Artículos y reportajes
Ilustración: Lewis B. MonroePoesía y mentira

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Era llena de gracia como el Ave Maria
quien la vio no la pudo ya jamás olvidar.
Amado Nervo.

Mi primer contacto con la poesía fue producto de un robo. Tenía cinco años cuando descubrí la mentira. Mi padre tenía un libro de Amado Nervo, y más de una vez le escuché declamar Gratia Plena, para mí como único auditorio. Una mañana, antes de salir para la escuela, quise compartir con mi maestra el poema. Sin pensar, tomé el libro que estaba en la biblioteca y lo guardé en el bulto. Días después mi padre notó su ausencia, y me preguntó por él, pero yo estaba muda; con tan mala suerte que uno de mis hermanos me vio cuando se lo entregué a la maestra en el colegio y me delató. Decidí recuperarlo y se lo pedí a la maestra a la mañana siguiente, pero ella lo negó, dijo que jamás le di ningún libro, ni siquiera sabía que estaba hablando. Ese fue mi primer encuentro con la mentira, y todavía me duele. Nunca imaginé que fuera tan valioso un libro de poesía. Me sentía culpable por la conmoción que había causado y decidí escribirle una carta a Amado Nervo en donde le contaba las vicisitudes que estaba pasando por su culpa. Mi padre supo lo de la carta y me dijo que no me preocupara tanto, que la magia de la poesía es que uno puede conservarla en su cabeza aunque no recuerde las mismas palabras. Es la idea del poema lo que importa. Entonces descubrí que la poesía tiene su propia forma de revelar las cosas. Continué en el mismo colegio hasta finalizar el primer grado. En la sencilla fiesta de fin de curso la maestra se acercó y me entregó un sobre con la condición de que no lo abriera hasta llegar a mi casa. Ella había decidido marcharse a otra ciudad. Guardé silencio porque sabía el contenido del sobre. Al llegar a la casa, en el silencio de mi cuarto, abrí el sobre y allí estaba el libro de Amado Nervo acompañado por un diario con una llavecita dorada. Entonces sentí que esas páginas en blanco del diario traían un mensaje para mí. Entendí que hay cosas en la vida que hay que dejarlas ir para que vuelvan. Tal vez no sean exactamente las mismas cosas las que regresan pero siempre traerán consigo un renacimiento. Ese día me sentí feliz cuando coloqué el libro de nuevo en la biblioteca de mi padre.