. Cada vez más, la novela se convierte en un arte de minorías —como lo es la ópera en nuestros días. Leer novelas contemporáneas es como hacer la educación física —muy bueno para ti, y te hace sentir virtuoso, pero un deber más que un placer. Lo cual no quiera decir que no tengamos grandes novelistas, que sí los hay. Pero la novela (con unas pocas excepciones) ya no ocupa el lugar de importancia cultural que tenía en siglos anteriores.

—¿Qué nos dice sobre su última novela, Nuestras vidas son los ríos, publicada por Alfaguara?

—A mis escasos, e hipotéticos, lectores, les diría que considero Nuestras vidas... mi novela más madura, de la cual me siento más orgulloso, porque con esta novela estoy empezando a convertirme en un artista. Les diría que más que nada quería crear una heroína inolvidable como lo son Emma Bovary, Anna Karenina, Jane Eyre, Dorothea en Middlemarch, de George Eliot, y la prima Bette, en la novela homónima de Balzac.