Letras
Cuatro poemas

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Quién es esta mujer

Quién es esta mujer que se angustia
ante el vacío
Por qué el sufrimiento paraliza el quehacer de cada día
Dónde está esa sombra
que quebranta la luz y destruye todo el amor del mundo

Cómo poder soportar el dolor
inevitable
               que pesa en nuestras vidas.

 

Al borde de la mañana eterna

Iré mañana a la casa del edén perdido

para yacer en calma.

Me esperará el asombro de la infancia dorada,
me esperará la mesa
                   con el pan caliente
y el agua clara.

Señor,
esta muerte inmortal
que navega mi sangre
recorre las cariátides de mis huesos
oye el jadear del pájaro.

Oh, tiempo.
          Tiempo de verano.
Como la felicidad
                 se esconden las cigarras
cortejan a la luz
las mariposas.

Por qué a la noche
se me acaba la vida.

Llega ahora la mañana blanca
en la danza espiralada
de los pájaros.

Cuando se pierde la luz
siento el espanto del crepúsculo.

Quiero estar
al borde de la mañana eterna.

 

El fin

Pon la mano en el corazón,
allí está la respuesta.
C.P.

En tus sueños
                      veías las naves de velas blancas
—recorrían río arriba
cargando especias y oro—
El olor de la pimienta y el azafrán incitaba
                                                                    los sentidos
y en el deseo
                       el coral y las ágatas jugaban entre los dedos.
Pisar la arena
                     y
                        a lo lejos
                                       vislumbrar al conductor de los camellos
que retornaba entre las borrascas
detenido  ante la sombra de un árbol
                                                           para sorber un té.

En el caos inconsciente y tenebroso
el desierto se ilumina.

Las cúpulas del Islam
las mujeres veladas
cadáveres y esqueletos
sumidos en la tierra árida
se alzarán en búsqueda de la palabra

Sin arrepentimiento  ante el mal
la condena anunció
                                el Fin.
Entregado y dueño del destino,
te unías al pasaje de la otra vida.

 

Escenario

Recuerdo la casa blanca de mi infancia,
el patio donde el sol
tenía iridiscencias de presente,
y azulejos con gorriones
que esperaban el florecer de los naranjos.

Y como si trepara una cansada pared
he llegado a una terraza
donde veo crecer olvidos.

Dónde estarán
              aquellos pinos
que me enseñaron a mirar hacia arriba.

 

En cada espacio recorro una vivencia

I

Pájaro azul de la mañana,
te oigo cantar
y me estremezco.
Tus patitas danzarinas
me anuncian la llegada del pan
                                                 recién horneado.

Y a la vera,
el Dios del maíz cuece el alimento.

Peces
         caracoles
                         zigzaguean por el tiempo
como un tallo que busca su verdor.
Palpitan los geranios y amapolas
entre máscaras y espejos.

Y más allá de las penumbras
descubro los jeroglíficos
que guardan el secreto.

Sólo esa única clave:

Una vasija de barro
y un berimbau
                      en su interior.

Huiré acaso del fantasma de la Guerra
                                                             en el desierto.

 

II

Frisos de metal
                        con avenidas infinitas
encuentran
                 damiselas elegantes.

El muelle de la soledad
con piedras y torreones
se viste de fiesta el Domingo de Ramos
cuando suenan las campanas
y la niña con mantilla blanca
ofrece una plegaria.