Sala de ensayo
Juan Calzadilla: la reflexión del significado

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“Hay que tallar el sentido, no la forma. Hacer gema de la transparencia del verbo”.
Juan Calzadilla

“Siempre habrá polémica sobre el significado de una obra, puesto que no está decidido, sino que está siempre pendiente de ser decidido, sujeto a decisiones que nunca son irrevocables”.
Jonathan Culler

I. La reflexión del sentido

El sentido debe ser lo suficientemente sólido para resistir la traducción a otras lenguas. Casi siempre, cuando leo un poema u otro texto traducido es como si estuviera viendo una película extranjera. Percibo un castellano neutro, insípido, sin sabor alguno. No posee la particularidad y el gusto que nos ofrece la lengua madre. No me refiero a los modismos del idioma, sino a la intimidad, como si una muchacha que nos gusta se nos acercara y nos susurrara al oído, como si percibiéramos su aliento fresco y su alma. Si un poema no posee alma, que se traduce en el sentido, en el significado, nada nos dice, está muerto. Por algo los grandes poetas de lengua alemana e inglesa, como Rainer María Rilke y Walt Whitman, respectivamente, lograron penetrar en la esencia de otras lenguas, se quedaron y anidaron en ellas, porque no sólo se enfocaban en la forma, sino que tallaron el sentido, como bien lo expresa el epígrafe de Calzadilla que arropa este capítulo.

Pocos poetas logran hacerse de un estilo tan propio como para designarle un adjetivo que los haga inmortales, y que al mismo tiempo, podamos decir: la poesía lorquiana o becqueriana, por ejemplo. Si tratáramos de adjudicarle uno a Juan Calzadilla sería algo así: la obra calzadillesca, calzadillana, o calzadillista, o algo semejante. En sus versos y en su prosa, existe un lenguaje que lo identifica como uno de los poetas más lucidos, y lo coloca entre los autores venezolanos contemporáneos más consecuentes en su oficio. Del mismo modo, conjuga las letras con la pintura, escribe y pinta poesía. Es artista plástico y crítico de arte. Perteneció a El Techo de la Ballena, agrupación artística influenciada por la vorágine del surrealismo y las vanguardias europeas.

La obra de Calzadilla es muy vasta, entre sus Primeros poemas (1954), hasta El libro de las poéticas (2006), el más reciente, hay más de veinticinco poemarios. Es ya casi un lugar común, en los cenáculos, y en la crítica literaria venezolana, hablar y escribir sobre la ciudad simbólica y la alienación. Si bien es cierto que son elementos reiterativos, hay otros componentes que enriquecen su obra, tales como la reflexión, la prosa, la ironía, el sentido, la otredad, la escatología o la fluidez del discurso. Aquí, únicamente tomaré dos aspectos: la reflexión y el sentido en una especie de simbiosis: la reflexión del significado.

En los poemas de Juan Calzadilla (Altagracia de Orituco, 1931), el sentido tiene un lugar privilegiado. El significado y la paradoja de la palabra están en equilibrio con la forma. Se construye el hilo del discurso poético a través de un camino de voces que, a mitad del trayecto del acto creador, mediante la meditación, o el desarrollo del cuerpo del poema, se paraliza y constantemente se interroga para manifestar su pensamiento. El discurso, y en general la fluidez de la prosa para labrar el sentido, determina y le da corporeidad al poema. No sólo expresa un significado, lo explica, lo medita. Calzadilla, en su Libro de las poéticas (2006), en el texto “En donde postulo la reflexión”, dice lo siguiente:

“La reflexión aparece en el poema cuando nos hacemos la pregunta por la forma, y se encuentra inmersa en la operación a través de la cual el poema es pensado como tal durante el trance de escribirlo. La reflexión introduce en la estructura del poema una perturbación de sentido...”.

Esta perturbación del sentido infecta al discurso y a la estructura del poema. Consiste en una continua interrogante que busca descifrar el significado que se encuentra dentro y fuera de las palabras y el misterio que éstas encierran. Esta reflexión se encarga de trastornar el significado, para edificar un estilo donde predomine la prosa, la reflexión del significado, para que unidas constituyan parte de los pilares del lenguaje y del discurso poético. Cuando Calzadilla reflexiona el poema, busca renovar el significado y la forma. Al pensarlo se recorren otras posibilidades estilísticas y semánticas, se extraen significados y se pulen al mismo tiempo.

Al respecto, el crítico Roland Barthes, citado por Remo Ceserani (Introducción a los estudios literarios, 2003), expresa que:

“El sentido no precede al texto, no se encuentra depositado en él ni expresado por él mismo, no es un dato. Es, por decirlo así, aunque con reservas, producción. Por consiguiente, la lectura es un acto, el acto de producción del sentido: inviste al texto. En otras palabras, en esta ocasión es el texto mismo el que es un pretexto, un potencial de sentido para una lectura. La lectura produce sentido (...), da sentido a la existencia: transforma y convierte algo en manifiesto”.

Para Barthes, el texto es abierto y polisémico. Cada lectura, de un texto poético en este caso, representa la reproducción de un nuevo significado, basado en la estética de la recepción. El significado, más allá de que se esconda tras un símbolo, tras una alegoría o se arrope con metáforas, es relativo, dinámico y fragmentario. Quiero decir que no es un ente absoluto ni cerrado. El sentido se mueve con total libertad, y muchas veces rebasa los límites de su estructura interna y de su forma. Al poema lo nutre la experiencia de quien lo escribe. Sin embargo, también es cierto que el significado que le damos a través de la experiencia y las vivencias no es privativo del poeta ni del poema. El sentido del texto es una cosa, el del lector, otra. La reflexión interna del poema y del lector hace maleable al sentido. De manera metafórica, el significado sería como un trozo de arcilla y la reflexión las manos del artista. Reflexionar un significado es reproducirlo.

 

II. Reproducción del símbolo

En “Seríamos inmortales”, del libro Principios de urbanidad (1997), se evidencia la relación existente entre la reproducción del significado, pero a través de un símbolo, leamos estos versos:

“Tienes que admitir que no vas hacia la vida, sino que vienes de ella, de manera inversa a como el río desciende de sus cabeceras. Pues tu vida se acorta en proporción a su alejamiento de sus orígenes, en tanto que el río aumenta su caudal a medida que desciende y pasa y pasa y es más río mientras se aleja de sus fuentes.

(...)

Si como el río fuéramos al mar, seríamos invencibles”.

De manera simbólica, la inmortalidad tiene muchas posibilidades semánticas: algo perdurable, imperecedero, divino. Lo inmortal, sinónimo de eternidad, se unifica con la naturaleza, representada en un río. Lo que entendemos como inmortalidad, su simbología, se desnuda y se viste, aunque suene paradójico. Se desnuda porque reflexiona el hecho natural, el cauce de un río, es decir, medita la situación misma, el río simbólico, su sentido de inmortalidad. Se viste porque, tras el río, elemento concreto, encierra uno abstracto, la eternidad. En el poema “Y sin embargo no rueda”, del mismo libro, se expresa más o menos la misma idea que en el texto anterior, pero con el tema de la soledad:

(...)

“La soledad es un medio por el cual estar solo se vuelve tolerable”.

La soledad transfigurada en imagen, en metáfora, siempre ha acompañado a la poesía. Con un tono aforístico, Calzadilla desnuda la palabra, reflexiona su sentido. “El sentido del poema”, para el poeta colombiano Rómulo Bustos Aguirre, “es acechar el sentido”. El motivo del poema, en la obra de Juan, no sólo acecha al sentido, lo hace también con la forma. El lenguaje se hace cuerpo tangible al igual que el significado. Ambos se expresan nítidamente. De esta manera, sus poemas adquieren tonos claros internos y externos. Las tonalidades oscuras, paradójicas o aforísticas, se evidencian por las constantes cavilaciones que su prosa manifiesta.

En otra parte, dice el mismo poeta colombiano que “la dignidad misma del poema radica en esa obsesión desnuda por el sentido. La obsesión, representada como un ars poética, es un impulso por escarbar primero y edificar luego un estilo, un templo, o como diría Miguel Márquez, “un espacio como custodia del sentido”. Si un poema no está impregnado de poesía, que en Juan Calzadilla es, en gran parte, el sentido, seguramente quedará indefenso y vacío cuando le quiten la ropa del español y le pongan una extranjera.